
Olivia de Havilland
Cine
La ley que gracias a Olivia de Havilland cambió el sistema de estudios en Hollywood
La dos veces ganadora del Oscar luchó durante años por su independencia en la industria y cambió el sistema de estudios
La siempre recordada y querida Melania Hamilton de Lo que el viento se llevó estuvo durante años luchando por dejar de ser la eterna secundaria y ello le llevó a enfrentarse al todopoderoso sistema de estudios dejando tras de sí no solo una carrera impecable de títulos magníficos en todos los géneros, sino una ley que cambió el propio sistema para siempre.
Nacida en Tokio en 1916, hija de un abogado británico y de una actriz venida a menos, y hermana de la también actriz Joane Fontaine, pasó su infancia en Los Ángeles, donde su madre se empeñó en que sus dos hijas fueran actrices haciéndoles competir por los mismos papeles. De ahí, seguramente, nació una animadversión entre ambas hermanas que duró toda la vida.
En 1934, el director alemán emigrado en Hollywood, Max Reinhardt, la vio en una obra de teatro universitario y, maravillado por su talento, le consiguió un suculento contrato con la Warner Bros. que se extendió hasta 1942. Son los años en que despunta el cine de aventuras y en que forma pareja con su siempre amigo Errol Flynn, con quien compartió cartel en ocho ocasiones, desde El capitán Blood (1935) hasta Murieron con las botas puestas (1941). Pero ella, lejos de ser solo la damisela en apuros para lo que la habían contratado, dotó siempre a sus personajes de una personalidad y una entereza dignas de admiración. Por eso, tantos otros actores, desde David Niven en Caballero y ladrón (1939), a James Cagney en La pelirroja (1941) pedían trabajar con ella.
Pero en 1939, mientras todas las actrices de Hollywood peleaban, literalmente, por interpretar a Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó y su hermana se hacía con la también codiciada protagonista de Rebeca de Hitchcock, Olivia peleó por el papel que nadie quería: el de la Melania Hamilton en la superproducción de David O. Selznick. Sin embargo, a pesar del éxito y de su maravillosa interpretación por la que fue nominada al Oscar a la mejor actriz de reparto, los personajes que le siguieron ofreciendo después seguían siendo secundarios, melindrosos o menores.Harta de esos papeles, empezó a rechazarlos ante la estupefacta mirada de una restrictiva Warner -con la que ya había tenido que pelear para poder hacer Lo que el viento se llevó- que la suspendió medio año sin sueldo. Cuando la compañía intentó extender su contrato más allá de los siete estipulados, ella la demandó. En aquella época, los estudios dilataban los contratos de sus actores el tiempo que hubieran estado inactivos por haberse negado a aceptar algún papel, sumando dichos meses de inactividad a la duración del contrato original. Pero, ante todo pronóstico, en 1944 la Corte Suprema de California falló en favor de la actriz con lo que se ponía fin al control absoluto que los estudios tenían sobre los actores que, a partir de ese momento, no solo gozaron de más libertad a la hora de negociar sus contratos, sino que sentó las bases de algo hasta entonces inimaginable y es que las estrellas pudieran ir por libre. Su impacto en la industria fue tal, que la llamaron la «Ley de Havilland».
Así que la actriz, victoriosa, regresó a la interpretación a mediados de los 40 y durante la siguiente década hizo algunos de los mejores papeles de su vida como A través del espejo (1946), Predilección (1946), Nido de víboras (1948), Mi prima Raquel (1952), La princesa de Éboli (1955), No serás un extraño (1955) y las dos películas por las que recibió el Oscar a la mejor actriz: La vida íntima de Julia Norris (1946) y La heredera (1949), este último, seguramente, el mejor papel de su vida.
A partir de la década de los 60, sus apariciones en el cine se fueron espaciando, aunque aún haría alguna joya irrenunciable como Canción de cuna para un cadáver (1964) con Bette Davis en una de las cuatro ocasiones en que trabajó con ella. Sus últimos papeles relevantes fueron en las películas de catástrofes Aeropuerto 77 (1977) y El enjambre (1978), aunque siguió compareciendo ante la cámara el resto de su vida para hablar con enorme cariño tanto de Lo que el viento se llevó como de su querido Errol Flynn.
Murió a los 104 años después de, dijeron, no hablarse con su hermana Joan Fontaine, también centenaria, durante más de 60. Lo que es innegable es que, tras la imagen de una actriz meliflua y delicada, había una mujer aguerrida y valiente que fue capaz de luchar por su Melania Hamilton con la misma perseverancia que por su libertad. Y que el cine adquirió con ella una deuda eterna.