Entrevista con José María Gil Tamayo
El arzobispo de Granada: «Vivimos una crisis de fe profunda que Benedicto XVI trató de ponernos delante»
Monseñor Gil Tamayo actualmente es arzobispo de Granada y nos hace y comparte momentos íntimos de reflexión en los montos y decisivos de su vida como sacerdote hasta su elección como arzobispo de Granada
Es sacerdote, profesor y periodista católico. En 1980 se licenció en Estudios Eclesiásticos y en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Ha trabajado en diferentes parroquias rurales, en la pastoral educativa, en la comunicación social y en el patrimonio cultural de la archidiócesis de Mérida-Badajoz. Profesor de comunicación en la Universidad Pontificia de Salamanca y en la Universidad Católica de El Salvador.
Ha sido director de la Secretaría de la Comisión de Comunicación Social y portavoz de la Conferencia Episcopal Española. En 2018 fue nombrado obispo de Ávila y en 2022 arzobispo coadjutor de Granada. En febrero de 2023, José María Gil Tamayo sucedió a Javier Martínez como arzobispo de Granada. Es miembro de la Comisión Ejecutiva, de la Comisión Permanente y presidente del Consejo de Estudios y Proyectos de la CEE.
–¿Cómo fue su infancia? ¿Su familia era muy religiosa?
–Fundamentalmente en torno a mi madre, porque mi padre se fue a Alemania para trabajar, y para poder sacarnos adelante. Yo soy extremeño, del pueblo Zalamea de la Serena, de la zona pobre La Serena y al año 61 es cuando se inicia esta migración. Mi hermano pequeño y yo nos quedamos en casa con mis abuelos y mi madre. Tenía 19 años cuando mi padre falleció. Estaba entonces en el Seminario.
–¿Cómo fue su llamada al sacerdocio? ¿Y el seminario?
–Cuando terminaron los estudios en mi pueblo, hasta bachiller elemental, tuve que salir fuera. Fui a un colegio que no era de curas, sino como internado. Lo dirigía gente de la milicia de Santa María. Me invitaron a unos ejercicios a principios de un mes de mayo y decidí ser sacerdote. Tenía 15 años. Le di un disgusto a mi padre, que era el que estaba sacando a la familia adelante. Paradójicamente, en mi familia hemos sido dos hermanos sacerdotes de tres. El otro hermano murió hace cuatro años de un cáncer de pulmón, un hombre muy bueno, era profesor de Patrología en la Universidad de Navarra.
–¿Cómo fueron sus inicios como sacerdote diocesano?
–Sabíamos que íbamos a ir de curas a un pueblo. Me tocó la mili en Algeciras, de capellán castrense y soldado. Después me mandaron a unos pueblecitos donde no había ni agua corriente ni teléfono. Ahí pasé dos años y medio en los 80. Luego, estuve en otro pueblo más grande de Córdoba. Estando ahí, me metí en la radio y pasó por ella mi arzobispo don Antonio Montero, que era periodista también. Tenía un programa de radio y le hice una entrevista al arzobispo en visita pastoral.
Después de eso me fui a estudiar periodismo a Navarra. Tras nueve años como cura hice la carrera. Fue una etapa muy unida a Montero, que fue un gran maestro, fue el obispo que me ordenó y del que he aprendido mucho. Estuve trabajando con él en la delegación de medios de un colegio de religiosas y depués me mandaron a la Conferencia Episcopal.
–¿Cómo cambió su vida otra vez tras la muerte de Benedicto XVI?
–Me pusieron adjunto en lengua española al portavoz de la Santa Sede, donde estuve durante la sede vacante y hecha la elección del Papa Francisco con Lombardi ayudándole, que me puso en el escaparate. Tras esto, vuelvo a la parroquia para que me dejen tranquilo. Y entonces los obispos me eligieron secretario general de la Conferencia Episcopal y ya me tengo que volver a Madrid, esta vez con mi madre. Luego llegó mi nombramiento como obispo de Ávila, donde tan feliz he estado también. Casi cuatro años después me fui a Granada.
–Usted dice que ser cura de pueblo le ha ayudado para ser obispo. Pero, sin embargo, siempre ha terminado en un destino muy bueno y lo que quería era que le dejaran en paz, ¿le ha sido imposible?
–No me dejan en paz nunca. Me nombraron obispo de Ávila, a ser cura de un pueblo grande, porque Ávila es una diócesis muy a la medida de un obispo y he disfrutado. Allí me infecté de covid, y pasé 33 días en la UCI. De esos días doy gracias a mis curas porque soy sacerdote con ellos y obispo para ellos. Mis destinos de párroco me han ayudado a ponerme en su situación.
–Después de Ávila, donde se estrenó, le tocó Granada, que es una diócesis potente.
–Ávila es una diócesis preciosa. Ha sido mi primer amor episcopal y sobre todo, muy teresiano. Otra de las improntas que ha añadido a mi vida el acercamiento a Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, de tal manera que llevo en mi escudo episcopal el bastón con que Santa Teresa andaba. Ahora estoy en Granada, su paraíso, que es una belleza, y sobre todo también las gentes. No es tan impresionante la religiosidad popular, la gente, la cercanía, la acogida y también son más problemas. Pero ya van más a misa.
–¿Cómo ve la fe en España ahora que se nos acerca la Jornada Mundial de la Juventud? ¿Ve pocas vocaciones?
–Tenemos que cambiar con la compasión para ponernos a tono con lo que Dios nos va pidiendo. Pero ciertamente mi arzobispo, Antonio Montero, que es mi maestro, me decía que la Iglesia está mejor que nunca y en gran parte lleva razón: no estamos en persecución.
Pero también hay una crisis de fe profunda que Benedicto XVI trató de ponernos delante para que hubiese una conversión en la Iglesia, para poner la primacía de Dios ante todo. El secularismo y la indiferencia han calado profundamente. Necesitamos reaccionar con una propuesta evangelizadora más seria y más compartida. La evangelización es tarea de todos y la Iglesia funciona para, principalmente, exclamar que esto no es vivir como un cristianismo pasivo obsesivo. Si no hay Iglesia en salida, mal vamos. Dios sigue llamando. Lo que pasa es que vivimos con la sordera espiritual y un desconocimiento de la fe muy grande también. Quizá hemos dedicado más esfuerzo que nunca a la causa que existe y hemos obtenido menos fruto, pero necesitamos insistir: amar más a Dios y darlo a conocer mejor. Aprovecho todas las confirmaciones y aquí tengo muchas, para llamar a las vocaciones, llamar a los jóvenes para que conozcan esa llamada a la vocación sacerdotal, religiosa, misionera en la vida consagrada. Nos falta una cultura vocacional. El Señor quiere gente.