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Carlos Páez, en una pieza promocional de 'La sociedad de la nieve'

Carlos Páez, en una pieza promocional de 'La sociedad de la nieve'Netflix

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El superviviente de los Andes que cayó en las drogas y fue rescatado por 'la sociedad de la nieve’

Carlos Páez estuvo enganchado años, pero sus compañeros de fatigas en las montañas se confabularon para ayudarlo

Fue el más joven de los supervivientes de los Andes. Carlos Páez tenía 18 cuando el Fairchild 571 se estrelló en las montañas. El 31 de octubre de 1972, cumplió 19 en las condiciones más angustiosas que uno se pueda imaginar: sepultado por un alud en ese congelador que era el fuselaje del avión siniestrado. Pero, por extraño que parezca, ese no fue el peor tramo de su vida. Después llegó lo que él llama «la segunda cordillera», marcado por las drogas (las blandas y las duras). La sociedad de la nieve, esa que da título a un libro y a una película de éxito, se hartó de sus excesos y le ayudó a salir del túnel.

Pese a su juventud, a los Andes ya llegó con ciertas adicciones, a medicamentos en concreto: antidepresivos y antiácidos. No culpa a aquellos 72 helados días de lo que ocurrió después. De hecho, piensa lo contrario: «Si no hubiese existido aquella tragedia igual me destino hubiese sido la dependencia de las drogas», escribe Páez en su libro Desde la cordillera del alma (2014). Se entiende que se refiere a una dependencia para siempre, y no durante una larga temporada, como es su caso.

Carlos Páez era el típico «carrasquito», o sea, un pijo del barrio de Carrasco, el más caro de Montevideo. Sus padres eran dos destacadas personalidades —ella, deportista; él, pintor— y no intervinieron demasiado en su educación y crianza. Aunque la pareja no se veía mucho —él se pasaba meses de viaje— el divorcio de sus progenitores afectó muchísimo a Carlos. De hecho, cree que el motivo de su doble adicción «no fue otro que el inmenso vacío afectivo que me produjo la separación de mis padres».

El alcohol ayudaba a borrar malos recuerdos, cicatrices vitales, con el citado divorcio a la cabeza. A partir de 1973, se convirtió en un gran consumidor de fin de semana. Acabó siendo un alcohólico. Eso destrozó su matrimonio, del que nació una hija, Gochi, a la que estuvo temporadas sin ver, a la par que se enfriaba su relación con los miembros de «la sociedad de la nieve».

Después se pasó a las drogas duras, especialmente la cocaína. En 1980 lo llegaron a detener acusado de consumir ese tipo de sustancias y estuvo preso en una cárcel de Montevideo, un episodio muy desagradable que mancilló su imagen pública. Se vio envuelto en un bucle: «Con las benzodiapecinas bajaba mi ansiedad al mínimo, con la cocaína restablecía las alertas, con el alcohol enturbiaba definitivamente lo poco que me quedaba de lucidez», narra en Desde la cordillera del alma.

El rescate de Canessa y Zerbino

Toda su etapa como adicto la contó, aún con más detalle, en su libro Mi segunda cordillera (2011). Otros compañeros de fatigas en la montaña han escrito sobre la etapa más oscura del benjamín del Valle de las lágrimas: «Nos obligó a tomar medidas», recuerda Roberto Canessa —quien junto con Nando Parrado logró la hazaña de llegar a Chile andando a través de las montañas— en su biografía Tenía que sobrevivir. Así, cuenta que una tarde él y Gustavo Zerbino —otro de los supervivientes— se presentaron en casa de «Carlitos» y le anunciaron que lo llevarían a una clínica de rehabilitación en la que permanecería hasta que estuviese plenamente desenganchado: «Se quedó perplejo por lo que él consideró una afrenta y al principio se negó a moverse de casa, pero le dijimos que la decisión ya no estaba en sus manos».

Carlos Páez inició su rehabilitación el 29 de octubre de 1991 en Narcóticos Anónimos. Justo un año después, el 29 de octubre de 1992, celebró su primer cumpleaños sin consumir: al acto acudió su familia, y fue también gran parte de «la sociedad de la nieve». Lleva sobrio desde entonces y, una vez recuperado, se ha dedicado a ayudar a personas con adicciones. También a dar conferencias en las que habla de las dos cordilleras que intentaron matarlo en vida pero no lo lograron.

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