¿Se puede ser moderado a las puertas de las elecciones?
El moderado, ese apestado y perseguido en estas horas de tórridas decisiones electorales, por su aparente indiferencia o por su aparente inacción, es el único que permite y produce el espacio de silencio necesario para que el diálogo pueda ser una posibilidad
¿Se puede ser moderado en un momento en el que esa posición parece cada vez más un no querer posicionarse y desde uno y otro extremo se le intenta atraer hacia los polos con promesas o, en el peor de los casos, con insultos sobre su aparente ausencia del debate público?
Sí. Se puede y se debe, ya que el moderado, en su posición conscientemente moderada y en su convencido ser moderado está respetando y, por eso, permitiendo el respeto ideal de los dos extremos que, en su enternecedora subjetividad, creen tener razón y no quieren bajarse nunca del burro.
El moderado, ese apestado y perseguido en estas horas de tórridas decisiones electorales, por su aparente indiferencia o por su aparente inacción, o por su aparente interés en aparecer con el perfil bajo para no aparecer en la foto, es el único que permite y produce el espacio de silencio necesario para que el diálogo pueda ser una posibilidad que los extremos desechan cuando les da un arreón, o apretón, revolucionario de mesianismo político.
El moderado sabe que, en el fondo, puede no tener razón y la busca a un lado y al otro. El moderado sabe que, en el fondo, hay distintos puntos de vista que a él se le escapan y los busca a un lado y al otro. El moderado sabe que, en el fondo, debe escuchar a un lado y al otro para aprender a captar toda la riqueza posible de una realidad siempre escurridiza, matizable y misteriosa.
El moderado sabe, en definitiva, que los otros no son enemigos a batir. Que tampoco son herejes. Que tampoco son blasfemos a los que hay que arrodillar para que besen y veneren la sacrosanta verdad de un extremo y del otro.
El moderado sabe, en fin, que los extremos se tocan para golpearse en su apasionada defensa de su visión. Pero ese tocarse que se reduce siempre al enfrentamiento por el poder, nunca llega a la comunión, a la hermandad, a la convivencia que ansia nuestro país, sin la posición de enganche -la del moderado- entre dos posturas, a priori, irreconciliables.
Hacen falta moderados, mucha gente moderada con su talante moderado, con sus juicios moderados y sus visiones moderadas, que no ahoguen ni aplasten la posibilidad de un encuentro real entre ciudadanos.
Especialmente ahora que a todos nos entra la tentación de salvapatrias y de dueños endiosados de la razón.
Especialmente ahora que desde un lado y el otro, cargados ambos de certezas posiblemente razonables y de juicios últimos un tanto apresurados, se nos lanzan mensajes y proclamas tan afiladas que pueden cortar los cabos del único puente que existe y en el que transitamos todos juntos sobre el abismo.
Especialmente ahora que hay que decidir, no desde la trinchera, ni desde la disidencia, ni desde la resistencia, ni desde el exilio, sino en una tierra que desde hace años quiere vivir en paz, en libertad y en una relativa fraternidad. Porque todavía somos hermanos y todavía nos queremos, ¿no?