Hermine Speier, la primera mujer judía que encontró trabajo y refugio en el Vaticano
En una época marcada por la creciente persecución antisemita en Europa, la arqueóloga judía alemana logró un contrato laboral en los Museos Vaticanos, convirtiéndose en la protegida de Pío XI y Pío XII
Se cuenta que, cuando la lluvia impedía que el Papa Pío XI diera sus habituales paseos por los jardines de la Santa Sede, solía dirigirse a las galerías de los Museos Vaticanos, acompañado por su amigo y director de los museos, Bartolomeo Nogara.
Más tarde, sería precisamente Nogara quien plantearía al Papa una propuesta algo inusual para la época: la posibilidad de contratar a una mujer para un puesto en esos mismos museos donde paseaban. Se trataba de Hermine Speier, una arqueóloga alemana de origen judío, que había sido expulsada del Instituto Arqueológico Alemán en Roma, como otros muchos funcionarios de fe judía.
En 1934, según relata un artículo de Religión en Libertad, los Museos Vaticanos decidieron contratarla en un gesto audaz para esos tiempos. Este nombramiento, impulsado por Pío XI, rompió moldes en una institución que nunca antes había dado un puesto de responsabilidad a una mujer. Aún más sorprendente fue que la decisión se tomó en un contexto histórico en Europa en el que ya se estaba excluyendo a los profesionales judíos de sus países de origen.
Primera no cristiana en trabajar en el Vaticano
Graduada en la Universidad de Heidelberg, Alemania, y con una prometedora carrera en el Instituto Arqueológico Alemán de Roma, Speier destacó en la gestión de la colección fotográfica de la institución. Sin embargo, la llegada de Hitler al poder en 1933 forzó un cambio radical en su vida, obligándola a abandonar su puesto y a buscar refugio en la Ciudad del Vaticano.
Con la mediación de Ludwig Curtius, mentor de Speier y director del Instituto Arqueológico, contactó a Bartolomeo Nogara. Aunque en esa época ya trabajaban algunas mujeres en los Museos Vaticanos, sus labores se limitaban a puestos subordinados, como la restauración de tapices y otras tareas similares.
Sin embargo, en 1934, Hermine Speier fue la primera mujer no italiana y, por supuesto, la primera no cristiana en comenzar su jornada laboral en el Estado del Vaticano. Su labor consistía en organizar una fototeca arqueológica que, más tarde, sería esencial para la conservación y restauración de monumentos históricos.
Aunque la decisión de emplear a una mujer judía fue inusual, Speier trabajó bajo la protección directa del Papa, quien dio su consentimiento personal a su contrato. A pesar de este respaldo, enfrentó desafíos derivados de su origen y religión, especialmente tras la promulgación de las leyes raciales en Italia en 1938.
«Sin saberlo, ya buscaba el don de la fe»
En 1939, en un contexto de creciente amenaza para los judíos en Europa, Hermine Speier se convirtió al catolicismo. Según su biógrafa, Gudrun Sailer, esta decisión tuvo raíces tanto espirituales como personales: «Desde antes de su bautismo, Hermine Speier ya había abrazado interiormente el catolicismo». Incluso muchos años después, en una carta, Hermine recordaría una visita a una iglesia en 1923, señalando que, incluso entonces, «tal vez ya buscaba, sin saberlo, el don de la fe».
No obstante, también influyeron factores externos, como su búsqueda de estabilidad y su gratitud hacia el Vaticano. Su bautismo, primera comunión y confirmación, celebrados por el benedictino Anselm Stolz, contaron con el respaldo simbólico del Papa Pío XII, quien le envió su bendición mediante un telegrama.
La audacia de la Santa Sede
A pesar de su conversión, los nazis que ocuparon Roma entre 1943 y 1944 continuaron considerándola judía. Para protegerla, el Papa Pío XII intervino directamente, ocultándola en el monasterio de las benedictinas junto a las catacumbas de Priscila. Si los nazis hubieran registrado el convento, Hermine Speier tenía la posibilidad de escapar a través de un pasadizo secreto hacia las catacumbas, igual que lo hacían los primeros cristianos perseguidos.
Allí ayudó en la biblioteca y se evitó su deportación durante la gran redada de judíos en octubre de 1943, que llevó a cientos de personas a los campos de exterminio. Tras la guerra, Speier continuó trabajando en los Museos Vaticanos, donde asumió la responsabilidad de la colección de antigüedades en 1961. Durante su carrera, realizó contribuciones significativas, como el hallazgo de una cabeza de caballo del Partenón y de las estatuas Aurai, piezas destacadas de la colección vaticana. Su dedicación fue reconocida en 1965 con la Orden al Mérito Pro Ecclesia et Pontifice.
Hermine no solo sobresalió profesionalmente, sino que también se integró en la vida intelectual y cultural de Roma. Su hogar, en la colina del Gianicolo, fue un punto de encuentro para artistas y académicos, consolidando su lugar en la historia cultural de la ciudad.
Como pionera en su campo, Hermine Speier desafió los prejuicios de su tiempo. Sin embargo, fue el Vaticano quien demostró audacia al apostar por su talento, asumiendo los riesgos que ello implicaba. Su contratación ejemplifica cómo, en momentos oscuros de la historia, la Iglesia adoptó medidas concretas, lo que contrasta con las críticas recibidas por su actuación durante la Solución Final de los nazis, dejando claro que la Santa Sede no permaneció de brazos cruzados frente a las atrocidades del régimen.