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19 de septiembre de 2024

También Clara, una joven de Asís, de familia noble, se unió a la escuela de Francisco. Así nació la Segunda Orden franciscana, la de las clarisas, otra experiencia destinada a dar insignes frutos de santidad en la Iglesia. También el sucesor de Inocencio III, el Papa Honorio III, con su bula Cum dilecti de 1218 sostuvo el desarrollo singular de los primeros Frailes Menores, que iban abriendo sus misiones en distintos países de Europa, incluso en Marruecos. En 1219 Francisco obtuvo permiso para ir a Egipto a hablar con el sultán musulmán Melek-el-Kâmel, para predicar también allí el Evangelio de Jesús. Deseo subrayar este episodio de la vida de san Francisco, que tiene una gran actualidad. En una época en la cual existía un enfrentamiento entre el cristianismo y el islam, Francisco, armado voluntariamente sólo de su fe y de su mansedumbre personal, recorrió con eficacia el camino del diálogo. Las crónicas nos narran que el sultán musulmán le brindó una acogida benévola y un recibimiento cordial. Es un modelo en el que también hoy deberían inspirarse las relaciones entre cristianos y musulmanes: promover un diálogo en la verdad, en el respeto recíproco y en la comprensión mutua (cf. Nostra aetate, 3). Parece ser que después, en 1220, Francisco visitó la Tierra Santa, plantando así una semilla que daría mucho fruto: en efecto, sus hijos espirituales hicieron de los Lugares donde vivió Jesús un ámbito privilegiado de su misión. Hoy pienso con gratitud en los grandes méritos de la Custodia franciscana de Tierra Santa. A su regreso a Italia, Francisco encomendó el gobierno de la Orden a su vicario, fray Pietro Cattani, mientras que el Papa encomendó la Orden, que recogía cada vez más adhesiones, a la protección del cardenal Ugolino, el futuro Sumo Pontífice Gregorio IX. Por su parte, el Fundador, completamente dedicado a la predicación, que llevaba a cabo con gran éxito, redactó una Regla, que fue aprobada más tarde por el Papa. En 1224, en el eremitorio de la Verna, Francisco ve el Crucifijo en la forma de un serafín y en el encuentro con el serafín crucificado recibe los estigmas; así llega a ser uno con Cristo crucificado: un don, por lo tanto, que expresa su íntima identificación con el Señor. La muerte de Francisco —su transitus— aconteció la tarde del 3 de octubre de 1226, en "la Porziuncola". Después de bendecir a sus hijos espirituales, murió, recostado sobre la tierra desnuda. Dos años más tarde el Papa Gregorio IX lo inscribió en el catálogo de los santos. Poco tiempo después, en Asís se construyó una gran basílica en su honor, que todavía hoy es meta de numerosísimos peregrinos, que pueden venerar la tumba del santo y gozar de la visión de los frescos de Giotto, el pintor que ilustró de modo magnífico la vida de Francisco. Se ha dicho que Francisco representa un alter Christus, era verdaderamente un icono vivo de Cristo. También fue denominado "el hermano de Jesús". De hecho, este era su ideal: ser como Jesús; contemplar el Cristo del Evangelio, amarlo intensamente, imitar sus virtudes. En particular, quiso dar un valor fundamental a la pobreza interior y exterior, enseñándola también a sus hijos espirituales. La primera Bienaventuranza en el Sermón de la montaña —Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 3)— encontró una luminosa realización en la vida y en las palabras de san Francisco. Queridos amigos, los santos son realmente los mejores intérpretes de la Biblia; encarnando en su vida la Palabra de Dios, la hacen más atractiva que nunca, de manera que verdaderamente habla con nosotros. El testimonio de Francisco, que amó la pobreza para seguir a Cristo con entrega y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo asimismo un estilo de vida sobrio y un desprendimiento de los bienes materiales. En Francisco el amor a Cristo se expresó de modo especial en la adoración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. En las Fuentes franciscanas se leen expresiones conmovedoras, como esta: "¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote! ¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad: que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!" (Francisco de Asís, Escritos, Editrici Francescane, Padua 2002, p. 401). En este Año sacerdotal me complace recordar también una recomendación que Francisco dirigió a los sacerdotes: "Siempre que quieran celebrar la misa ofrezcan purificados, con pureza y reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo" (ib., 399). Francisco siempre mostraba una gran deferencia hacia los sacerdotes, y recomendaba que se les respetara siempre, incluso en el caso de que personalmente fueran poco dignos. Como motivación de este profundo respeto señalaba el hecho de que han recibido el don de consagrar la Eucaristía. Queridos hermanos en el sacerdocio, no olvidemos nunca esta enseñanza: la santidad de la Eucaristía nos pide ser puros, vivir de modo coherente con el Misterio que celebramos. Del amor a Cristo nace el amor hacia las personas y también hacia todas las criaturas de Dios. Este es otro rasgo característico de la espiritualidad de Francisco: el sentido de la fraternidad universal y el amor a la creación, que le inspiró el célebre Cántico de las criaturas. Es un mensaje muy actual. Como recordé en mi reciente encíclica Caritas in veritate, sólo es sostenible un desarrollo que respete la creación y que no perjudique el medio ambiente (cf. nn. 48-52), y en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año subrayé que también la construcción de una paz sólida está vinculada al respeto de la creación. Francisco nos recuerda que en la creación se despliega la sabiduría y la benevolencia del Creador. Él entiende la naturaleza como un lenguaje en el que Dios habla con nosotros, en el que la realidad se vuelve transparente y podemos hablar de Dios y con Dios.

Retrato de Clara de Asís

¿Qué santo celebramos hoy, 11 de agosto?

Hoy conmemoramos a santa Clara de Asís

Un 11 de agosto, el del año 1253, fue el verdadero dies natalis, cuando dejó este destierro para pasar a su verdadera casa. Estaban presentes, cuando Clara murió, los frailes franciscanos León, Ángel y Junípero, aquellos que de modo más genuino habían entendido y hecho vida el espíritu del Poverello. Ese día quiso, en un primer momento, decir la misa del común de vírgenes –que no funeral de difuntos– el Papa Inocencio IV, por el convencimiento personal que tenía de su llegada al Cielo.

No había preocupación en la casa del conde de Favarone por buscar marido para ninguna de sus hijas; había dinero y bienes abundantes para dotarlas de modo conveniente como sucedía en su tiempo. Eran de buen ver sin que el buen Dios les hubiera negado a las hijas ninguna de las abundantes dotes de su hermosa madre, la bella Ortolana. Ya algún mozo de familia ilustre –e incluso otros algo más viejos– les habían lanzado los tejos.

Vivían allí los Favarone: En la patria pequeña del que años antes había sido tachado de loco, cuando vendió todos sus bienes para darlos a los pobres y decidió romper con los anhelos del mundo y sus criterios. Ella, Clara Favarone, se había embelesado con la doctrina de Francisco que se comentaba por Asís y al que se acercó, primero con mucho recato, luego con firme decisión y siempre con tan grandísimo respeto que llegó a ser auténtica veneración. Deseaba saber si era posible a la mujer vivir como ellos... se refería a los pocos que ya seguían al que practicaba de modo tan genuino y radical el Evangelio. Había captado desde su feminidad y con intuición certera el espíritu de aquel predicador incomprendido y hasta despreciado por sus paisanos. Quería vivir bajo su dirección y consejo.

Cuajada la vocación, decide otra locura para los hombres a sus dieciocho años. Se escapa de su casa y va a ver al hombre santo. En la iglesia de la Porciúncula, primero hay un solemne corte de pelo y después la imposición del velo, con promesa de obediencia a Francisco. Provisionalmente entra en el convento benedictino de San Pablo de las Abadesas donde la acogerán las monjas y luego pasará a Sant´Angelo in Panzo.

Se forma, con toda lógica humana, una auténtica revolución en casa al notar su ausencia. La familia de Clara y los criados se movilizan en busca del paradero. Localizada la joven, quieren obligarla a regresar a casa y luego estudiará la familia el asunto con tranquilidad; su padre, Favarone di Offreduccio, utiliza primero mimos, después razones y por último amenazas; no le queda más remedio a Clara que meterse en la iglesia y, agarrada a un altar, se quita el velo para mostrar, sin la cabellera larga de otro tiempo, la cabeza rapada; es un signo evidente de que su decisión la tomó en serio y convencida. Todos quedan perplejos, pero menos que cuando, a los pocos días, Inés, la otra hermana, se escapa también de casa para recorrer el mismo camino que Clara y con idéntica decisión.

Y vienen otras; se cuentan hasta diecisiete las que pasan a un nuevo convento que Francisco ha buscado para que puedan vivir sin testigos según la regla que él ha ido preparando para ellas. Es San Damián, también en Asís, en una vivienda que había restaurado Francisco; y el modo de vivir el espíritu franciscano es muy parecido al de ellos. En 1215 se aprobó la segunda Orden. Clara es la abadesa que por cuarenta y dos años gobernará a las «Damas Pobres». Aquellos muros fueron testigos de amor intensísimo a Jesucristo en la Eucaristía, mantenido en la contemplación de Jesús-Niño en Belén y de Jesús en la Pasión, de incontables penitencias y de admirable paciencia alegre en las continuas enfermedades que padecía.

Las clarisas habían tomado de la mano para siempre a la hermana Pobreza y no querían soltarla. Es su carisma. Vivirían solo de limosna –como mendigas– y ¡que fueran pequeñas! La misma Clara se negaba a tomar donaciones que le ofrecieron y defendió la pobreza total y absoluta con uñas y dientes, con pasión, cuando un papa quiso mitigarla. No cedió jamás a su espíritu por consejo o enseñanza de nadie. Cuentan sus biógrafos que ni siquiera aceptó un pan si estaba entero, prefería el mendrugo sobrante. Fue copia fiel del espíritu de Francisco, su maestro, haciendo una perfecta versión femenina de su pensamiento.

Por cierto, antes de morir san Francisco, viendo la veneración que le mostraba Clara, fue apartándose de sus monjas porque no quería ser un obstáculo entre ellas y Dios. Se ve que la generosidad y el desprendimiento los refería no solo de las cosas, sino en sentido pleno.

¿Sabías que a Clara la canonizó, el 15 de agosto de 1255, su amigo y protector el Papa Alejandro IV, solo a los dos años de su marcha al Cielo? ¿Sabías que también su propia madre pasó, cuando quedó viuda en el año 1226, a engrosar el número de monjas de su convento? ¿Y que su otra hermana, Beatriz, entró igualmente tres años más tarde? ¿Sabías que el primer convento de «Damas Pobres» se abrió en España en 1228?

Otros santos del día

Agilberta, confesor; Sereno, Rufino, Taurino, Gauderico, obispos; Digna, Donaldo, Eliano, Filomena, Neófito, Gayo, Gayano, Zenón, Tiburcio, Marcio, Macario, mártires; Rustícula, Equicio, abades; Susana, Lelia, Digna, vírgenes; Gerardo, eremita.

Pasos para la canonización

El acto de canonización suele ser por lo general presidido por el Papa, y es una de las ceremonias más importantes de la Iglesia católica. El proceso de canonización se produce tras la muerte del santo y normalmente la petición viene precedida por las siguientes etapas:
  • Postulación: es el proceso por el cual se presenta y se da a conocer la intención de proponer a una persona como santo. Este proceso requiere de datos biográficos y testimonios.
  • Siervo de Dios: iniciación del postulado dentro de proceso de beatificación y declaración como persona vinculada a la Iglesia católica.
  • Venerable: equivale a persona digna de estima y de honor. Asociado a una vida ejemplar y previo a la beatificación.
  • Beatificación: si se prueba la existencia de un milagro relacionado con el venerable se procede a la beatificación.
  • Canonización: si al beato puede atribuirse un segundo (o más) milagros se procede a canonizarle.
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