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Michel saludando al Papa Francisco

Michel Staszewicz saludando al Papa FranciscoVatican News

Entrevista a Michel Staszewicz

Ex guardia suizo y futuro seminarista: «No fue fácil decir que sí»

29 meses de servicio al Papa, 1266 kilómetros en bicicleta para agradecer a Dios su vida en Roma y, ahora, pasará a ser uno de los 180 seminaristas de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro

Con 23 años, Michel Staszewicz, nacido en Polonia en 1998, decidió cambiar de rumbo en su vida, dejar su carrera profesional e ingresar en la Guardia Suiza, movido por «un profundo deseo de entregar mi vida». No siempre vivió momentos fáciles: enfrentó desafíos que lo pusieron a prueba, pero siempre mantuvo su fe y determinación, encontrando en su nuevo camino un sentido profundo y duradero.

¿Qué te movió a decidir ingresar en la Guardia Suiza y por qué después solo quisiste hacer el servicio mínimo de dos años?

–La Guardia Suiza es conocida por todos los católicos suizos y especialmente por los jóvenes. La mayoría de ellos conocen a alguien que ha servido en el cuerpo del Vaticano. Tuve amigos que me animaron a presentarme. Durante varios años, rechacé la idea porque estaba estudiando Derecho en la universidad y deseaba empezar a trabajar. Dos años no parece mucho tiempo, pero los 29 meses que pasé en Roma fueron un gran compromiso y un sacrificio importante.

Al final, lo que me convenció para unirme a la Guardia Suiza fue un conjunto providencial de circunstancias impulsadas por el testimonio de amigos, viajes a las Jornadas Mundiales de la Juventud y, sobre todo, un profundo deseo de entregar mi vida, al menos durante un tiempo, por la Iglesia.

Último servicio de Michel en la Puerta de Bronce, en el Vaticano

Último servicio de Michel en la Puerta de Bronce, entrada principal del palacio Apostólico, en el Vaticano

«Fidelidad, discreción y disponibilidad»

Aparte de la disciplina y el orden que se adquiere en los cuarteles militares, ¿qué se aprende siendo guardia privada del Papa?

–Es cierto que la vida militar constituye la rutina diaria del servicio. Aparte de los hábitos que hay que adquirir en los cuarteles, está todo el oficio de guardia papal. Hay que conocer el Vaticano, sus palacios y sus patios, y ser capaz de reconocer a las personas que trabajan allí, la jerarquía y los despachos de la Secretaría de Estado, además de las costumbres de la Curia: un obispo no recibe el mismo saludo que un monseñor, y no todos los sacerdotes o colaboradores de los Estados Pontificios pueden entrar en el palacio Apostólico. Luego, controlamos las principales entradas al Vaticano y, por consiguiente, también estamos armados y entrenados para manejar las situaciones y tácticas más comunes del trabajo policial.

Muchos sólo conocen de la Guardia Suiza el servicio de honor, el uniforme, la alabarda, etc. Está claro que tenemos que aprender a permanecer de pie durante horas y a menudo sin movernos, pero esto es sólo el aspecto visible de nuestro trabajo. Obviamente, el corazón de nuestro servicio es la seguridad personal del Sumo Pontífice. Los guardias más veteranos viajan con el Papa y se encargan de su seguridad posicionándose al lado del «Papamóvil», pero incluso en el primer año podemos encontrarnos muy cerca de él. Aprendemos así a conocer al Sucesor de Pedro en su intimidad y a servirle con fidelidad, discreción y disponibilidad.

Del mismo modo, la acogida de los peregrinos y la disponibilidad para responder a las numerosas preguntas de los visitantes en distintos idiomas son aspectos muy humanos que requieren espontaneidad y flexibilidad. Para todo ello, a diferencia de las clases de italiano, no existe un manual o curso específico: la experiencia y la vida en el Vaticano nos enseñan.

Michel en el momento del juramento de la Guardia Suiza

Michel en el momento del juramento de la Guardia Suiza. El 3 de su mano simboliza la Trinidad

¿Cuál fue el momento más duro que viviste en tus años en el Vaticano y el más emocionante que nunca pensaste que te podría ocurrir?

–Sin duda, el momento más doloroso fue la partida. Sería imposible marcharse sin la tristeza de dejar unos amigos que se habían convertido en hermanos, una ciudad que había sido mi hogar y una vida que se había convertido en una maravillosa aventura. Hubo muchas dificultades, por supuesto. Algunos meses de servicio fueron especialmente duros. A menudo trabajamos de noche y descansábamos poco.

A veces, las horas de pie pueden parecer interminables. Imagínate también servir al sol durante el verano en Roma. No son precisamente los mejores recuerdos. Pero todo esto se compensa con momentos extraordinarios y, a menudo, emocionantes: acababa de terminar algo más de un mes de servicio cuando me encontré por primera vez con el Santo Padre. Era Domingo de Pascua y estaba solo en la espléndida sala regia del palacio Apostólico. Pude desearle al Papa una Feliz Pascua en persona.

Éste es sólo un ejemplo de los muchos recuerdos inolvidables. En realidad, no podría hacer una lista precisa de los momentos más fuertes, porque las experiencias únicas fueron muy diversas y casi diarias. No habría podido imaginar ninguna de las experiencias vividas gracias a la Guardia Suiza.

Michel, en la gruta del santuario de Lourdes, lugar que visitaba con frecuencia durante su infancia y adonde quiso volver como agradecimiento antes de acabar su servicio

Michel, en la gruta del santuario de Lourdes, lugar adonde quiso volver como agradecimiento antes de acabar su servicio

Peregrinación y decisión de entrar en el seminario

Cuando dejaste la Guardia decidiste peregrinar en bicicleta desde Roma hasta el santuario de Lausanne, en Suiza. ¿Qué te aportó espiritualmente esa experiencia?

–Muchos guardias abandonan el Cuerpo de esta manera, a menudo caminando de vuelta a casa por la Vía Francígena, el antiguo camino a Roma. Para mí, fue una oportunidad de desvincularme del servicio en la Guardia y dar el último adiós a esta extraordinaria experiencia. Nunca había hecho una larga peregrinación en solitario y descubrí la fuerte espiritualidad del camino. Creo que el peregrino recibe en función de lo que ofrece y de lo que decide ofrecer de esfuerzo físico en la ruta. Por un lado, están los encuentros y los sucesos imprevisibles del camino que hacen crecer en la confianza en la Providencia. Por otro, hay una nueva vida de oración que se desarrolla a medida que uno se desprende de su comodidad cotidiana.

Michel en su peregrinación a Suiza desde Roma

Michel realizó 1266 kilómetros en bicicleta, en su peregrinación desde Roma al santuario de Lausenne.

Es muy parecido a un retiro, pero orientado hacia una meta concreta con obstáculos visibles. En mi opinión, una larga peregrinación permite que el cuerpo y el alma recuperen la armonía, porque los deseos de uno y otro se vuelven gradualmente similares y necesariamente compatibles. Ofrecí mi viaje como agradecimiento al Señor por los años que pasé en Roma. También pude ofrecer muchas dificultades del camino como oración por mis amigos y familiares que seguían el viaje. Así que volví a casa en paz y con un nuevo equipaje espiritual que seguramente me será útil, sobre todo en los momentos más difíciles.

Y ahora te vas al seminario... ¿ Cuándo recibiste la llamada?

–Esta fue la mayor sorpresa de mi estancia en la Guardia Suiza. Decidí ingresar en el seminario de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro de Wigratzbad sólo unos meses antes de terminar mi servicio. No era mi plan de vida y, desde luego, no imaginaba que la vida en el Vaticano me ayudaría a discernir una llamada al sacerdocio. Si esta llamada se confirma en los años de preparación que me esperan, podré decir con certeza que no fue un único momento decisivo lo que constituyó la llamada, sino una sucesión de signos que no quise ver durante tantos años.

No fue fácil decir que sí. Uno renuncia a su vida tal como la había planeado por el gran plan de Dios formado por acontecimientos imprevistos. Pero cuando los sueños de uno se ven superados por un deseo infinitamente mayor, hay que tener el valor de confiar y dejar actuar a Cristo. Está claro que cuando confié y dije sí al servicio en la Guardia Suiza Pontificia, esto me preparó para decir sí ahora, si Dios quiere, al servicio sacerdotal.

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