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Sandra MercadoSandra Mercado

Polémica ley trans

Sandra, transexual arrepentida: «Cambiar de género te convierte en un paciente enfermo de por vida»

Después de todo el dolor físico y mental por el que ha pasado, le parece deleznable que se lleve a cabo la polémica ley trans

Sandra Mercado nació varón, pero desde que tiene uso de razón le han gustado los hombres. En el pueblo donde nació en el 1986 todo el mundo era heterosexual, por lo que ella creció en un ambiente totalmente contrario a lo que ella sentía. Su madre siempre la apoyó y nunca le dio importancia. En cambio, su padre, que tenía problemas con el alcohol y las drogas y maltrataba a su mujer, nunca lo aceptó. Lo mismo pasaba con sus abuelos: cuando Sandra salía de casa vestida con los colores que se llevaban en los 90 –o las mechas tan características de la época– le decían «maricón, ¿dónde vas con eso de niñas?».

La cosa no solo era familiar. En el instituto, Sandra sufrió bullying por parte de los compañeros y de los profesores. De hecho, nunca terminó sus estudios. «Yo sufrí mucho la discriminación, todo el mundo me insultaba», explica a este medio.

Sandra vivía con miedo, le perseguían por las calles para darle palizas. Fue ahí, en la adolescencia cuando inconscientemente comenzó a interpretar muchas cosas. Como dejó los estudios en 3º de ESO, se desplazó a Barcelona a estudiar Arte Dramático para ser actor, pero comenzó a decaer. «Empiezas a avergonzarte de tu cuerpo y te avergüenzas de ser homosexual. Sentía que estaba cometiendo un delito», comenta.

Fue creciendo y comenzó a salir con amigos que no le convenían. Fue en ese momento cuando comenzó en el mundo de la noche, donde conoció la disforia de género: «Por mucho que yo llevaba ropa de chica, yo en el espejo veía un hombre y odiaba mi vello corporal al igual que algunas facciones».

Llegó un día que su madre decidió separarse de su padre y Sandra le dijo a su madre que era una mujer. En ese momento, le comentó los tratamientos hormonales que había –que anteriormente se lo habían comentado los transexuales que conoció en el mundo de la noche– y decidió comenzar su «mal llamado cambio de sexo». Para ello, lo primero que hizo fue acudir a un psicólogo, que al verle tan femenino y su voz le dio la razón. «Lo que yo denuncio a día de hoy es que cuando una persona con disforia consulta a un psicólogo o psiquiatra lo que hay que hacer es indagar en la raíz del problema que tiene esa persona, porque esa persona tiene disconformidad con su propio cuerpo, y no hay que empujarlo a mutilarse».

Como casi todos los transexuales, comenzó a hormonarse antes de tiempo: «Te decían qué tomar en la calle. Además, tuve que ejercer la prostitución para poder pagarme los tratamientos». Luego fue al endocrino, pero no consultaron a ningún profesional en salud mental y le dieron más hormonas. «Este endocrino privado me llevó un control durante un buen tiempo con estrógenos pinchados, me dio un andrógeno, que es un medicamento muy tóxico y que lo siguen recetando, ya que hoy es un medicamento que se usa para el cáncer de próstata». Tras los tratamientos, Sandra comenzó a experimentar efectos secundarios en su cuerpo que no eran habituales, empezó a estar montada en una montaña rusa de sentimientos de la que nadie le advirtió.

Cuando decidió hacerse una vaginoplastia solicitó cita en la Unidad de Género del Hospital Clínico de Barcelona. Durante las citas en el centro médico no profundizaron en nada relevante: «En el periodo de reflexión me preguntaron si me gustaba el rosa y si me vestía de chica o si en el sexo era activa o pasiva», relata Sandra. Aun así, decidió someterse a una vaginoplastia, intervención para la que había una lista de espera de seis años. «Yo tenía ansiedad, ataques de pánico, depresión, pero me sentía feliz porque creía que iba a cumplir mi sueño», cuenta. Era cuestión de tiempo.

Llegó la ansiada operación, pero una vez salió del quirófano, la realidad le golpeó muy fuerte. Tras varias semanas de dolores y de sufrimiento comenzó a dudar: «Todo esto es muy experimental. Me dieron documentos para firmar que no vi. Entre otras cosas, acepté sin saberlo que me grabasen haciéndome una vaginoplastia, que lo veo bien si es para seguir avanzando en la ciencia. Ahora, he recuperado todos los informes».

Cuando se realizó la operación, se dio cuenta de que había perdido muchísima sangre, pero no le dieron importancia. De hecho, tal y como comenta, lo tomaron todo con mucho secretismo, sin contarle nada. Los dolores cada vez eran mayores, tanto, que tuvieron que ponerle morfina y dos bolsas más de analgésicos que le hacían ver alucinaciones y acrecentaron sus ataques de ansiedad.

Varios años después, Sandra seguía experimentando dolores muy fuertes, tenía una inflamación de la uretra muy severa, pero el doctor solo le mandaba antiinflamatorios: «Tener problemas después de pasar tanto dolor, psicológicamente te machaca y acabas mal», explica Sandra. Le construyeron una vagina, pero nada estaba como le dijeron. Una vez más, le habían ocultado información. «Ahí me di cuenta de que éramos conejillos de indias, porque el doctor me dijo que estaban probando cosas nuevas», admite.

Tres años después, volvieron las complicaciones. Ella pensaba que tenía infección de orina, pero de nuevo, la falta de información le hacía errar. Comenzó a investigar por su cuenta y descubrió que lo que realmente le pasaba era que le habían dejado mal el suelo pélvico durante la intervención. Nadie le dijo nada y tuvo que descubrir por su cuenta algo por lo que va a tener que tratarse de por vida. «Cuando veo todo lo que me pasa y pienso que hay madres que se llevan a sus niños a que les den hormonas cruzadas, es una locura. Deben pensar en cómo estará ese hijo en 50 años, pero no psicológicamente, sino mentalmente», avisa Sandra, que sabe de lo que habla.

Toda está situación Sandra la ha plasmado en un libro llamado La estafa del transgenerismo que saldrá a la venta a principios de noviembre. En él la autora cuenta su vida y como ha peleado y superado momentos para ser quién es hoy.

Crítica a la ley trans

Después de todo el dolor físico y mental por el que ha pasado Sandra, le parece deleznable que la polémica ley trans llegue a su aprobación impulsada por el Ministerio de Igualdad, bajo las órdenes de Irene Montero.

«Es como si el Estado quisiera adueñarse de los menores para experimentar con ellos. Es terrible porque ese niño o niña necesita ayuda. Todos los que sufrimos disforia necesitamos ayuda de verdad. Y que la transición sea la última opción», anota Sandra.

«Tienen que investigar para salvar vidas, porque cambiar de género te convierte en un paciente enfermo de por vida». Sandra no quiere tomar hormonas de por vida, pero ya no tiene otra opción. A día de hoy, visita con regularidad a todo tipo de médicos. Sigue arrastrando las consecuencias de una operación de cuyas consecuencias no le informaron. En la actualidad le duelen el estómago y los intestinos: «Las hormonas femeninas me han dejado en el estómago como dispepsia o distensión. Me han dejado una hinchazón estomacal que ya es crónica», concluye.