Crítica de cine
'Armageddon Time': James Gray desenmascara el sueño americano
Una crítica social de la mano de Anne Hathaway y Anthony Hopkins
La película de James Gray, de carácter autobiográfico, nos cuenta la vida de Paul Graff (Banks Repeta), un niño que en 1980 vive una infancia normal en los suburbios neoyorquinos. Su mejor amigo es Johnny (Jaylin Webb), un compañero de clase negro que vive con su abuela y que es marginado por el color de su piel. Paul va a una escuela pública, pero su hermano mayor, con el que se lleva fatal, acude a un colegio privado y elitista. La madre de Paul, Esther (Anne Hathaway) es presidenta del APA del colegio, y por ello Paul cree que ese hecho le protegerá de sus travesuras. Pero la amistad de Paul con Johnny le pondrá las cosas muy difíciles.
La película recuerda en cierto modo a Belfast (K. Branagh, 2021) o a Roma (A. Cuarón, 2018), en el sentido de que el director se enfrenta a su pasado a través del arte cinematográfico. Sin embargo, la gran diferencia de Armageddon Time con las anteriores es la óptica política con la que el director interpreta su pasado.
Obviamente la política y la crítica social están presentes en las cintas de Branagh y Cuarón, pero James Gray le da un protagonismo quizá innecesario. Innecesario en el sentido de que la historia que Gray nos cuenta es universal, y pierde su fuerza moral si la circunscribimos, por ejemplo, a la política del republicano Ronald Reagan, como parece hacer el director.
La película nos habla de una sociedad en la que la meritocracia se aplica de forma asimétrica, un mundo en el que los descartados siempre lo son, porque en la partida de la vida, ellos siempre tienen sus fichas en la casilla de salida, mientras que los privilegiados –nosotros- empezamos el juego con las fichas en la mitad del tablero. Por eso la película se empobrece metiendo a Reagan y a la familia Trump por el medio, algo que además no proviene de ninguna necesidad del guion.
Expuesta esta objeción es de justicia decir que el filme, en su conjunto, es muy brillante. El tratamiento de la infancia de los protagonistas, su amistad sincera, sus relaciones familiares, sus peripecias escolares,… están maravillosamente expuestas y desarrolladas. Es un retrato muy realista y humano de lo que podía ser la vida de un chaval en 1980 en Nueva York. Y con él, la vida de una familia de orígenes judíos, que ha vivido la persecución en sus generaciones precedentes, y que por tanto vive obsesionada con integrarse y ascender en un mundo que puede volverse hostil a la primera de cambio.
La familia siempre ha ocupado un papel decisivo en la filmografía de Gray. Realmente esta ternura humana es lo mejor de la película, una ternura que tiene en el centro dos relaciones: la de Paul con su abuelo (Anthony Hopkins) y con su amigo Johnny. La figura del abuelo es inmensa, es quien hace realmente de padre, ya que el progenitor de Paul es un padre frío, normativo y en ocasiones muy violento. La amistad con Johnny es sincera, limpia, leal, desinteresada y desprejuiciada.
Estamos, pues, ante la enésima mirada crítica sobre el american dream, un sueño que solo se cumple para algunos, para los que han nacido con las cartas marcadas. O al menos, para muchos se cumple con el triple esfuerzo que los demás. Este fue el tema de otra película del director, El sueño de Ellis (2013). La historia está envuelta en una estupenda banda sonora de Chris Spelman y con magníficas canciones de la época. Las interpretaciones son memorables, especialmente de los dos niños, llenas de matices y expresividad. Una película sumamente interesante.