'Historias de película'
'Tiburón' no necesitó un barco más grande para hincar el diente a la taquilla y cambiar el futuro del cine
El rodaje de Tiburón lo tenía todo para ir a la deriva. Y todo es todo. Spielberg se había lanzado a rodar a mar abierto, con las complejidades técnicas que eso suponía. Robert Shaw y Richard Dreyfuss, dos de los protagonistas, no se soportaban. El guion se iba escribiendo sobre la marcha. Y el tiburón mecánico, bautizado como Bruce como indirecta al abogado de Spielberg –Bruce Ramer–, no terminaba de funcionar e hicieron falta otros dos tiburones artificiales. Solo un patrón como Steven Spielberg podía mantener a flote un barco a la deriva como el de Tiburón y virar su rumbo hasta atracar en el puerto de las películas míticas de la historia el cine.
Spielberg hizo de la necesidad, virtud. La mala relación entre los protagonistas le sirvió para que sus personajes chocaran aún mejor en pantalla. La reescritura del guion le permitió aprovechar frases improvisadas de los actores tan ocurrentes como la mítica «necesitará otro barco más grande» de Roy Scheider. Y los problemas con los tiburones mecánicos los aprovechó para alimentar la tensión dramática: el tiburón, de forma completa, no aparece hasta la hora y veinte minutos de proyección.
El rodaje de Tiburón iba a durar, en principio, 55 días a razón de 12 horas por jornada. Esa era, al menos, la idea inicial de Spielberg. La realidad es que esas 12 horas se convirtieron, de media, en cuatro horas diarias. Y los 55 días previstos inicialmente, en unos cuantos más: 159.
El mordisco a la taquilla de 'Tiburón'
Esas dificultades en la producción no impidieron que Tiburón fuera un rotundo éxito de taquilla. La película se estrenó con la llegada del verano, supuestamente la peor época para llevar a la gente a los cines. Era el 20 de junio de 1975. Angelina Jolie tenía solo 16 días.
Con el fin de aumentar las colas para sacar entradas y crear más expectación, Tiburón se estrenó en bastantes menos salas de lo que era habitual en Estados Unidos en aquella época. La arriesgada campaña de marketing funcionó. Tanto que Tiburón cambió de manera decisiva la industria del cine. Recaudó 129 millones de dólares, más que ninguna otra película hasta entonces. Su récord duraría dos años, el tiempo que pasó hasta la llegada de otra icónica película: La guerra de las galaxias.
Tiburón ganó tres de los cuatro Oscar a los que aspiraba (estuvo nominada como mejor película): mejor sonido, montaje y banda sonora original. Cuando Steven Spielberg escuchó por primera vez la que partitura de John Williams y comprobó que se limitaba a alternar dos notas, pensó que el compositor estaba de broma. No lo era. Spielberg no dudaría después en reconocer que gran parte del éxito de la película se debía a la banda sonora, elegida por el American Film Institute en el sexto puesto de la lista de las 100 mejores bandas sonoras de la historia del cine.
Cuentan que en la Nochebuena de aquel mismo año, 1975, Spielberg se acercó a saludar a uno de los grandes compositores de la historia del cine: Bernard Herrmann, colaborador habitual de las películas de Alfred Hitchcock. Spielberg se presentó ante Herrmann y le confesó que era un gran admirador suyo. El compositor contestó: «Sí, sí, usted me admirará mucho, pero siempre encarga la música a John Williams…». Esa misma noche, después de terminar la grabación de la banda sonora de otro clásico como Taxi Driver, Bernard Herrmann falleció de un ataque al corazón.