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La Piedad de Miguel Ángel

La Piedad de Miguel Ángel

Los seis enigmas de la 'Piedad', la única obra firmada por Miguel Ángel que mora en San Pedro

La única obra firmada de Buonarroti ve pasar cada día a miles de visitantes, pero no todos son capaces de percibir los detalles que el artista dejó impresos en el mármol

Tras el cristal, María ve pasar cada día a más de 20.000 personas. Un segundo de admiración y al siguiente punto de la gran basílica de San Pedro del Vaticano. El único rostro que no es fugaz para ella, además del de san Pedro de Alcántara (en la hornacina frente a la famosa obra de Buonarroti), es el de su hijo. Cristo yace en su regazo, recién bajado de la cruz.

Es una escena íntima la que ha quedado grabada en mármol, a pesar de que siempre está rodeada de personas. La Pietá de Miguel Ángel es considerada una de las obras más bellas del Renacimiento. El florentino esculpió a Jesús y a María con tan solo 24 años y dejó algunos secretos que no son perceptibles a la vista general.

Uno de los detalles que Buonarroti imprimió en el mármol fue su propia firma. Ninguna otra obra de Miguel Ángel lleva su rúbrica, pero según cuenta la leyenda, una noche se coló en la sala donde se exponía la Pietá para grabar su nombre, al poco tiempo de haberla entregado. Se había enterado de que le estaban atribuyendo el trabajo a otra persona. Nadie era capaz de creer que con su edad hubiese conseguido un bulto redondo tan perfecto. «Michaelacelus Bonarotus Floren Facieba» es la inscripción que desde entonces lleva la banda que cruza las vestimentas de la Virgen María.

Ejes de simetría

El detalle anatómico de los cuerpos es una de las maestrías del florentino. Las venas y los músculos de ambas figuras son la muestra de la destreza técnica que Miguel Ángel había conseguido a tan corta edad. A esto se suma el esfumado con el que los contornos parecen estar difuminados y da una mayor sensación de tridimensionalidad. Todo el conjunto tiene forma de triángulo equilátero elevado sobre una base elíptica, lo que le da estabilidad a la composición. Esta pirámide imaginaria es atravesada por dos ejes de simetría, como el que une el brazo derecho de Jesús con el izquierdo de su madre: uno, inerte y el otro, lleno de vida y compasión. El otro recorre el cuerpo de Cristo: una línea quebrada que contrasta con los pliegues del manto de María que cae hasta sus pies.

La Virgen aglutina varios de estos misterios sin resolver de la Piedad. Su rostro impasible, sus manos, su imponente tamaño o su eterna juventud son algunos de ellos. María parece representada con una edad menor a la que tiene su hijo, muerto en sus brazos. Cuando preguntaron a Miguel Ángel el porqué, dijo: «Las personas enamoradas de Dios no envejecen nunca». A pesar del momento tan duro que atraviesa, no hay mueca de tristeza en su cara, algo significativo a lo largo del Renacimiento, en el que prima la belleza sobre el sufrimiento.

Si la Virgen se pusiese de pie

Si la figura de María cobrase vida y se pusiese en pie, su altura sería demasiada. Aunque parece una obra en tamaño natural, existe una explicación para estas mayores dimensiones de la madre: no es más que una técnica de corrección óptica para dar balance a la escultura y de darle protagonismo a la nazarena, igual que hizo Fray Angélico en su Anunciación.

El cuerpo inerte de Jesús reposa sobre el regazo de su madre. Casi parece que pueda resbalar sobre sus ropajes, así sería si María no lo sujetase, no obstante, no lo toca. Como muestra de respeto y honor, las manos de la Virgen no tocan en ningún momento la carne de Cristo, sino que siempre hay entre medias algún paño.

En 1972, un atentado contra la obra –se llevó la nariz de María y su brazo izquierdo– provocó que fuese instalado un cristal antibalas frente a ella. Los daños pudieron ser reparados, pero los visitantes ya no podrían ver sus 360 grados nunca más. Buonarroti sabía que había partes de la escultura que no serían visibles, pero aún así las talló igual. La prueba de ello es la espalda de Jesús. Solo algunos privilegiados han podido meter la mano entre el manto de la Virgen y el cuerpo de Cristo y tocar el dorso, que el florentino tuvo que esculpir con unos cinceles especialmente cortos.

Esta no es la única Piedad que Miguel Ángel compuso durante su carrera, aunque sí la primera. Las tres, la del Vaticano, la de Bandini y la de Rondanini están esculpidas en un solo bloque de mármol, cada una en el suyo, pero la única que está terminada fue la que tan joven esculpió.

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