Suicidio en ancianos: «Los mayores con enfermedad mental sufren doble estigma»

Han sido el grupo poblacional por edad más vulnerable frente a la pandemia de la covid. Han recibido la comprensión y la empatía de casi todos tras su cruzada contra los bancos para exigirles mayor atención personalizada y menos tecnológica. Sin embargo, cuando hablamos de salud mental, solemos dirigir la mirada hacia otros estratos sociales, por lo general, niños, jóvenes y adultos.

Pero la estabilidad anímica de los ancianos también importa, aunque por desgracia, no suelen recibir la misma atención. Esto es lo que precisamente alerta en esta entrevista con El Debate el doctor Manuel Martín Carrasco, vicepresidente de la Sociedad Española de Psiquiatría.

–Últimamente, se habla mucho en los medios y en la sociedad de suicidio y problemas mentales entre adolescentes y jóvenes y apenas se habla de ello en el caso de los ancianos

–La población con más riesgo de suicidio consumado, tradicionalmente, han sido los mayores y sobre todo varones de más de 65 años. Es posible que con la pandemia pueda haber un cambio de tendencia, pero es pronto para saberlo. El suicidio tiene muchos cambios por cohortes. En España tuvimos una cohorte más alta respecto a los supervivientes de la guerra civil. El reto será saber como será la tasa de suicidio de la cohorte de aquellos que han pasado la pandemia entre los 15 y los 25 años.

–¿Qué factores de riesgo atañen a la vejez?

–El más importante sigue siendo padecer una enfermedad mental, sobre todo una depresión. Después está el sexo, donde los varones tienen mayor prevalencia, y en tercer lugar, que se dé una situación de soledad tras pérdida de cónyuge. Otros factores como la personalidad impulsiva, el consumo de tóxicos como el alcohol o sufrir una enfermedad crónica e invalidante también influyen. Hay que recordar que el suicidio no es una enfermedad, es un comportamiento.

–¿Y cómo abordarlo?

–Dado que el gran factor de riesgo sigue siendo la presencia de un trastorno mental, el mejor abordaje es la prevención y el tratamiento eficaz de este tipo de patologías. Una vez que la persona sale de esa situación, es cuestión de valorar con qué factores de resiliencia cuenta la persona, porque actúan como «protectores». Es el caso de las personas creyentes y de convicciones religiosas.

El suicidio no es una enfermedad, es un comportamiento

–¿Cómo influye la jubilación?

–En líneas generales, la jubilación se asocia con una mejoría en la salud mental, pero es cierto que hay una gran variabilidad. Hay gente que vive esta nueva etapa muy bien y otros que no, pero de media se ve como un valor positivo.

–¿Por qué a veces no se trata igual que en otros grupos poblaciones la salud mental de los más mayores?

–Hay un estigma hacia los mayores, que en literatura científica se ha llamado edadismo. Si además sufren enfermedad mental, pues hablamos de doble estigma. En general, la sociedad mira más hacia la juventud y eso explica que los mayores sean el grupo que menos atención reciben de un especialista en salud mental y menos atención de psicoterapia. Es una situación que suscita poco debate porque los mayores también comparten este estigma entre sí, o bien se ven como un grupo de menos valor que no reclama con la misma intensidad.

La jubilación se suele asociar con una mejoría en la salud mental, pero no se cumple siempre

–Son tiempos que arrinconan a la vejez, si es que esa es la palabra adecuada.

–Sí, es una tendencia que no viene de ahora que prima valores más asociados a la juventud. Tradicionalmente, la persona mayor era contemplada como una fuente de conocimiento por su experiencia. En el mundo rural, era la persona que indudablemente había visto pasar más cosas. Ahora, los avances de la época hipertecnológica provoca la exclusión digital de los más mayores. Lo importante es que las propias personas mayores sean conscientes de su valor, como hemos visto con el caso del jubilado que ha plantado cara a los bancos.