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Pope Francisco

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Así fue la última semana de Francisco

No hubo discursos de despedida ni anuncios formales, pero la secuencia de sus gestos dejó claro que se estaba acercando el final de un ciclo

El Papa no presidió su última Semana Santa, pero la vivió hasta el final. Lo supieron quienes lo vieron pasar en papamóvil el Domingo de Resurrección, aferrado a la silla de ruedas, con el cuerpo cansado pero la mirada aún viva. Francisco, 88 años, convaleciente tras una neumonía que lo tuvo 38 días ingresado, salió una vez más al balcón central de San Pedro. Era 20 de abril. Fue su último mensaje al mundo.

En los doce años que duró su pontificado, Jorge Mario Bergoglio convirtió sus gestos en su forma de transmitir su Magisterio. Su capacidad para hacerse presente, a menudo fuera de protocolo, y para intervenir con mensajes en los debates de su tiempo, terminó configurando un estilo propio, reconocible. No fue diferente en su última Semana Santa, marcada por la fragilidad física, pero también por una voluntad intacta de hacerse presente hasta el final.

El Jueves Santo volvió a pisar una prisión, como acostumbraba cada año desde que fue elegido Papa. Esta vez fue la cárcel de Regina Coeli, en el barrio romano de Trastévere. Lo hizo sin liturgia, sin cámaras, sin lavatorio de pies. «Lo vivo como puedo», dijo desde la ventanilla del coche al ser preguntado por los medios por cómo afrontaba esos días de Semana Santa especialmente intensos. Ya en un tono más reflexivo añadió una frase que, según confesó, le viene siempre a la mente en contextos similares: «Cada vez que entro en un lugar como este me pregunto por qué ellos y no yo».

«Confiar en la mirada de amor de Jesús»

El Viernes no acudió al Coliseo para el Vía Crucis. Era la tercera vez que faltaba a este acto desde que su salud comenzó a deteriorarse, pero no dejó el espacio vacío. Las meditaciones de las estaciones fueron redactadas por él mismo, donde interpeló a los fieles a «confiar en la mirada de amor de Jesús». Francisco no estuvo físicamente, pero el tono general del acto llevó su sello.

Tampoco figuraba en el programa del Sábado Santo, sin embargo poco antes de que comenzara la Vigilia Pascual, a las seis de la tarde, regresó a la basílica de San Pedro. Ya sin las cánulas que había usado días antes, atravesó el templo en silencio, rezó ante la tumba del apóstol y saludó brevemente a un pequeño grupo de peregrinos.

El Domingo de Resurrección salió una última vez al balcón central de la basílica del Vaticano. Desde el mismo lugar donde, el 13 de marzo de 2013, había pronunciado su primer saludo como Papa, se asomó al mundo visiblemente agotado. Apenas pudo trazar la señal de la cruz y delegó la lectura del mensaje pascual al maestro de ceremonias, monseñor Diego Ravelli.

La última aparición del Santo Padre

Lo poco que se le oyó fue con dificultad, pero no restó fuerza al mensaje, que condensaba su pensamiento social y espiritual: un llamamiento firme a la paz, una denuncia de la violencia armada, una defensa de la vida, de los migrantes, de los pobres y de los cristianos perseguidos. Un mensaje que, en retrospectiva, suena a testamento.

La salud de Francisco venía resentida desde hacía semanas. El 23 de marzo recibió el alta tras pasar 38 días ingresado por una infección respiratoria. Los médicos le recomendaron al menos dos meses de reposo, pero él decidió 'recortar' los plazos. Mantuvo breves audiencias, incluso con JD Vance apenas horas antes de su muerte, participaciones controladas, pero sobre todo, siguió eligiendo aparecer, aunque el cuerpo dijera lo contrario.

La última Semana Santa de Francisco transcurrió con una presencia limitada, marcada por su estado de salud, pero también por una serie de intervenciones escogidas con precisión. Donde no asistió, dejó su mensaje por escrito; donde apareció, lo intentó hacer manteniendo la discreción. No hubo discursos de despedida ni anuncios formales, pero la secuencia de sus gestos dejó claro que se estaba acercando el final de un ciclo.

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