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François Truffaut, junto a Isabelle Adjani, en el rodaje de Diario íntimo de Adele H.

François Truffaut, junto a Isabelle Adjani, en el rodaje de Diario íntimo de Adele H.GTRES

Historias de película

Por qué Truffaut sigue siendo uno de los directores más importantes de la historia del cine

Cuando se cumplen 40 años de su muerte, revelamos las claves del cine de François Truffaut, iniciador de la Nouvelle Vague

El cine de la década de los 50 era una olla a presión. Musicales y películas épicas convivían con el terror de Serie B y los melodramas en Technicolor. Fue la década en que Alfred Hitchcock firmó más obras maestras, Billy Wilder sus mejores comedias y John Ford sus westerns más maduros. Pero también fue la década de Bergman, Bresson, Berlanga y Kurosawa, y la de actores icónicos como James Dean, Marlon Brando y Marilyn Monroe.

En este contexto se enfrentaban dos maneras de concebir el cine, el de los que lo entendían como arte y puro esteticismo y el de los que defendían que el cine llevaba inherente una función social. Y así fue cómo, paulatinamente, y quizá sin pretenderlo, se empezaron a asentar las bases del cine de autor y en la Francia de mediados de los 50 surgieron algunas voces artísticas, intelectuales y subversivas que defendían que el cine que se estaba haciendo en su país no era el que querían ver y que se podía —se debía— hacer de manera más cinematográfica y menos literaria. De entre aquellos teóricos destacó un joven crítico de cine.

François Truffaut

François TruffautGTRES

François Truffaut, hijo intelectual del influyente teórico del cine, André Bazin, se inició como crítico en la prestigiosa Cahiers du Cinéma en 1953. Al año siguiente, en el n.º 31 de la revista, publicó uno de los textos más combativos, analizados y trascendentes de la historia de la Cultura del siglo XX: Una cierta tendencia del cine francés. Aún no había cumplido 22 años y, sin embargo, su madurez discursiva llamó la atención, levantó ampollas y ruborizó a la industria de un país que se plegaba al cine contra el que él arremetía.

Tal fue la relevancia de su contenido, que Truffaut daría el salto a la dirección cinematográfica cinco años después buscando una nueva vía de expresión creativa, más hermosa y real, que celebraría el medio mismo del cine, que estaría libre de todos los defectos que él criticó y que acabaría deviniendo en el movimiento fundamental llamado Nouvelle vague (Nueva ola).

Truffaut, Jean-Paul Belmondo y Catherine Deneuve

Truffaut, Jean-Paul Belmondo y Catherine DeneuveGTRES

Con Los cuatrocientos golpes y la vida cotidiana de un adolescente que se enfrenta a los problemas conyugales de sus padres al tiempo que se escapa de la escuela con el profundo deseo de conocer el mar, François Truffaut cambiaba el cine para siempre. ¿Cómo? Sacando las cámaras a las calles, a las del París real, renunciando a toda artificiosidad en la iluminación y puesta en escena. La luz natural, la cámara al hombro, los actores no profesionales y los escenarios naturales fueron solo algunas de las señas de identidad que empezaron con esta película fundamental. Subrayado todo con ese final en que el alter ego de Truffaut, Antoine Doinel, llega corriendo al fin a la orilla del mar y, después de contemplarlo, se gira, mira a la cámara y la imagen se congela interpelando directamente al espectador. Era 1959 y jamás se había hecho algo así.

Truffaut, que dirigió otras películas fundamentales del género como Tirad sobre el pianista o Jules y Jim, encabezaría la Nouvelle Vague junto a Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Agnès Varda, Éric Rohmer, Jacques Rivette o Alain Resnais. Su cine, mucho más libre que el actual, más subversivo y radical, más intelectual e independiente, sigue siendo una de las corrientes cinematográficas más importantes de la historia. Y es que, para ellos, el cine más auténtico y el más puro era el menos artificial, el menos intervenido. Y los ecos de su trabajo siguen resonando en la actualidad, de los hermanos Dardenne a Aki Kaurismaki.

François Truffaut, desde la bravura e inocencia de la juventud y desde el amor al cine de un cinéfilo absoluto, supo mostrar a una cierta sociedad francesa, a una cierta cultura europea y a un cierto público, que otra manera de narrar era posible. Mucho más real, más libre, más pura. Más cine.

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