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A rainbow appears above a statue of Pope John Paul II outside the Gemelli hospital where Pope Francis is hospitalised for tests and treatment for bronchitis in Rome, on February 18, 2025. The Vatican on February 18, 2025 cancelled two of Pope Francis's events at the weekend as the 88-year-old continues to receive hospital treatment for bronchitis. (Photo by Tiziana FABI / AFP)

Un arco iris aparece sobre una estatua del Papa Juan Pablo II fuera del hospital Gemelli
AFP

Ningún Papa ha muerto fuera del Vaticano en el último siglo

Aunque no hay normas oficiales, el delicado estado de salud de Francisco ha reavivado preguntas sobre los protocolos y procedimientos que se siguen ante el fallecimiento de un Pontífice

Con el Papa Francisco ingresado ya durante más de dos semanas en el hospital Gemelli de Roma, muchos comienzan a preguntarse si, de agravarse su situación, podría darse por primera vez en la historia reciente el caso de un Papa que fallezca en un hospital. Sin embargo, hasta ahora, ningún Pontífice ha muerto hospitalizado. Aunque han existido ingresos prolongados, operaciones de urgencia e incluso convalecencias complicadas, la tradición y el protocolo de la Iglesia han llevado a que los Pontífices hayan fallecido en su residencia papal.

Quizás uno de los casos más emblemáticos en la memoria reciente fue el de san Juan Pablo II. Tras casi 27 años de pontificado y tras haber sobrevivido a un grave atentado en 1981, su salud se fue deteriorando progresivamente a causa del Parkinson y otras complicaciones. Durante los últimos años de su vida, las visitas médicas fueron constantes, y en varias ocasiones tuvo que ser ingresado en el hospital Gemelli de Roma, al que llegó a llamar con humor «el tercer Vaticano».

Allí fue operado tras el disparo que casi le cuesta la vida y también allí se sometió a distintas intervenciones años después. En los últimos días de su vida, y a pesar de los esfuerzos médicos por mejorar la situación, fue trasladado desde el Hospital Agostino Gemelli hasta el Vaticano, donde murió el 2 de abril de 2005 en sus habitaciones del Palacio Apostólico, acompañado por sus colaboradores y tras recibir los últimos sacramentos.

La regla no escrita sobre el lugar donde debe morir un Papa

Si hablamos de finales inesperados, es inevitable mencionar a Juan Pablo I, cuyo pontificado fue uno de los más breves de la historia moderna. Elegido el 26 de agosto de 1978, su muerte llegó solo 33 días después, la noche del 28 de septiembre, después de sufrir un infarto mientras dormía.

Fue una de las hermanas religiosas que atendían la residencia papal quien encontró su cuerpo sin vida en su dormitorio del Vaticano, aún con algunos papeles de trabajo entre las manos. El fallecimiento fue tan repentino que no hubo posibilidad alguna de asistencia médica. Sin tiempo para intervenciones ni traslados, el Papa murió en su cama, en un final que dejó consternada a la Iglesia y al mundo, pero sin que mediara hospitalización alguna.

Desde entonces, y pese a que los avances médicos han permitido prolongar y mejorar la salud de los últimos pontífices, hay una regla no escrita en que la muerte papal tiene que tener un carácter en cierta forma más doméstico, rodeado de solemnidad, oración y discreción dentro de los muros del Vaticano.

Más que una norma oficial, a lo largo de los siglos se ha establecido que los Papas fallezcan tradicionalmente en el Vaticano o en su residencia oficial, convirtiéndose en una costumbre. Así ocurrió con san Juan XXIII, que murió de cáncer en 1963 en su apartamento papal, o con Pío XII, que falleció en Castel Gandolfo –considerado parte del territorio de la Santa Sede sin estar sujeto a la jurisdicción italiana– en 1958.

Hoy, con Francisco en recuperación, el escenario vuelve a abrir preguntas que hasta ahora siempre han tenido la misma respuesta. Si la situación llegara al límite, ¿permitiría un Papa morir en un hospital o pediría regresar al Vaticano para afrontar su tránsito allí? Por ahora, la tradición y el deseo personal han impedido que cualquier Papa fallezca en un hospital, y no parece que esa costumbre vaya a romperse fácilmente.

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