Diez años del Papa Francisco
Francisco, un Papa para «un cambio de época, no una época de cambios»
El catedrático José Francisco Serrano Oceja nos advierte: la imagen que transmiten los medios no coincide con el verdadero Jorge Mario Bergoglio
El Debate hace un balance de los diez años de Pontificado con uno de los académicos españoles que más se han acercado al pensamiento de este Papa, el catedrático José Francisco Serrano Oceja. Nos advierte: la imagen que transmiten los medios no coincide con el verdadero Jorge Mario Bergoglio.
Francisco es un Papa para «un cambio de época, no una época de cambios», considera uno de los académicos españoles que más de cerca se han asomado al pensamiento filosófico y teológico de Jorge Mario Bergoglio.
–Pronunciabas en este mes de febrero una conferencia en el Congreso «Católicos y Vida Pública» de Puerto Rico, en la que analizabas el pontificado de Francisco a partir de esta constatación: el mundo vive «un cambio de época, no una época de cambios». ¿Qué significa? Pero, sobre todo, ¿qué consecuencias tiene para el cristianismo?
–Esta formulación acertada del Papa Francisco ha querido hacernos entender que, aunque lo antiguo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, se está produciendo una mutación profunda que afecta a lo humano, de ahí la necesaria respuesta desde una ecología integral. Y no solo porque estemos en una tercera guerra mundial a pedazos. Esta situación de mutaciones antropológicas implica un renovado esfuerzo por parte de los cristianos de ser, como decía la «Carta a Diogneto», «el alma del mundo».
Fíjate que creo que es urgente la reflexión, y la toma de conciencia, sobre cómo es el mundo de hoy y cómo nos interpela, más que caer en las trampas que nos ponemos a nosotros mismos dentro de la Iglesia. De ahí el mensaje de salir de la auto-referencialidad. No olvidemos que el cristianismo, al menos en Occidente, está a punto de convertirse en un asunto o de especialistas o de nostálgicos.
–En este contexto, ¿cuál es la propuesta cristiana que ofrece Francisco?
–La pedagogía del Papa Francisco en esta época es la de enseñarnos a aprender a leer de nuevo la fe cristiana en la historia, ante las deformaciones de la propia dinámica histórica, ante la crítica moderna de la religión y ante los retos que supone la globalización. Leer de nuevo el cristianismo para tomarnos en serio a Cristo, su Evangelio. No hablar de Dios en clave impersonal sino en clave interpersonal.
Es urgente la reflexión, y la toma de conciencia, sobre cómo es el mundo de hoy y cómo nos interpela
–Eres catedrático de periodismo y lees y sigues a Francisco. ¿Corresponde la imagen que ofrecen los medios con el pensamiento de Francisco?
–Me gustaría analizar más detenidamente, y con metodología científica, la evolución del tratamiento comunicativo del pontificado del Papa Francisco. Creo que tras la fascinación inicial por su persona, por cómo actuaba y por lo que decía, nos encontramos ahora en la etapa de la integración en el sistema, como si ya supiéramos qué es lo que va a decir. Habría que romper esta dinámica. Los medios informan e interpretan en función de muchos factores, el principal de ellos su marco cognitivo, que también está influido por la ideología.
Habría que hacer un especial esfuerzo por una recepción de su magisterio que trascienda las imágenes que de su persona, de su palabra y de su aceptación, nos ofrece el envoltorio comunicativo. Un mas allá que nos permita adentrarnos en su ser más íntimo, amor y verdad de su vida y de su ministerio, en esa forma privilegiada de relación que inspira y alienta el Espíritu Santo. Hay que intentar ir más allá de la imagen mediática para alcanzar la empatía con el Papa Francisco. Hagamos ahora un esfuerzo de empatía con el Papa. El Papa no debe dejar de ser para nosotros el Papa de las sorpresas. Y esto no es solo voluntarismo, es respuesta a su interpelación constante.
El hombre que reza tiene sus manos en el timón de la historia
–En el programa de este pontificado se encuentra la «conversión pastoral y misionera» de la Iglesia, que debe dejar de ser «auto-referencial, enferma de narcisismo». ¿Cómo es la Iglesia que sueña Francisco? ¿Y la que detesta?
–En estos días he vuelto a recuperar los primeros textos del pontificado, como si volviera al amor primero del encuentro con el Papa Francisco. De este modo, me parece que se entiende más todo lo que ha pasado en estos años, la coherencia de su pontificado. Para responderte destacaría lo que el cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana, nos contó sobre la intervención en la congregación de cardenales previa al cónclave de Jorge Mario Bergoglio.
En esa intervención abogó por una Iglesia capaz de salir de sí misma, es decir, que rompa determinadas inercias que son fruto de la contingencia histórica, sobre todo en lo institucional. Sentenciar el clericalismo, que es asfixiante en determinados ámbitos de Iglesia. Y pidió un esfuerzo añadido por vivir los unos con los otros.
–¿Cuál es el momento más importante, icónico, para ti de estos diez años de pontificado?
–Sin lugar a dudas, por su carga de realidad dramática, en sentido que utiliza este término el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, la Statio Orbis, aquel 27 de marzo de 2020, en pleno confinamiento. Su imagen, ante la plaza de san Pedro vacía, a los pies del Cristo crucificado milagroso de san Marcello al Corso, junto con la imagen de la Virgen Salus Populi Romani, hacían verdad aquella frase de san Juan Crisóstomo: «El hombre que reza tiene sus manos en el timón de la historia». En aquel momento extraordinario de oración el Papa nos preguntó a cada uno de nosotros: «¿Por qué tienes miedo? ¿Aún no tienes fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación.
Donde hay violencia, no hay esperanza
–«Esperanza» es quizá la contribución más evidente que puede ofrecer el cristianismo en este «cambio de época». ¿Puede haber esperanza para el mundo, como proyecto, como sociedad, como comunidad, como familia humana, sin el cristianismo?
–En la adecuada comprensión del hecho religioso como oferta de sentido nos jugamos la esperanza y la libertad de nuestras sociedades de progreso y la viabilidad del mensaje religioso como oferta de esperanza y libertad, en un momento en que la política postmoderna ha actuado en dos frentes: la deslegitimación de nuestra relación con la realidad, a través de un proceso de abstracción de la experiencia básica, y la configuración de un nuevo sistema normativo, que nos lleva a la explosión de nuevos derechos, por ejemplo.
Si la dimensión institucional de la Iglesia no está al servicio de la construcción de esperanza y de libertad, de libertad y esperanza, apaga y vámonos. La esperanza entendida como forma de la libertad. Lo que plantea además, y esta es una interpelación permanente en el pontificado del Papa Francisco, la relación entre institución y conciencia.
–Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, el pensamiento dominante en Occidente ha tratado de eliminar el papel relacional de la religión por considerarlo intrínsecamente violento. ¿Ha logrado Francisco sacar al cristianismo de ese rincón?
–Donde hay violencia, no hay esperanza, por más que los movimientos revolucionarios, nacidos de la modernidad, consideraran que la violencia es necesaria como tránsito hacia estado superiores de sociedad o de conciencia. La sombra del 11 de septiembre de 2001 es aún alargada. Aquella fecha supuso un antes y un después para la relación entre religión y política. No fueron pocos los intelectuales que se esforzaron en hacernos creer que las religiones eran semillas de violencia. Defenderse del terrorismo exigía acabar con la presencia de lo sagrado en la historia. Nada originales, por otra parte, si nos atenemos a la cultura de occidente. El Papa Francisco, en continuidad con sus predecesores, ha dado pasos importantes. Siempre con los hombres y mujeres de las otras religiones y confesiones de la mano.