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Un día en el Monasterio de la Conversión: «El plan es aprender a ver a Dios en la Creación»

La iglesia de la Reconciliación del monasterio, a la izquierda, y detrás de la cruz, el pueblo de Sotillo de la AdradaJorge Ruiz

Monasterio de la Conversión

Un día en el Monasterio de la Conversión: «El plan es aprender a ver a Dios en la Creación»

En el valle del Tiétar viven 32 hermanas agustinas de la Orden de san Agustín. Algunas llegaron por el Camino de Santiago y tienen nacionalidades tan diversas como irlandesa, polaca, húngara, colombiana, peruana o española

¿Mujer empoderada? «María de Nazaret», responde si pensar la novicia María de la orden de san Agustín. Tan solo lleva dos años y medio en el monasterio, todavía no ha hecho los votos perpetuos, pero ya tiene claro que ella quiere seguir las tres reglas de la vida consagrada: pobreza, castidad y obediencia. «Es la forma de vivir de Jesús y como le seguimos, lo que queremos es vivir como Él», afirma la joven, de 29 años.

En el monasterio de la Conversión (Sotillo de la Adrada, Ávila) viven, junto a María, otras 31 hermanas de edades entre los 23 y los 64 años. Son agustinas de la orden de san Agustín y tienen también presencia en Genzano di Roma (Italia), Lima (Perú) y New Lenox (Illinois, EEUU). Su misión, además del estudio y la oración (al que cada mañana dedican sus horas), es también la evangelización. Es por tanto esta una vida monástica abierta, «una clausura en salida», lo llama la madre superiora Carolina.

María lleva dos años y medio viviendo en el Monasterio de la Conversión

María lleva dos años y medio viviendo en el Monasterio de la ConversiónJorge Ruiz

Estas monjas están muy ligadas al Camino de Santiago, donde regentan un albergue. Ahora, hay allí tres hermanas de la orden atendiendo a los peregrinos, pero en temporada alta algunas más desplazan su residencia hasta Carrión de los Condes, para dar cobijo a todo aquel que se dirija a la tumba del apóstol. Es justamente allí donde algunas de las hermanas que hoy viven en Sotillo descubrieron la orden y su vocación. Estas vienen de lugares del mundo tan dispares como Alemania, Hungría, Polonia, Irlanda o Colombia.

¿Y qué hace una chica como María en un lugar como este? Su vida era como la de cualquier otra chica de su edad. Había encontrado el trabajo de sus sueños (donde se le prometía estabilidad) y una pareja a la que quería, pero algo no cuadraba en su interior. «Me di cuenta de que mi vida estaba siendo de mentira», cuenta la novicia.

En el siguiente vídeo, se puede ver y escuchar el testimonio vocacional de dos hermanas de la orden.

Testimonio vocacional de dos mujeres del Monasterio de la Conversión

Testimonio vocacional de dos mujeres del Monasterio de la Conversión

Cada mañana, la comunidad entera se levanta a las seis. «Rompemos el silencio de la noche rezando», explica la hermana Carmen. Hasta las ocho no se sirve el desayuno, que transcurre en el sosiego del amanecer en plena naturaleza. Desde media hora después de sonar la alarma, hasta romper el ayuno, las hermanas oran el oficio, leen el Evangelio del día y comentan lo que a cada una le ha suscitado.

A partir de las nueve y hasta el Ángelus, se abre un tiempo y un espacio de silencio. Carmen explica que «la mañana tiene una dimensión más contemplativa» y la dedican al estudio. Con la llegada del mediodía, abordan las tareas del hogar: la limpieza, la comida, preparar pastorales para por la tarde o la acogida de algún grupo. A las 13:15 suenan las campanas y las hermanas acuden a su capilla para el rezo del Laudes, la liturgia de las horas.

Vista de la iglesia de la Reconciliación en el Monasterio de la Conversión

Vista de la iglesia de la Reconciliación en el Monasterio de la ConversiónJorge Ruiz

Para comer hay crema de espinacas y alitas de pollo con ensalada de tomate. ¿Es el menú siempre así de sencillo? «Se intenta cuidar a la gente a través de la cocina, pero en nuestras posibilidades de austeridad», cuenta la hermana Carmen, que no sabe decir con exactitud cuál es el plato estrella de las hermanas encargadas de cocinar porque a ella le gusta todo. Allí se come de todo: pasta, arroz, alitas de pollo... aunque hay ciertos alimentos que no se pueden permitir pero que llegan a ellas gracias a la providencia. «Cuando nos regalan pescado, por supuesto, hay una fiesta, igual que cuando nos traen carne roja», explica la religiosa.

Tras media hora de descanso, de silencio y de oración tras alimentarse, se abre la tarde, en la que se dedican al trabajo manual en los talleres de cuerda, cuero y madera. Con motivo de la Semana Santa, las hermanas de la Conversión pintan también cirios por encargo. La hermana Camila es la encargada de la madera. Es de Perú, tiene 25 años y está en Sotillo haciendo un año de intercambio desde su monasterio en Lima. Camila cuenta que casi todo lo que fabrican con sus manos, lo hacen por encargo, pero que también se dedican a venderlo en su tienda. Las religiosas van rotando en los tres talleres, en los que además de todo tipo de material y maquinaria hay libros de Velázquez o Picasso.

Interior de la capilla

Las hermanas tocan la cítara en sus rezos, en los que la música cobra una papel destacadoJorge Ruiz

El monasterio de la Conversión se organiza en dos casas, además de los talleres manuales. La de la comunidad tiene una parte llamada Galilea, y una más nueva que ha recibido el nombre de Belén. Oikos (casa en griego) es como se conoce el edificio donde se acoge a los visitantes, la hospedería, frente a la que se encuentra un espacio abierto con una cruz y un olivo, zona denominada Mambré. Desde ese alto, se ve una fuente (Sicar) y antes de lanzar la vista a la inmensidad del valle, se encuentra la capilla: la iglesia de la Reconciliación.

La «contemplación en salida», la llamada a la evangelización, es la base de la acogida de esta Orden. Cualquier persona, grupo o familia que quiera pasar unos días con ellos puede hacerlo, unirse a sus rezos, a sus trabajos y labores en Nazaret (el nombre con el que se conoce el taller). «Sanar las heridas del hombre de hoy», en palabras de la hermana María, es otra de sus misiones fundamentales, para lo que su carisma las prepara: conversión, comunión y fraternidad.

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