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Paul Newman y Steve MacQueen, en El coloso en llamas

Paul Newman y Steve MacQueen, en El coloso en llamasGTRES

Historias de película

La película con la que Steve McQueen quiso eclipsar a Paul Newman

El rey de lo cool y el icono indiscutible de la década de los 60 escondía inseguridades y manías que le labraron decenas de enemigos

Con una personalidad más grande que su propia vida y un compromiso casi obsesivo por mantener la imagen de tipo duro que le catapultó a la fama, la vida de Steve McQueen fue una constante colisión: consigo mismo, con sus amantes, con sus compañeros de reparto, con sus directores… Y es que, el que sigue siendo uno de los actores más icónicos, masculinos y atractivo de todos los tiempos, escondía un carácter volcánico y un ego desmesurado.

La infancia de McQueen no fue fácil. Disléxico, sordo de un oído y víctima de malos tratos por parte de su padrastro, siendo adolescente cometió algunos delitos menores que le llevaron un par de años a un reformatorio. En 1947 se alistó en los marines donde acabó licenciándose con honores en el año 50, tras lo que empezó a estudiar teatro. Después de algunos papeles menores en cine y televisión le llegó su gran oportunidad al hacerse con el papel protagonista del popular show Randall, el justiciero. Tenía 28 años y su cara se hacía popular. La mezcla de su poderosa mirada con su lenguaje corporal le hicieron ganar las simpatías de Hollywood que vio en él una futura estrella.

A partir de 1960, la gloria: Los siete magníficos, La gran evasión, El Yantsé en llamas, Nevada Smith, El caso de Thomas Crown, Bullit… y así hasta catorce películas en una década donde, hiciera lo que hiciera, el público le adoraba, hombres y mujeres, que no tardaron en encontrar condensado en él el espíritu de los 60. La libertad.

Pero McQueen, además de recibir buenas críticas, iba forjando su propia leyenda. Tenía imagen de rebelde y se movía con soltura entre la dureza y la vulnerabilidad, entre la acción más física y una profunda personalidad.

Su relación con sus colegas de profesión siempre estuvo lejos de ser fácil. Directores como John Sturges y Sam Peckinpah y actores como Yul Brynner, James Garner o Charles Bronson vieron cómo el ego del actor irrumpía en los rodajes obsesionado con ser siempre el héroe de sus películas, tener más líneas de guion y rayar la falta de respeto y la burla en el trato con los demás.

Al iniciarse la década de los 70, continuó su fama incólume con películas como Las 24 horas de Le Mans, La huída o Papillon y pocos actores le hacían sombra. Sin embargo, había uno que despertaba en McQueen una inseguridad desmesurada. Y su ego no lo podía soportar: Paul Newman.

Paul Newman y Steve McQueen en El coloso en llamas

Paul Newman y Steve McQueen en El coloso en llamas

De mayor fama internacional, con un sueldo más alto y según, diversas encuestas de la época, considerado más guapo que él, Newman era, además, uno de los mejores actores de su generación. Por eso, en 1969, y en pleno apogeo de su estrellato, McQueen había rechazado protagonizar con él Dos hombres y un destino. Pero cuando cinco años después la 20th Century Fox se propuso hacer la superproducción El coloso en llamas con un reparto lleno de estrellas, no pudo negarse. La película trataría sobre el incendio que se desataba en el rascacielos más moderno del mundo el día de su inauguración y fue un éxito total que supuso todo un pistoletazo de salida para el cine de catástrofes que trajo la década de los 70.

Pero McQueen no se lo puso fácil a la productora e incluyó en su contrato una ristra interminable de exigencias. Primero, que su papel fuera más heroico y moralmente superior que el de Newman —él haría de jefe de bomberos y Newman del culpable del desastre, del arquitecto—. Segundo, que ambos ganaran lo mismo, es decir, 1 millón de dólares y el 10% de la taquilla. Tercero, que ambos aparecieran los mismos minutos en pantalla y dijeran el mismo número de frases por lo que debieron alargar sus diálogos en doce líneas. Cuarto, que su imagen apareciera a la izquierda en el poster de la película y su nombre, a la izquierda en los créditos iniciales —aunque el de Newman acabaría apareciendo más arriba—. Y, quinto, que el plano final de la película fuera para él —que se aleja en su coche del edificio después de haberlo salvado—.

Las pocas escenas que comparten en el filme están llenas de tensión. Por sus constantes quejas en el rodaje, Newman se había referido a él despectivamente como chicken (cobarde) y McQueen no se lo perdonaba, por lo que, en su último plano juntos queda de manifiesto la superioridad moral del jefe de bomberos sobre el arquitecto que le mira, victorioso, desde arriba. Toda una declaración de principios.

Aquel fue el último gran éxito de la carrera de Steve McQueen, una carrera plagada de taquillazos que se vio interrumpida con su prematura muerte a los 50 años en 1980. Para el recuerdo quedan cientos de imágenes icónicas de un actor que sigue siendo de manera indiscutible el rey de lo cool, que nos regaló instantes de pura masculinidad, de Hollywood eterno… Pero con un ego demasiado grande, quizá tan grande como la fascinación que todavía despierta.

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