En el año 2014, Isabel II estuvo por última vez en el Vaticano. Durante 17 minutos de los 30 que estaban previstos, las cabezas de las iglesias católica y anglicana charlaron sin periodistas ni otra compañía que la suya. Nada trascendió de su diálogo, solo la información sobre los obsequios que intercambiaron. Francisco le entregó un mapa mundi con una cruz de plata para su bisnieto Jorge, hijo de los duques de Cambridge. Y ella, un facsímil de un decreto del año 600 que extiende el culto a san Eduardo, el Confesor, que fue rey de Inglaterra, junto con una cesta de productos biológicos, como miel, carne y hasta una botella de whisky escocés. Regalos que se intercambiaron tras una espera de 15 minutos de la que la Reina se disculpó. Estaba comiendo con el presidente y había renunciado a su siesta de media hora recomendada por sus médicos.