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Sociedad

La difícil escapatoria de una banda juvenil: «Sientes la necesidad de la adrenalina, de ir armado...»

Hablamos con exmiembros de grupos organizados violentos que intentan rehacer sus vidas tras pasar por los centros de reinserción de la Comunidad de Madrid

A comienzos de este año, unos brutales crímenes en Madrid volvieron a poner el foco en las conocidas como bandas latinas, que se saldaron con docenas de detenciones y un dispositivo policial pocas veces visto en la capital. Sin embargo, ni se trata de un fenómeno nuevo ni el apelativo «latino» hace honor a la realidad.

«Es un concepto trasnochado que no define este fenómeno», explica Diego López del Hierro, director de la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor (ARRMI). «El 70 % de los chavales que tiene vinculación con estos grupos es español, la nacionalidad ya no es predictora en absoluto para su pertenencia». Además de españoles y latinos, la Policía ha identificado también a jóvenes de nacionalidad rumana o marroquí.

Esta agencia lleva enfrentándose desde hace 15 años a este fenómeno en los centros de internamiento de los menores de la Comunidad de Madrid. Allí, se llevan a cabo intervenciones para sacar a los jóvenes de las bandas o, como los definen los profesionales, grupos organizados violentos.

Jesús Nebreda es el director del Centro de Ejecución de Medidas Judiciales de El Laurel, y conoce bien la problemática a la que se enfrenta. «Estamos en un momento de mucha sensibilidad porque el nivel de violencia, que siempre ha existido, ha crecido en otras direcciones», comenta.

Ahora vemos ejecuciones de chicos muy jóvenes a adultosJesús Nebreda, director del CEMJ El Laurel

«Están llegando chicos muy pequeños, que han desarrollado un nivel de violencia muy grande por motivos de menor peso que hace años. Estaban acostumbrados a pelearse entre bandas, muchas veces concertadas, pero ahora vemos ejecuciones de chicos muy jóvenes a adultos», señala.

A las dificultades individuales de estos chavales para salir de estos grupos se les une el problemático vínculo de sus barrios de procedencia a determinadas bandas o grupos que, además de ser un caladero para la captación de menores, complica su reinserción.

«Hablamos de chicos a los que el grupo les ofrece algo que, a menudo, no tienen en su propia casa, no deja de ser como una familia. Uno de los primeros casos que conocí me contó que, después de ser agredido varias veces sin motivo al pasar por una calle camino de su instituto, acabó en la banda contraria, necesitaba quien le protegiera. Por eso en los institutos hay que ser muy sensibles a los perfiles de chicos que no destacan demasiado, que han podido sufrir algún tipo de abuso, ya que son los más peligrosos», apunta Nebreda.

Sientes que tienes poder, que tienes las riendasJonathan, exmiembro de una banda

Uno de estos chicos es Jonathan –nombre ficticio– que, sin llegar a la mayoría de edad, se encuentra amenazado por el grupo al que pertenecía. Destaca el «poder» que sentía al pertenecer a una banda: «Te llega el dinero y la droga, hay chicas a las que le llama la atención que estés en una banda, la adrenalina de estar armado, correr de la policía… Sientes que tienes poder, que tienes las riendas».

«Era un tonto, no tenía las riendas de mi vida. Me dijeron que eran mis hermanos, juraron lealtad cuando ellos mismos no creen en ella. Ahí fue cuando me di cuenta del error que cometí», añade.

Jonathan recuerda que no buscaba entrar en una banda, fue la banda la que le buscó a él. En ese momento solo pensaba en el dinero fácil y el acceso a las drogas, pero cuando empezó a ver cosas «que no son las que tienen que ser» se dio cuenta de su error. Ahora tiene muy claro que quiere hacer cursos para encontrar un trabajo que le permita sacar su vida adelante.

«No hay vuelta atrás»

El caso de África es muy distinto. Ella comenzó su relación con las bandas por cuestiones sentimentales. Su timidez y simpatía resulta chocante para tratarse de una menor internada por la comisión de un delito, pero en su caso se notan los efectos de la intervención de los profesionales.

Según revela, todo comenzó tras conocer a un chico y, poco después, a «su gente». «Ves al típico malote de película que te da aporta emoción. Los primeros meses está bien, pero con el tiempo te va ganando la preocupación e incluso el miedo, hasta que te das cuenta de que no hay vuelta atrás», asegura con una madurez impropia.

De haberlo sabido antes, «hubiera salido corriendo» pero que en las bandas encontró el respaldo que necesitaba. «En una época mala, encuentras apoyo ahí. Tú me das algo a cambio y yo te doy protección, respeto, dinero… Te sientes cómodo mientras dura lo bueno, pero cuando sales te sientes muy sola».

Tras abandonar el grupo, reconoce, tuvo épocas de soledad, por lo que está retomando antiguas amistades fuera de estas bandas y pretende sacarse la carrera de biología, su gran pasión.

Maltrato familiar ascendente

El CEMJ El Laurel está especializado en violencia en el ámbito afectivo, especialmente en casos de maltrato familiar ascendente –hijos a padres, abuelos...– y en violencia machista a través de programas elaborados por la Agencia del Menor en colaboración con la Universidad Complutense de Madrid.
Estos programas se dividen en tres fases: trabajo individual con los menores en los que se enseñan patrones de conducta y reconozcan sus emociones; con los padres, para dotarles de estrategias a la hora de imponer límites a sus hijos; y finalmente terapia conjunta en la que se sientan víctimas y agresores.
«Con este tema siempre ha habido una idea generalizada de que se trata de menores de clase media-alta, de chico consentido, cuando la mayor parte son multiproblemáticos cuyo epicentro de la violencia se desarrolla de esta manera como podría haber sido de otra», explica Nebreda.
El director de El Laurel explica que son chicos «que en muchos casos han sido víctimas directas de violencia durante su crecimiento y han aprendido que la violencia es un método».
«Hay estilos educativos que lo favorecen más o menos, pero hablamos de muchachos que tenían un alto nivel de sufrimiento, no perfiles psicopáticos que no sienten nada. Cuando agreden, –cosa que no les exculpa– sufren porque agreden a las personas que más quieren», concluye.