Los supuestos restos del primer objeto interestelar hallado en la Tierra serían en realidad cenizas de fábrica
Cuando, el pasado 30 de agosto, el polémico astrofísico Avi Loeb anunció que él y su equipo habían encontrado restos un supuesto objeto interestelar en las profundidades del Pacífico, las dudas sobre la rotundidad de sus conclusiones arreciaron al instante entre la comunidad científica.
Loeb, quien saltó a la palestra mediática en 2017 al plantear la posibilidad de que el objeto Oumuamua fuese en realidad una nave extraterrestre, publicó ese día en su blog personal que, de acuerdo a sus pesquisas, las 50 esférulas que una expedición dirigida por él encontró en el fondo del océano cerca de Papúa Nueva Guinea eran de origen interestelar con un nivel de confianza del «99,999 %». El cuerpo del que se habrían desprendido al caer al agua era el llamado IM-1, que los satélites del gobierno de EE.UU. habían captado entrando en la atmósfera a una velocidad inusual y en condiciones anómalas el 8 de enero de 2014.
El astrofísico de Harvard, que anunció a bombo y platillo sus conclusiones antes de que fueran revisadas por pares –como suele hacerse con los estudios científicos–, topó con el recelo de colegas como el español Josep Maria Trigo, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC), que trasladó a El Debate su escepticismo respecto a que la composición química de los restos recogidos correspondiera a una naturaleza interestelar.
«Hay millones de partículas producidas por procesos antropogénicos que cabría descartar primero (además de partículas de origen industrial, en esa zona caen, por ejemplo, restos de satélites artificiales que en su reentrada podrían producir esas esférulas y pueden contener abundancias elementales curiosas). Tampoco pueden probar que esas partículas tuviesen su origen en ese evento meteórico ocurrido muchos años antes, menos porque han sido recuperadas en medio del océano», dijo a este periódico.
Cenizas
Una nueva investigación dirigida por el físico Patricio A. Gallardo, de la Universidad de Chicago, acaba de plantear una explicación mucho más mundana y trivial que, de confirmarse, volvería a comprometer la ya cuestionada credibilidad de las tesis de Loeb.
Según Gallardo y su equipo, las esférulas no pertenecerían a un objeto llegado de fuera del sistema solar. Por el contrario, se trataría en realidad de meras cenizas de fábrica.
Los científicos han llegado a esa resolución tras analizar la composición de cenizas de carbón y compararla con la de las esférulas de supuesto origen meteorítico. Al igual que las partículas de Loeb, el polvo calcinado mostraba altas concentraciones de berilio, lantano y uranio y baja presencia de níquel. Esta configuración química fue el principal argumento esgrimido por Loeb para asegurar un origen interestelar.
El artículo de Gallardo, que se publica en Research Notes of the American Astronomical Society, sugiere en consecuencia que la explicación más sencilla sería una procedencia de instalaciones industriales terrestres, como centrales eléctricas o máquinas de vapor.