
Pasolini dirigió El Evangelio según San Mateo en 1964 con Enrique Irazoqui como protagonista
Historias de película
Pasolini, el ateo enamorado del Evangelio que dirigió la película más bella sobre Jesús
La película del cineasta italiano fue vapuleada en su tiempo y hoy está considerada, también por la Iglesia, como uno de los retratos más bellos que se han hecho nunca sobre Cristo
Pier Paolo Pasolini encarnaba el espíritu de la contradicción. Era un marxista, pero enormemente crítico con el comunismo moderno. Era un cineasta de izquierdas que rehusó aproximarse a la figura del Cristo revolucionario que se puso de moda en los 60. Era un director de cine que trabajó con muchos actores no profesionales a los que no daba apenas indicaciones artísticas. Era un defensor de los derechos de las mujeres, pero consideraba el aborto una aberrante legalización del homicidio. Era un ateo enamorado del Evangelio. Un ateo que pensaba que Cristo era la «culminación de lo humano». Un ateo, sí, que dedicó su película cumbre a la «alegre, familiar y querida memoria de Juan XXIII».
A la altura de Visconti, Rossellini, Antonioni, Leone o Fellini, Pasolini elevó el cine italiano a unas cotas de trascendencia hoy fuera de toda duda. Pero no siempre fue así.

El Evangelio según San Mateo
Hijo de un teniente del ejército italiano y de una maestra de escuela, Pasolini había nacido en Bolonia en 1922. De una sensibilidad hacia la belleza y lo lírico impropias de la infancia, publicó su primer poemario antes de cumplir los 20 años, época en la que empezó a desarrollar también unas inquietudes políticas que le llevaron a unirse a diferentes asociaciones de izquierdas, entre ellas, el Partido Comunista que en 1949 le expulsaría por «indignidad moral», ya que consideraban su abierta homosexualidad una «degeneración burguesa».
Refugiado en sus relatos, poemas, ensayos de pensamiento y pintura, también escribía guiones. Cuando Pasolini rodó El Evangelio según san Mateo en 1964 había dirigido solo dos largometrajes de ficción, ambos impactantes y en clave neorrealista, ambos fundamentales para entender no sólo al cineasta, sino todo el cine italiano de los 60: Accattone (1961) y Mamma Roma (1962). Pero ni todos los documentales ni los mediometrajes en los iba interviniendo le quitaron la idea fija que tenía en la cabeza desde hacía años: contar la vida de Cristo.Un año estuvo buscando financiación y a su protagonista y finalmente lo encontró en España. Enrique Irazoqui no era actor profesional, tenía 19 años y se alejaba completamente de la iconografía asociada a Jesús de Nazaret. Era demasiado humano, demasiado normal, demasiado poco divino. Exactamente lo que el cineasta-poeta buscaba.
Seducido por el cine de Muranu, Dreyer, Mizoguchi, Chaplin y Rosellini, Pasolini quiso dotar a su filme de su ideario marxista, quiso humanizar al pobre y mostrar el rostro a los desamparados. Para ello bebió de la miseria que había observado, desolado, en los barrios bajos de toda Italia y rodó en el sur del país, lejos de las zonas industriales y prósperas, alejado de la luminosa Italia turística. Su película, entre otras muchas cosas, es la representación de una pobreza común en todos los rincones del mundo, con pueblos atestados por la carestía, con casas construidas en cuevas, con niños raquíticos, con lugareños desdentados y rudos, carcomidos sus rostros por el sol, tan reales que parecen surrealistas, tan auténticos que parecen no creíbles.
Pasolini, que fue también guionista de la cinta, no tocó, en realidad el texto evangélico. Cambio de lugar algún hecho para darle dinamismo al relato, pero se limitó a seguir al pie de la letra el Evangelio de Mateo, desde el momento en que María queda encinta hasta el instante en que sus discípulos celebran su Resurrección después de hallar el sepulcro vacío.
Pero, lo verdaderamente sugestivo del filme, por lo que El Evangelio según San Mateo es una película fundamental de la historia del cine, es porque Pasolini, fascinado como estaba con el «qué», fue radical en el «cómo», en la manera de narrar. Primero, por esa representación de la pobreza buscada en las caras y lugares donde sucede la historia. Segundo, por el uso de actores no profesionales para mostrar la humanidad de unos personajes que le fascinaban. Tercero, porque nunca rehusó a un cierto amateurismo a la hora de rodar que combinaba con un espíritu poético de quien, a través del objetivo, ve lo que otros no podemos. Cuarto, porque fue capaz de crear toda una semiótica única con una mezcla total de estilos donde hay una grandiosidad sublime disfrazada de feísmo. Y quinto, porque, se acerca a la figura de Cristo con una honestidad y una admiración profundas.
Producida por Alfredo Bini, fue una película cara y difícil de realizar, pues hicieron falta semanas de rodaje en exteriores en muchas localizaciones diferentes, con varios cientos de extras y un cuidado vestuario. Su dirección fue sencilla y austera dando por resultado una película lírica y poética que sigue siendo un ejercicio de estilo de primerísimo nivel. A ello se añadió un pulidísimo montaje, una banda sonora alternada con obras preexistentes de Bach, Mozart o Prokofiev y un cuidado doblaje en el que destaca Enrico Maria Salerno dando su voz a Irazoqui (doblado en España por el genial Simón Ramírez).
La película, que escandalizó a muchas personas por esa la excesiva humanidad con que está Cristo retratado, ganó el premio especial del Jurado del Festival de Venecia y el premio OCIC de la Oficina Católica Internacional de Cine, además de recibir tres nominaciones a los Oscar -dirección de arte, diseño de vestuario y música original-. El tiempo ha ido otorgándole el lugar que merece en la historia del cine, hasta el punto que, en 2014, el director de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian, la llegó a calificar como «la película más bella sobre Jesús».
Tras su estreno, Pasolini viraría a temáticas más festivas realizando, entre otras, Pajaritos y pajarracos (1966), Edipo Rey (1967), Orgia (1968), la conocida como Trilogía de la vida, compuesta por El Decamerón (1971), Los cuentos de Canterbury (1972) y Las mil y una noches (1974), para concluir su carrera con la controvertida Saló, o los 120 días de Sodoma (1975) tras cuyo estreno fue misteriosa y brutalmente asesinado.
Tan querido como odiado en vida, aunque siempre respetado como un consumado artista, lo que hoy es innegable es que El Evangelio según San Mateo es su película más hermosa y trascendente. Porque la verdadera revolución de Pasolini, su verdadera contribución a la historia del cine a través de su visión del Evangelio fue decir: «todos somos iguales».