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Monseñor José Adolfo Larregain, arzobispo de Corrientes (Argentina)Daniel Vara

Monseñor José Adolfo Larregain, arzobispo de Corrientes (Argentina)

«Lo primero que hago con un pandillero violento y metido en drogas es escucharle»

El prelado era un simple fraile franciscano que servía en parroquias muy pobres hasta que fue llamado por el Papa para ser arzobispo

Acaba de pisar España por primera vez, a pesar de que sus apellidos delatan raigambre vasca. «Es que antes, cuando vivía en parroquias muy marginales, tenía que estar con la gente. Ahora, como obispo, me toca viajar más», explica con modestia monseñor José Adolfo Larregain, OFM, arzobispo de Corrientes (Argentina). Enfundado en su hábito pardo de franciscano y con una sencilla cruz de madera en el pecho, es el titular de una archidiócesis un poco menor en tamaño que Galicia y con un millón de habitantes.

— Su sacerdocio se ha desarrollado en lugares especialmente pobres...

— Sí: donde era párroco en el norte de Argentina, límite con Bolivia, recuerdo que un río se desbordó y también arrasó las casas y trajo consecuencias fatales, como les ha ocurrido a ustedes recientemente en España. Después estuve viviendo en el conurbano bonaerense muchos años, en lugares de cinturones de pobreza muy fuerte, muy marginal, con mucha violencia. Un lugar de ellos emblemático, tristemente conocido como Fuerte Apache, que quizás Carlos Tévez (exfutbolista y entrenador argentino) lo ha hecho famoso porque él procede de allí.

— ¿Qué hace un fraile franciscano cuando se encuentra con un pandillero violento, metido en drogas y delincuencia?

— Lo primero, escuchar; mucha pastoral de la escucha, acompañamiento, sostener a la familia. Y se hace lo que se puede con lo que se tiene, que generalmente los recursos son muy pocos. La gran carencia de afectos, de amor, las problemáticas familiares; son muchos los factores que inciden y que justamente la pobreza ayuda también a que se potencie.

— Y ahora, como arzobispo, ¿se enfrenta a problemas similares?

— La arquidiócesis de Corrientes, en cuanto a población, no tiene nada que ver. Donde yo era párroco en el conurbano bonaerense, tenía 60.000 habitantes. Donde yo vivo ahora, hay ciudades que no llegan a esa cantidad de población, pero los territorios son muy distantes. Por ejemplo, antes de viajar aquí a Madrid, recorrí 570 kilómetros para celebrar dos misas dentro de la misma diócesis. Las distancias son muy grandes y, lamentablemente, la pobreza en Argentina en este momento está prácticamente en el 50%. Si bien es una zona muy rica y con muchas posibilidades, la población es muy pobre.

El caso de La Plata

— Desde que el Papa Francisco fue elegido Sumo Pontífice, evidentemente el foco se ha puesto muchas veces en la Iglesia argentina. ¿Nos puede contar qué ha pasado con el arzobispo de La Plata? Se han dado tres renuncias consecutivas de obispos en apenas unos meses...

— Yo no lo sé. Monseñor Gabriel Antonio Mestre, muy querido en Mar de Plata, por ser oriundo de esa diócesis, después asume el cargo como arzobispo de La Plata. Bueno, tuvo alguna conversación con el Santo Padre y después vino su renuncia, y ahora ha sido designado uno de los obispos auxiliares de la arquidiócesis de Buenos Aires, monseñor Gustavo Carrara. Esto ha sido una grata sorpresa, porque él también tiene una experiencia muy fuerte en barrios y en zonas marginales de Buenos Aires. Precisamente, el 28 de diciembre asumirá la diócesis...

— ¿Usted conoce personalmente al Papa Francisco?

— Muy poco, muy poco, ¿eh? En el curso de los obispos que realizamos en Roma cuando se nos designa, lo conocí personalmente, y he podido hablar con él dos minutos nada más, apenas un saludo protocolar. No tengo la experiencia de un trato personal con él.

Pocos jóvenes

— ¿En Argentina se da con la misma intensidad ese nihilismo que se percibe en Europa entre los jóvenes, o está más amortiguado?

— Se percibe, se percibe en parte. Quizás está un poco más amortiguado, y hay un sector juvenil que tiene un gran compromiso, especialmente desde el área de lo social y desde lo ecológico. Eso entusiasma mucho a los jóvenes... Sí; en gran parte de las parroquias se ve poca población juvenil y el índice de natalidad está bajando. Bueno, esto es un gran desafío: cómo llegar a los jóvenes, cómo llegar a las nuevas generaciones, a la cultura Z, donde necesitamos adaptarnos, aggiornarnos a los desafíos de estos tiempos.

— ¿Cómo está el tema de las vocaciones en Argentina?

— Están en baja. Es una seria problemática. Ahora, a nivel Conferencia Episcopal se está empezando a hablar y se va a declarar seguramente un año vocacional. Es una pirámide invertida: Son muchos los mayores y pocos los que ingresan. Después hay que ver la perseverancia también, pero es una seria problemática tanto para la vida secular como para los religiosos.

— Ustedes, por ejemplo, en Corrientes, ¿cuántos seminaristas tienen?

— En este momento andamos alrededor de los 23.

— No es un mal número para las cifras europeas...

— No, pero hay algunas diócesis que hace años que no tienen ninguna vocación.

— ¿Y ustedes, los franciscanos?

— Estamos teniendo muy pocas vocaciones últimamente y también un alto envejecimiento.

— En la Conferencia Episcopal Argentina, usted está implicado en la comisión de inmigrantes, ¿verdad?

— Efectivamente, y aquí tenemos grandes desafíos. Por ejemplo, estamos recibiendo grandes contingentes de venezolanos, y tratamos de brindar ayuda. Para eso se organizan talleres, se organiza la reinserción laboral, cursos de idiomas.