¿Cuánto contaminan las luces de Navidad?
Cientos de miles de bombillas adornarán las calles de todo el mundo a partir de este mes, aumentando con ello el gasto energético y la contaminación lumínica
A pocos días de que la mayoría de ciudades españolas enciendan sus luces de Navidad surgen las mismas dudas de todos los años: ¿Estamos contaminando de más con este alumbrado festivo? ¿Cómo afecta esta luminosidad al medio ambiente y a nuestra salud? A esto hay que sumarle este año la reducción de gasto energético en Europa para depender menos de la energía rusa, algo en lo que se hizo mucho hincapié hace tan solo unos meses y que ahora parece haber quedado en el olvido.
Fue el pasado mes de agosto cuando se aprobó el decreto de ahorro energético que, entre otras medidas, obliga a apagar los escaparates a las diez de la noche. Una política que parece no afectar al alumbrado navideño, aunque muchas ciudades sí que han decidido acortar las horas de encendido o retrasar su inicio a diciembre para adecuarse a este marco de crisis energética.
Es innegable que los alumbrados navideños suponen un incremento en el gasto energético. Estas luces extraordinarias se encienden normalmente de seis de la tarde a doce de la noche todos los días durante un mes y medio. Por tanto, este consumo de más conlleva una producción de electricidad por encima de la habitual. El problema de esto reside en que la electricidad no es una energía limpia, sino que en gran parte aún procede de combustibles fósiles. Por tanto, a no ser que provenga de energías renovables, se estará emitiendo CO2 a la atmósfera.
Como norma general, ayuntamientos y demás instituciones públicas no ofrecen el dato de gasto energético por esas fechas y, por tanto, es complicado de calcular el efecto contaminante que produce. Algunas estimaciones, como la del Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía (IDAE) cifra en 340 gramos de CO2 cada kilovatio por hora de luces LED.
A esto hay que sumarle otra forma de contaminación: la lumínica. El exceso de luz en las ciudades provoca un efecto llamada a insectos y otros animales, como murciélagos, e interfieren en nuestro descanso y en el de otros seres que habitan en las ciudades. Según un estudio publicado en Science Advances, las luces LED hacen que se suprima la producción de melatonina, hormona responsable de regular los patrones de sueño.
Académicos de la Universidad de Exeter, en Reino Unido, han identificado que este exceso de luz está causando «impactos biológicos sustanciales» en toda Europa, desde la fisiología y el comportamiento individual hasta la estructura de la comunidad y la función del ecosistema.
Las luces LED
Es evidente que la nueva tecnología ha contribuido a reducir el gasto energético y, por ende, los niveles de contaminación. Las bombillas LED consumen entre un 50 y un 80 % menos de energía que las incandescentes para dar la misma cantidad de luz. Además, se calientan menos, por lo que su vida útil es mucho más larga y se reducen los costes de mantenimiento.
Pero existe una sombra en lo relativo a la tecnología LED. Estas bombillas suelen estar fabricadas con metales pesados en forma de gas. En su interior hay materiales como el oro, la plata, el indio, el paladio o las tierras raras. Con su elaboración se emiten toneladas de CO2 y la minería necesaria para obtener esos metales es una de las más destructivas del planeta.
Aunque la transición a las bombillas LED ha hecho que se ahorre mucha energía –y mucho dinero–, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) advirtió ya en 2019 que este cambio había provocado un aumento de la contaminación lumínica de al menos un 49 % en los últimos 20 años.
Contaminación lumínica
Sin embargo, aunque se esté poniendo el foco sobre los efectos de las luces de Navidad, un estudio llevado a cabo por el grupo GUAIX-UCM analizando datos de la ciudad de Madrid concluyó que los campos deportivos producen más contaminación lumínica que las luces navideñas. Esto, según explican, no significa que la iluminación navideña no tenga un impacto ambiental significativo, sino que este es menor que el de otras fuentes.
La excepción a este resultado es la iluminación extraordinaria del Real Jardín Botánico de la capital, un parque que debería cuidar especialmente su oscuridad nocturna. La excesiva iluminación con su color morado destaca, ya que es un espacio habitualmente no iluminado. El incremento es muy significativo y, sin duda, ha producido un impacto ambiental «indeseado».
La red de fotómetros TESS de la Universidad Complutense, con casi 300 estaciones que toman medidas cada 30 segundos todas las noches del año, es una de las herramientas utilizadas en el día a día para cuantificar esa iluminación. Gracias a ella se ha desvelado que las zonas iluminadas crecen un 2,2 % al año en todo el mundo.