«El ángel de Budapest» II
Ángela Sanz Briz: «Mi padre arriesgó su carrera, su vida y la de su familia por salvar a desconocidos»
Entrevista con la hija del diplomático español que salvó a 5.500 personas del Holocausto en la fecha en la que se hace pública «La lista de Ángel Sanz Briz»
Cuando su padre llevó a cabo los actos heroicos que hoy conocemos, Ángela Sanz Briz aún no había nacido. Sí lo había hecho su hermana Adela, la mayor, que con apenas unos años de vida viajó junto a sus padres a Hendaya, atravesando las ruinas de un país en guerra. Allí dejó Ángel Sanz Briz (Zaragoza 1910-Roma 1980) a su mujer, embarazada, y a su hija recién nacida para regresar a su labor oficial como embajador de España en Budapest, y a la menos oficial –de hecho, secreta– de conseguir salvar a todas las personas que pudiera de la barbarie nazi.
Casi ochenta años después de aquellos hechos, el Centro Sefarad-Israel ha hecho pública la relación de todos a los que el conocido como «el ángel de Budapest» salvó de las cámaras de gas de Auschwitz. Y aunque ninguno de los hijos del diplomático ha seguido su carrera, sí que han tratado de mantener siempre viva su memoria, así como su importantísima hazaña. Ángela Sanz Briz trabaja activamente para dar a conocer la gesta de su padre, «algo que debería ser conocido y honrado en todo el mundo».
–¿Cuál es su opinión acerca de la publicación de «La lista de Ángel Sanz Briz»?
–Es una iniciativa estupenda, muy inteligente. Creo que todo español debería conocer la historia de mi padre, y todo lo que contribuya a difundirla cuenta con mi apoyo. Además, a nosotros nos hace mucha ilusión poder conocer nuevas historias, porque igual que él, los que escaparon también son héroes que lo arriesgaron todo y, en ocasiones, lo perdieron todo. Muchos se quedaron no solo sin dinero y propiedades, sino sin familia, y nos encantaría saber cómo han rehecho su vida y poder rendirles homenaje.
–¿Quién es para usted Ángel Sanz Briz?
–Además de mi padre, y fue un padre estupendo, es verdaderamente un héroe, que murió sin saber que lo era. Arriesgó su carrera, su vida y la de su familia por unos desconocidos, pero en conciencia no podía actuar de manera diferente. Fue un hombre astuto, que se movía con inteligencia y mano izquierda, porque tenía que jugar la carta de ser país aliado de Alemania y, a la vez, no enfadar a los húngaros.
–¿Cómo afrontó él el cargo, en una Europa destruida por la Segunda Guerra Mundial?
–Cuando Ángel Sanz Briz llegó a Budapest en 1944, era un joven recién casado, con un bebé y sin demasiada experiencia. El anterior embajador había tenido que regresar a Madrid y él se encontró en un puesto que no le correspondía, ni por edad ni por cargo. Como jefe de misión, lo primero a lo que tuvo que hacer frente fue a la invasión de Hungría por parte de los alemanes, el 19 de marzo. Ese mismo día, Adolf Eichmann llegó a Budapest para implementar la Solución Final a los judíos húngaros, que hasta ese momento habían quedado indemnes (pese a ser Hungría aliado del Eje). Fue especialmente cruel porque la guerra ya estaba perdida; si todo en la actuación nazi fue una sinrazón, lo que hizo en Hungría alcanzó unas cotas de maldad innombrables. Antes de caer, quisieron acabar con el mayor número de judíos posible, casi a la desesperada. Fue una verdadera barbarie.
–¿Cómo consiguió eludir la burocracia nazi?
–Sanz Briz ejercía como encargado de Negocios y jefe de la legación española en Hungría. Ese año, la persecución hacia los judíos en el país vivía su apogeo, así que pidió ayuda en varias ocasiones, pero no obtuvo respuesta. Fue entonces cuando, a través de pasaportes y cartas de protección, empezó a actuar. Y lo hizo por libre, ayudándose de un viejo decreto de Primo de Rivera que reconocía la nacionalidad española a los descendientes de los sefardíes. Además, creó una red de viviendas de alquiler a cuenta de la Embajada en las que cobijó a numerosas familias judías.
–¿Cree que era posible que realmente no se conociera el genocidio que estaba llevando a cabo Hitler?
–Mi padre llegó a avisar al Gobierno español de la existencia del Holocausto, de la deportación sistemática y violenta de judíos y de su posterior ejecución, pero no obtuvo respuesta. Incluso llegó a mandar planos exactos del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Es imposible que gente con cierto poder no supiera lo que estaba sucediendo; otra cosa es que fuera tan horrible que superara cualquier capacidad de comprensión. También creo que ante una barbarie así, uno a veces mira hacia otro lado. Y por supuesto también hubo, como sabemos, cómplices directos del horror.
–¿Cree que no llegó a conocer a ninguno de sus salvados?
–Es probable que conociera a algunos. Mi padre se ocupaba de la parte administrativa, especialmente de la firma de documentos, y de las relaciones con el Ministerio del Interior y de Asuntos Exteriores de Hungría: no estaba tanto en el «trabajo de campo». Hace poco hemos sabido, a través del historiador José Antonio Lisbona, autor del libro Más allá del deber: la respuesta humanitaria del Servicio Exterior frente al holocausto, que un tío nuestro que estaba emigrando a Nueva York en barco escuchó el nombre de mi padre: era un judío al que él había salvado y que emigraba a Estados Unidos huyendo de los nazis. Más tarde, cuando mi padre fue nombrado cónsul de España en Nueva York en 1962, entró en relación con él.
–¿Qué otros relatos de los que sobrevivieron gracias a su padre la han conmovido?
–Hay dos supervivientes con quienes hemos tenido relación estos años. Una es Eva Leitman Bohrer Benatar, que nació en un sótano de Budapest cuando los aliados [Unión Soviética junto a Rumanía] bombardeaban la ciudad. Su padre había muerto en las marchas de la muerte y su madre se había escondido. Aunque Eva no era judía sefardita, mi padre consiguió ayudarla. Los otros son los hermanos Vandor, ya tristemente fallecidos. Por eso es importante también la iniciativa de «La lista de Ángel Sanz Briz», porque cada vez quedan menos supervivientes vivos.
–¿Por qué cree que, a su regreso a España, no se le reconoció su labor?
–Por diversas razones. En primer lugar, porque España había sido aliada de Alemania. Aunque no habíamos entrado en la Segunda Guerra Mundial, habíamos establecido lazos de colaboración. Era un tema muy equívoco. Además, por entonces no teníamos relaciones ni con Hungría ni con Israel, y en la cúpula franquista había algunos antisemitas, así que era un tema muy complicado políticamente.
–Sin embargo, cuando Franco le pidió ayuda a Sanz Briz para reestablecer las relaciones con Israel, él no dudó.
–En efecto. En un momento dado, Franco necesitó argumentos para mejorar las relaciones con Israel, y pidió a mi padre que dijera que había actuado en nombre del jefe del Estado, cosa que no era verdad. Y él, anteponiendo los intereses del país a los suyos particulares y cumpliendo su deber como funcionario, así lo hizo. Mi padre era un servidor, un funcionario público que amaba a su país y cuya lealtad hacia España iba más allá de signos políticos. Prueba de ello es que empezó su carrera diplomática con la República, continuó con Franco y después con el Rey Juan Carlos. Él entendía todo lo que hizo como parte de su deber.
–¿Qué otras anécdotas compartió con su familia sobre aquellos años?
–Mi padre era un hombre muy reservado, al que no le gustaba alardear. Además, era un tema un poco escabroso, y creo que él siempre nos quiso proteger del horror que había vivido. Además, en aquella época uno no podía preguntarle cualquier cosa a su padre; los padres estaban a sus cosas y eran muy reservados, no compartían su día a día laboral con sus hijos. Sí recuerdo que nos contó que la primera vez que fue a hablar con el Ministerio del Interior, antes siquiera de poder pronunciar palabra, le gritaron: «Estamos hartos de que vengáis aquí a contarnos lo mal que lo están pasando los judíos, ¡y nadie se preocupa por los miles de desplazados húngaros». Y en una nueva muestra de su inteligencia, mi padre cambió su discurso y le dijo: «Precisamente venía a ofrecerle mi ayuda y a aportar fondos económicos para ayudar a los desplazados húngaros». Con eso se los ganó, porque era un gran diplomático.