Historias de película
El día que Samuel Bronston trajo Pekín a España
Una localidad madrileña fue el escenario del plató cinematográfico más grande del mundo
La 20th Century Fox, antes de arruinarse por la producción de Cleopatra de Josep L. Mankiewicz en 1963, había pregonado a los cuatro vientos que el estudio donde se rodó había sido el más grande jamás construido en la historia del cine desde la Intolerancia de DW Griffith de 1916. Sin embargo, aquel mismo año 63 un productor ruso, enjuto, con malas pulgas y venido de Hollywood, había construido un Pekín de cine tres veces más grande que el de la Roma de Cleopatra a las afueras de Madrid. El milagro fue 55 días en Pekín, y su autor, Samuel Bronston.
Hijo de unos emigrados rusos en Francia que habían huido del comunismo, en 1937 ya casado y con un hijo, volvería a emigrar para huir del nazismo. Esta vez, a Estados Unidos. Allí, aprendió inglés al tiempo que el oficio de productor de cine, enamorado como estaba de ese arte. En 1943 fundó la Samuel Bronston Productions y empezó a producir cine de aventuras.
¿Pero qué llevó a Samuel Bronston a hacer cine en España? Lo que a cualquier productor: el dinero. Desde que finalizara la Segunda Guerra Mundial, muchos países europeos tenían leyes por las cuales los capitales extranjeros quedaban congelados para que tuvieran que reinvertirse en el país. Y resultó que muchos magnates y compañías foráneas tenían pesetas congeladas en España como Pierre Dupont, Firestone, Kodak o General Motors. Además, España tenía más horas de sol que la mayoría de países europeos y una cosa en que les superaba a todos: era barato.
Después de ocho años de llamadas de teléfono, viajes, acuerdos, convenios y argucias de productor, Bronston consigue rodar en España El Capitán Jones (1959), Rey de reyes (1961) y El Cid (1961) sin reparar en gastos, contratando a artesanos locales y trayendo a directores de primer nivel y estrellas de Hollywood. Y la industria americana le odió por ello.
El Pekín de Las Matas
En 1962, Bronston aborda su rodaje más ambicioso hasta la fecha: 55 días en Pekín. Para empezar, alquiló con derecho a compra por medio millón de dólares al marqués de Villabrágima una finca de una hectárea en el municipio madrileño de Las Rozas. Ahí se colgó el cartel de Samuel Bronston Productions y durante tres meses, de manera incansable, se construyó un Pekín de cartón piedra que triplicó en tamaño el de las producciones más ambiciosas de Hollywood y que protagonizaba noticiarios del NO-DO cada dos por tres. Su equipo de producción se recorrió Europa buscando chinos y, sobre todo, ¡peruanos! para reclutar los 6.000 extras que necesitaban para recrear las revueltas nacionalistas del Pekín de 1900. De Móstoles y Leganés salieron un par de miles de los madrileños que fueron caracterizados para hacer de chinos en las poderosas batallas del filme.
Con un presupuesto de 17 millones de dólares, Bronston contrata a Nicholas Ray como director y a Charlton Heston, David Niven y Ava Gardner con protagonistas. Pero, el rodaje fue complicado. Por un lado, Ray sufrió un infarto en plena producción y no pudo terminar la filmación y, por otro, los excesos de la actriz en la noche madrileña, hacía que llegara tarde a los rodajes, muchas veces aún ebria, y con los diálogos sin aprender. El productor invitó a decenas de exhibidores extranjeros a visitar el plató más grande del mundo y a decenas de aristócratas madrileños a formar parte del rodaje como extras de la escena de la fiesta de la embajada.
La película se estrenó con todo boato en el cine Palafox de Madrid el 19 de diciembre de 1963, evento al que acudieron Bronston, Heston, Gardner y Niven además de personalidades del mundo del cine, la cultura y el Régimen. Fue un éxito incontestable de crítica y público en España, aunque en Estados Unidos no funcionó tan bien. Estuvo nominada al Oscar a la mejor banda sonora y mejor canción y fue galardonada con el premio Laurel de Oro que otorgaba el gremio de productores de Estados Unidos.
Después de aquello, Bronston aún haría La caída del Imperio Romano (1964) y El fabuloso mundo del circo (1964), proyectos también ambiciosos y pantagruélicos, pero ya de otra era, pasados de moda antes siquiera de nacer, que llevaron al productor a la caída de su propio imperio y su posterior ocaso. Pero esa, es otra historia…