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noches del sacromonteRicardo Franco

Un país ensimismado en su estupidez

Tenía dos o tres amagos de artículo sobre los últimos escándalos que asolan a nuestro ensimismado país, pero se me quitaban las ganas

Actualizada 09:47

Tenía dos o tres amagos de artículo sobre los últimos escándalos que distraen la escasa lucidez de nuestro país, pero no me animaba a escribirlos. Así que me tienen que disculpar.

En primer lugar, hay quien dice por ahí, con cierto atino, que no los he escrito por vago. Y yo digo, en segundo lugar, que ha sido por hastío. Pero hastío, ¿de qué?

Pues hastío de actualidad y hastío del ruido en torno a lo del beso y a lo otro y a lo otro, que se ha mezclado con los ladridos de aquellos que siempre tratan de tomar partido junto a los que creen llevar siempre razón; y luego matizan y matizan y matizan hasta dejar la raspa de la sardina ardiendo en su ascua, o como se diga. Así que me desanimaba a la hora de ponerme a rellenar esta cajita mágica donde mezclamos las letras y sale, a veces, una columna limpita y lista para ser leída con mucha paciencia y algo de conmiseración.

Dicho esto, lo que iba yo a decir es que una vez que pasen la tormentas que anuncian ya el bendito frescor otoñal y el veranito de san Miguel deje seguir enseñando pierna a quien puede, «porque puede y porque sabe...».

Y una vez que caigan, por fin y por tierra, las sombras todas de los dedos acusadores sobre la próxima víctima de moda, los jueces de la actualidad seguirán ahí, preparados para saber de todo y nada sobre los apurados protagonistas del escarnio que toque en el guion de este país ensimismado con su propia estupidez.

Los jueces seguirán ahí a la espera de un nuevo combate en el que tratará de vencer no quien grite más alto, sino más veces. Y nosotros seguiremos religiosamente aplaudiendo a quien nos caiga mejor.

Después vendrá otra víctima y, luego, otra más, una vez que el ídolo del sacrificio se haya consumido del todo en el altar de la moralina y de la ira, mientras cada uno de los candidatos al escándalo protagonizan otro capítulo de esta interminable serie de humor negro en la que al resto sólo nos piden aplaudir.

Pero, ay; ellos no saben que también serán olvidados, deglutidos por la propia dinámica de la historia. No saben, o no quieren saber, que no quedará ningún discurso aprendido en nuestra escasa memoria, ahíta ya de problemones listos para ser analizados a voces con la presa muerta de la verdad entre los dientes.

Y así, pase lo que pase, todo pasará e iremos haciendo callo, como un perro que pasa con su hueso, ante el cadáver seco de algún viejo contrincante.

Quiera Dios que entre el ruido y los aplausos de la masa absorta en el espectáculo, tengan ustedes a alguien cercano que les zarandee para despertarles un momento de la indiferencia que produce tanto clamor y les diga al oído: amigo, la vida que te estás perdiendo por aplaudir, es otra cosa mucho más grande y más bella que el eco repetido de tus opiniones al respecto.

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