Fundado en 1910

Las predicaciones de Juana de la Cruz cobraron tanta fama, que el propio cardenal Cisneros la tomó como su protegida

Juana de la Cruz, una monja española a quien Carlos V acudía en busca de consejo

El Papa Francisco ha declarado beata a esta española sin necesidad de un milagro o ceremonia que lo confirme

Su renombre se extendió rápidamente, tanto entre el pueblo como entre la nobleza. Era una monja española, de la orden de los franciscanos. También era abadesa del convento de Nuestra Señora de la Cruz, en Cubas de la Sagra, en Madrid. Era una especie de 'mujer párroco' que, aunque no celebraba sacramentos, se dedicó a predicar durante 20 años en la España del Siglo de Oro. Su nombre era Juana de la Cruz.

Sus predicaciones llegaron a cobrar tanta fama, que el propio cardenal Cisneros la tomó como su protegida, y figuras como el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, y el emperador Carlos V, acudían a ella en busca de consejo.

Además de su devoción, Juana dejó un impacto duradero en la comunidad franciscana y en la sociedad española de su tiempo. Bajo su liderazgo, el convento de Cubas de la Sagra prosperó y fue reconocido por su influencia en la vida religiosa y social. Quizá por todo ello, el Papa ha aprobado la 'beatificación equipolente' de esta mujer conocida como la «santa Juana de Cubas de la Sagra», sin necesidad de un milagro que lo confirme.

Devota de la Virgen desde los 4 años

Nacida en Azaña, Toledo, en 1481, se consagró a Dios desde joven, huyendo de un matrimonio concertado a los quince años para emprender su viaje hacia la vocación religiosa. Su conexión con la Virgen María comenzó desde pequeña, cuando a los cuatro años sufrió una caída de caballo y experimentó una visión de la Virgen y su ángel de la guarda, lo que marcó el comienzo de una vida dedicada a la devoción mariana.

A los 28 años, fue nombrada abadesa del monasterio en Cubas de la Sagra, donde dedicó su vida a servir a Dios y a la comunidad, siendo conocida por su sabiduría, dones proféticos y milagrosos.

En 1507, Juana de la Cruz vivió lo que en la mística se conoce como un «desposorio místico», una experiencia en la que se sentía unida a Cristo, con la Virgen María como madrina, entregando el anillo de compromiso al Hijo. Al año siguiente, comenzó a mostrar estigmas en su cuerpo, y en 1508 sufrió una pérdida temporal del habla durante siete meses. A pesar de este desafío, su capacidad de predicación se expandió, ganándose el permiso de las autoridades eclesiásticas para enseñar y guiar a la comunidad con su palabra.

Consejera de la realeza

Según se cuenta en la revista U.S Catholic, en 1510, después de ser elegida abadesa, el cardenal Cisneros la nombró 'párroco' de Cubas de la Sagra, un cargo que causó cierta polémica, ya que era inusual que una mujer tuviera responsabilidades de este tipo. Sin embargo, el Papa Julio II ratificó el nombramiento ese mismo año, permitiéndole administrar los bienes parroquiales, pastorear a los fieles y realizar predicaciones, aunque los sacramentos seguían siendo responsabilidad de los sacerdotes, que ella misma seleccionaba.

Durante su vida, Juana de la Cruz demostró tener dones carismáticos, como el de consejo, el discernimiento de los corazones, éxtasis místicos y la capacidad de hablar lenguas desconocidas. El emperador Carlos V y el Gran Capitán fueron algunas de las personalidades que la frecuentaban para pedirle consejo, los cuales además entregaron grandes sumas de dinero a su monasterio.

El emperador Carlos V nombró a Juana de la Cruz 'consejera del Imperio'Museo del Prado

Fue allí donde sería enterrada y donde más tarde pasaría a convertirse en el 'convento de Santa Juana'. Cada año, el primer sábado de Pascua, se realiza una peregrinación que rememora su viaje hacia la vocación religiosa, desde la Ermita de Numancia de la Sagra hasta el Monasterio de Santa María de la Cruz, en el mismo camino que recorrió cuando huyó de su destino y abrazó la vida consagrada.

Además de la santidad de sor Juana, el monasterio tiene una rica historia relacionada con las apariciones de la Virgen María en 1449 a una pastorcilla llamada Inés Martínez, quien describió a la Virgen como «una Señora muy hermosa, cuyo rostro resplandecía». Estas apariciones ocurrieron en las cercanías de Cubas, y el lugar fue posteriormente conocido como Santa María de la Cruz. En los años siguientes, se documentaron numerosos milagros atribuidos a las intercesiones de la Virgen en ese sitio, consolidando la santidad de la región y la figura de sor Juana.