Francisco atraviesa la Puerta Santa en la basílica de san Pedro del Vaticano
El Papa inaugura el Jubileo en la misa de Nochebuena: «La esperanza no ha muerto, está viva»
La ceremonia ha reunido a 30.000 personas, como una anticipación de los más de 30 millones de peregrinos que llegarán a Roma en 2025 para unirse a las celebraciones del Año Santo
«Una vez en nuestro mundo, un establo tuvo algo dentro que era más grande que todo nuestro mundo», escribía el escritor inglés C.S. Lewis. Eso sucedió hace más de 2000 mil años, en un portal de Belén. Y no es simplemente lo que recordamos la noche de hoy; es lo que vuelve a suceder en nuestros corazones y en nuestros hogares: Dios nace para salvarnos.
Los villancicos que resuenan en cada rincón del mundo, la familia reunida en torno a la mesa, o una sencilla oración frente al Belén de nuestras casas, son expresiones de un júbilo del alma, de esa alegría profunda que brota al saber que la esperanza no es solo creer que las cosas cambiarán. Es vivir en una verdad que trasciende todo miedo e incertidumbre, para contemplar la grandeza que se oculta en la sencillez de Dios.
Esta noche, Roma vibra con esa misma certeza. En la basílica de San Pedro, entre luces cálidas y el murmullo de miles de fieles, el Papa Francisco ha dado inicio al Año Jubilar con un mensaje claro: «En esta noche, la puerta de la esperanza se ha abierto de par en par al mundo. Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti!». Entre los más de 30.000 asistentes se encontraba la primera ministra italiana Giorgia Meloni.
La Puerta Santa del Corazón de Dios
La apertura de la Puerta Santa, momento central del Jubileo 2025, invita a los fieles a atravesarla como símbolo de su compromiso de seguir a Cristo. Inspirado en las palabras del Evangelio de San Juan –«Yo soy la puerta. Si alguien entra por mí, se salvará», (Jn 10,9)–, el acto de cruzar este umbral expresa la voluntad de los fieles de dejarse guiar por Jesús, la «luz de la luz» proclamada en el Credo Niceno. Así, el rito inaugural no solo marca el inicio de un tiempo jubilar, sino que refuerza el lema de este año que se inaugura: ser «peregrinos de la esperanza».
Este año, como es tradición, la Misa de Nochebuena en la basílica de San Pedro cuenta con la presencia de invitados ecuménicos de diversas Iglesias y Comuniones cristianas de Roma. Entre ellos, algunos serán los primeros en cruzar el umbral de la Puerta Santa, siguiendo al Papa Francisco. Este gesto, que refleja la hospitalidad de la Iglesia católica, no pretende asociarlos con aspectos específicos del Jubileo, como la indulgencia, que no comparten, sino resaltar la fe común que todos los cristianos profesan en Jesús como la «Puerta» hacia la vida eterna.
El Pontífice no evitó profundizar en el significado de la esperanza cristiana, despojándola de romanticismos y presentándola como una llamada a la acción. Recordó que esta esperanza «no ha muerto, está viva», y que no es pasiva ni cómoda: «No tolera la indolencia del sedentario ni la pereza de quien se acomoda en su propio bienestar. No admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien solo piensa en sí mismo; es incompatible con la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal ni contra las injusticias que se cometen sobre los más pobres».
Por el contrario, en su homilía, el Santo Padre hace eco de un profundo clamor espiritual: el deseo de un mundo renovado. Recordó las palabras de un sacerdote escritor, quien pedía a Dios, en una Navidad, «algún tormento, alguna inquietud, algún remordimiento» que lo impulsaran a buscar algo más allá de las falsas seguridades.
«La esperanza cristiana», explicó el Papa, «es ese 'algo más' que nos invita a movernos rápidamente». Esa rapidez, siguiendo el ejemplo de los pastores, no es signo de turbación ni de inquietud, sino de prisa; prisa por llevarla sin tardanza, «como peregrinos de luz en las tinieblas del mundo».
Llevar esperanza «donde la vida está herida»
Con la apertura de la Puerta Santa, Francisco, con una poderosa exhortación, renueva su invitación a toda la Iglesia a transformar el mundo a través del Jubileo, a «redescubrir la alegría del encuentro con el Señor» y a no olvidar a quienes más sufren.
«Todos tenemos el don y la tarea de llevar esperanza donde la vida está herida, donde los fracasos destrozan el corazón, donde la soledad amarga de la derrota asfixia», asegura el Sumo Pontífice. Esa esperanza debe brillar en los corazones rotos, en las vidas marcadas por el fracaso, la desolación y en el cansancio de quienes no pueden seguir adelante.
La Ciudad Eterna, en esta noche santa, parece resonar con una fuerza renovada, recordándonos que en el Niño de Belén se asoma nuevamente a la tierra. Y así, mientras las campanas de San Pedro marcan el ritmo de la noche, Roma se convierte una vez más en ese transmisor de luz y esperanza para el mundo. La noche de hoy no solo celebra un nacimiento ocurrido hace más de dos mil años; celebra el nacimiento continuo de la fe y la alegría en cada corazón dispuesto a abrir su propia puerta santa.