
Se cumplen 100 años del nacimiento de Paul Newman
Historias de película
Paul Newman, el hombre que no firmaba autógrafos y odiaba la fama
Extraordinario actor, filántropo, tímido, hombre y marido discreto, piloto de carreras y activista político, nació en Ohio el 26 de enero de 1925
Es esa clase de actor que todo el mundo conoce. Por sus ojazos, por su calidad artística, por su lucha contra las drogas, por su discretísima forma de conducirse en la vida… Cualquiera que sea la razón, lo que es innegable es que Paul Newman sigue siendo, a día de hoy, uno de los actores más respetados y valorados de la historia del cine. Una historia que para él empezó hace 100 años.
Pocos actores nos parecen más americanos que Paul Newman, pero lo cierto es que era hijo de eslovaca y del hijo de unos inmigrantes polacos judíos. En la Segunda Guerra Mundial combatió en la Armada, tras lo que estudió Económicas y jugó al fútbol. Pero nada de eso le interesaba tanto como la actuación. Quería ser actor. Con el tiempo diría: «Toda la culpa o el mérito de lo que haya conseguido como intérprete la tiene el Actor’s Studio». Y es que fue ahí donde estuvo matriculado durante más de diez años para aprender –si es que se aprende, también diría– a actuar.
Su debut en el cine llega en 1954 con la película de la que renegaría toda su vida, El cáliz de plata, una mezcla de péplum y cine bíblico en donde interpreta a un esclavo orfebre, para en 1956 convertirse en un actor popular y famoso gracias a Marcado por el odio de Robert Wise en la que da vida al boxeador Rocky Graziano, papel que ansiaba Steve McQueen, empezando aquí la conocida rivalidad entre ambos. Durante los años siguientes no para de trabajar con directores renombrados como Michael Curtiz, Leo MacCarey o Arthur Penn, con quien prueba suerte en el wéstern realizando la notable El zurdo metiéndose en la piel de Billy, el Niño.
Pero lo que convierte definitivamente a Paul Newman en estrella es el papel protagonista de La gata sobre el tejado de zinc, que protagonizó con Elizabeth Taylor y por la que recibió la primera de sus nueve nominaciones al Oscar. Ello le permite entrar en la década de los 60, recibiendo solo elogiosas críticas por las interpretaciones que abordaría entonces, a cual mejor: El largo y cálido verano, Desde la terraza, Éxodo, El buscavidas, Dulce pájaro de juventud, El premio, Harper investigador privado, Cortina rasgada o La leyenda del indomable.A finales de la década aborda una etapa diferente de su carrera. Debuta en la dirección con Raquel Raquel en 1968, en donde dirige a su mujer Joan Woodward, y protagoniza junto a Robert Redford los dos mayores éxitos de su carrera, Dos hombres y un destino y El golpe en 1969 y 1972, respectivamente. A partir de entonces, con 45 años, Newman espacia algo más sus proyectos, donde El juez de la horca, El hombre de Mackintosh, El coloso en llamas o El castañazo siguen siendo sonadísimos éxitos.

Paul Newman y Robert Redford en la película El golpe (1973)
En 1978, su hijo Alan Scott de 28 años, fruto de su primer matrimonio, muere a causa de una sobredosis, razón por la cual Newman estará siempre vinculado a causas y organizaciones de ayuda contra la drogadicción. En esos años, además, ya había empezado a competir en carreras de coches hasta el punto de participar, pese a su daltonismo, en las 24 horas de Le Mans en 1979. Consiguió numerosas victorias hasta 1990 compitiendo para el equipo Bob Sharp Racing, sobre todo en carreras de Fórmula Nissan. Esa pasión por el automovilismo le convirtió en un importante coleccionista de grandes clásicos como un Datsun 510 o un Porsche 935 de los que se sentía especialmente orgulloso, hasta el punto de que Pixar le invitó a dar su voz al veterano Houdson Hornet del 51 en la película Cars. Coche que, por supuesto, tenía.
Unos años antes, en 1982, había creado una línea de aderezos y salsas para ensaladas con el fin de donar todo a la beneficencia que se convertirían, también, en un éxito y, entre medias, siguió actuando –Distrito Apache: El Bronx, Ausencia de malicia, Veredicto final– y dirigiendo –Casta invencible, El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas, Harry e hijo y El zoo de cristal–. Nada se le resistía.

Paul Newman y Steve MacQueen, en El coloso en llamas
En 1986 una avergonzada academia de Hollywood que jamás le había premiado, le concede el Oscar Honorífico «en reconocimiento a sus numerosas, memorables y convincentes actuaciones en pantalla y por su integridad personal y dedicación a su oficio» para, solo un año más tarde, concederle el Oscar al mejor actor principal por El color del dinero de Martin Scorsese con el que volvía sobre el papel de Eddie Felson de El buscavidas.
El actor de Ohio, que nunca se retiró de la interpretación, seguiría trabajando hasta el final de sus días. En la década de los 90 aún haría las encantadoras Ni un pelo de tonto o Mensaje en una botella para despedirse de la actuación por la puerta grande con el noir de Sam Mendes Camino a la perdición en la que hace, seguramente, el papel más oscuro de toda su carrera.
Paul Newman es, a ciencia cierta para muchos, uno de los actores más guapos de todos los tiempos. Pero detrás de esa carcasa perfectamente cincelada, había no solo un actor magnífico y un hombre discreto que ejemplificó en el desmelenado y cruel Hollywood la estabilidad matrimonial y la prudencia, sino un hombre sensible, capaz de dedicar su fama y su popularidad a ayudar a los demás. Como dijo su buen amigo Tom Cruise al entregarle el Oscar Humanitario Jean Hersholt en 1994 ante unos compañeros de profesión rendidos a sus pies: «El Oscar es una manera de medir el arte de quienes hacen el cine. El premio Hersholt es una manera de medir su corazón. Y ninguna estrella jamás ha buscado menos y ha merecido más que Paul Newman».