Fundado en 1910
La Sierva de Dios Dorothy Day

La Sierva de Dios Dorothy Day

De comunista y proabortista a Sierva de Dios y ejemplo para Benedicto XVI

Intentó suicidarse dos veces y sufrió una profunda depresión, pero cuando Dorothy Day quedó embarazada por segunda vez, su vida dio tal giro radical que la llevaría a convertirse en uno de los íconos fundamentales del catolicismo social en Estados Unidos

«Mi vida está dividida en dos partes. Los primeros veinticinco años fueron confusos: años de alegría y tristeza… No sabía en qué creía, aunque trataba de servir a una causa». Esas líneas las escribió Dorothy Day (1897-1980), una mujer con un pasado complejo.

No porque el futuro le fuera a resultar más sencillo, sino porque eligió afrontarlo sin temor una vez que encontró una verdad por la que valía la pena luchar. Una causa más profunda y exigente que cualquier ideal que le ofrecieron los círculos bohemios por los que se movió durante su juventud en Estados Unidos.

Antes de llegar a ese punto de inflexión, su vida fue un 'cóctel' de ideas y experiencias: comunismo, anarquismo, amor libre, periodismo militante y, en un doloroso momento de su historia, el aborto de su primer hijo, fruto del miedo al abandono por parte de su amante, quién, en todo caso, la dejó.

Un panorama que le marcó de tal forma que intentó suicidarse dos veces y la motivaron a abandonar la ciudad para recuperarse de la depresión en su casa de playa a las afueras de Nueva York, la cual pudo comprar gracias a la venta a Hollywood de una pequeña novela que había escrito. Fue allí donde conoció a Forster Batterham, un anarquista amante de la soledad, y con quien quedó embarazada por segunda vez.

Dorothy Day fue declarada Sierva de Dios por san Juan pablo II

Dorothy Day fue declarada Sierva de Dios por san Juan pablo II

La fe como brújula de la vida

Es en ese momento donde comenzó su conversión: se hizo cristiana por su hija Tamar. No quería que creciera sin una brújula clara como la que a ella le había faltado durante años. Al ver a una monja por la calle le pidió el bautismo. La religiosa aceptó pero le dejó claro que, si quería educar a su hija en la fe, debía hacerlo desde la propia vivencia de esta. Así empezó su camino en la Iglesia. Fue también el punto de ruptura con Forster que se negó a casarse con ella por razones ideológicas. Pese a eso, nunca rompieron el vínculo y se cartearon toda la vida.

Pero el verdadero giro de veleta llegó en 1932. Tras el crack del 29, Day cubría para su periódico una marcha del Partido Comunista contra el hambre en Estados Unidos. Aquel 8 de diciembre entró en la basílica Nacional de Washington y rezó. Pidió una forma de unir su lucha social con la fe que acababa de abrazar.

La opción monacal versus Marx

La respuesta le llegó al volver a su casa, donde le esperaba un desconocido: Peter Maurin, un francés errante, soñador y profundamente católico, que había leído las columnas de Dorothy y le quería proponer una idea clara: crear un periódico obrero basado en la doctrina social de la Iglesia y en la encíclica Rerum Novarum, de León XIII.

En plena Gran Depresión, Day y Maurin pusieron en marcha una red de iniciativas que desafiaban tanto al capitalismo salvaje como a los modelos ideológicos de moda. Fundaron escuelas para obreros, casas de acogida para personas sin hogar y granjas autogestionadas donde desempleados y voluntarios trabajaban la tierra, rezaban juntos y compartían lo poco que tenían.

Aquellas comunidades no se inspiraban en Marx, sino en los monasterios medievales: pequeñas células cristianas centradas en la oración, la cultura y el cultivo. No buscaban cambiar el sistema desde arriba, sino crear, poco a poco, una alternativa real y vivida al margen de los grandes poderes.

Amad a vuestros enemigos

Day era la columna vertebral del proyecto: incansable, organizada, con un fuerte sentido de la responsabilidad social. Maurin, en cambio, era un visionario inclasificable, capaz de hablar durante horas sobre la dignidad del trabajo o las encíclicas sociales con la pasión de un predicador callejero.

Mientras tanto, The Catholic Worker, el periódico que Day fundó con apenas 36 años, daba voz a los olvidados: denunció el trabajo infantil, la segregación racial, los salarios indignos, los desahucios y las huelgas silenciadas. Los vendía por un centavo y llegó a vender hasta un millón de copias al día.

Dorothy Day

«No negaré que, muchas veces, el amor del comunista hacia el hermano, hacia el pobre y el oprimido, es más real que el de muchos que se autodenominan cristianos —llegó a escribir en sus memorias— Pero cuando, de palabra y de obra, el comunista incita a un hermano a matar al hermano, a una clase a destruir y a odiar a otras clases, no puedo creer que su amor sea auténtico. Ama a su amigo, pero no a su enemigo, que también es su hermano. No hay en eso fraternidad humana: esta no puede existir sin la paternidad de Dios».

Cinco panes y dos peces y, el resto, Dios

En sus últimos años, Dorothy insistió en el valor de la acción individual. No creía en soluciones mágicas ni en esperar a que otros arreglaran el mundo. Creía en hacer lo que uno pudiera, sin dramatismos ni grandes discursos. Es curioso que Benedicto XVI, en la audiencia general en la que anunció oficialmente su renuncia al ministerio petrino, pusiera a Dorothy Day como ejemplo para los fieles, destacando una recomendación aplicable a la vida espiritual de todos: la búsqueda de la verdad y la apertura al descubrimiento de la fe.

Ella decía: «Quería estar con los manifestantes, ir a la cárcel, escribir, influir en los demás y dejar mis sueños al mundo. ¡Cuánta ambición y cuánta búsqueda de mí misma en todo esto!». Por eso Benedicto XVI señaló que su camino hacia la fe, en un entorno tan secularizado, fue particularmente difícil, pero la gracia actuó a pesar de todo. Como ella misma señaló, poco a poco, «sentí la necesidad de ir a la iglesia más a menudo, de arrodillarme, de inclinar la cabeza para orar. Un instinto ciego, podría decirse, porque no era consciente de orar. Pero fui, me deslicé en la atmósfera de oración...».

Desde esa experiencia interior, surgió también su comprensión de la acción concreta y humilde. Escribió: «La sensación de inutilidad es uno de los mayores males. Los jóvenes dicen: '¿Qué bien puede hacer una persona?, ¿cuál es el sentido de nuestro pequeño esfuerzo?'. No podían ver —señalaba— que debemos colocar ladrillo a ladrillo, avanzar paso a paso». Su idea partía de la base que no hay que salvar el mundo en solitario, pero sí empezar por algo. Lo demás, decía, lo hará Dios.

Así vivió y dejó huella. «Tengo la sensación de que no he hecho nada bien. Pero he hecho lo que podía». Y lo que pudo hacer sigue dando de qué hablar: hoy, casi doscientas comunidades de The Catholic Movement siguen vivas, organizadas sin jerarquías ni oficinas centrales, simplemente unidas por el impulso de servir.

En el año 2000, la Santa Sede concedió a Dorothy el título de «Sierva de Dios». Day nunca buscó protagonismo, pero acabó liderando una de las respuestas más originales y fieles al Evangelio en el siglo XX.

comentarios
tracking