De uniforme de guardia suizo a sotana: «Tenía la sensación de que Dios me llamaba a otra cosa»
Un folleto publicitario sobre el ejército más pequeño del mundo fue el detonante para que Didier Grandjean encontrara su vocación como guardia del Papa y después como futuro sacerdote
«ve, éste es tu camino». Estas fueron las palabras que el padre de Didier Grandjean, fallecido un mes después, le dijo a su hijo cuando le dio la noticia de que iba a entrar en el seminario. Por aquel entonces Didier formaba parte del ejército más pequeño del mundo: la Guardia Suiza, el cuerpo militar encargado de la seguridad del Papa y de la Santa Sede. Formado por 135 soldados, ser parte de este ejército tiene sus requisitos: el postulante debe medir un mínimo de 1,74, tener el estado civil de soltero, poseer el grado de secundaria o un título profesional y profesar la fe católica, requisito imprescindible pues su cometido es defender al Pontífice y la Ciudad del Vaticano.
El joven cumplía todo ello. Didier, de 32 años, cambió su trabajo como suboficial de la guardia suiza por la vocación al sacerdocio en el seminario de Friburgo, su tierra natal. En una reciente entrevista a Radio Vaticana explica cómo se fue fraguando en él la llamada a convertirse en ministro de Dios.
Todo empezó con ocasión del 500 aniversario de la fundación de la Guardia Suiza Pontificia en 2006, cuando Grandjean se encontró con un folleto publicitario en una de las reuniones informativas de la guardia: «Siempre guardé este folleto en mi mesilla de noche, así que siempre se quedó conmigo. Ese recuerdo me ha acompañado durante toda mi futura carrera y nunca me ha abandonado. Aquella sesión informativa fue el detonante para que me alistara en la Guardia Suiza», afirma.
«La verdadera disciplina está en el servicio»
La disciplina es un elemento central en la vida de un guardia suizo, y Didier Grandjean lo experimentó de primera mano. Mantener el uniforme impecable, estar siempre afeitado y la rigurosa puntualidad son solo aspectos superficiales de una rutina más profunda. Según Grandjean, la verdadera disciplina «se manifiesta en el servicio desinteresado, paralelismo central entre el uniforme y la sotana».
Esta disciplina es crucial también en la vida espiritual, especialmente en la oración, la cuál compara con un combate. Destaca que no siempre es fácil encontrar tiempo para rezar, pero que, sin embargo, es en esa lucha diaria donde encuentra la fuerza para continuar su camino. Grandjean ha aprendido que la verdadera esencia de la disciplina no radica solo en la apariencia externa, sino en el compromiso profundo con el servicio a los demás y a Dios, principio que guiará su vida mientras avanza en su vocación sacerdotal.
Durante sus ocho años en la guardia suiza, Grandjean desarrolló un profundo sentido de camaradería con sus compañeros, algo que considera esencial en cualquier vocación de servicio: «La conciencia de servicio es importante, ya sea en la Guardia Suiza, en el seminario o como sacerdote», valor que ha forjado en sus últimos años de guardia privada del Papa.
Más allá de la camaradería, Grandjean también destaca la importancia de la humildad en el servicio. Para él, el título papal Servus servorum Dei (siervo de los siervos de Dios) es una inspiración constante: «En la Guardia Suiza nos ponemos al servicio del Papa, de la Iglesia y de todos los fieles. Debemos ejercer este servicio con gran humildad», reflexiona.
Responder a una vocación
La vocación sacerdotal de Didier Grandjean se desarrolló de manera gradual, influenciada por sus años de servicio en la guardia suiza y por sus experiencias en el Vaticano. «La palabra 'vocación' viene de 'vocare', que significa 'llamar' en latín. Es una llamada, algo que sientes dentro. Para mí, esta llamada se desarrolló gradualmente», explica. Fue un proceso de descubrimiento que se fue revelando poco a poco, hasta que finalmente comprendió que Dios lo estaba llamando a seguir un camino diferente.
El apoyo de su familia y amigos fue crucial cuando tomó la decisión de entrar en el seminario. Grandjean recuerda con emoción cómo su padre y su abuela, ambos fallecidos, lo animaron a seguir la llamada que sentía en su corazón: «Sé que ambos me cuidan ahora desde el cielo», dice. Estas palabras de aliento, junto con el apoyo de sus seres queridos, le dieron la fuerza necesaria para abrazar su nueva misión.
A pesar de las dudas y el escepticismo que algunos podrían haber tenido, Grandjean encontró en su vocación una fuente de confianza y determinación. «Tenía la sensación de que Dios me llamaba a otra cosa, a seguir sirviéndole, pero de otra manera», afirma. Con esta convicción, continúa su camino hacia el sacerdocio, llevando consigo las lecciones aprendidas durante su tiempo como guardia suizo y con la firme intención de servir a Dios y a su comunidad con humildad y dedicación.