La vuelta al mundo de Juan Sebastián Elcano y la conciencia de lo español
Antes de cualquier interpretación o posicionamiento sobre los hechos del pasado, es necesario partir de la pregunta que se despierta ante el relato de aquella navegación
Los marinos cuando vuelven a tierra rememoran las gestas de travesías durísimas a lo largo y ancho del inmenso mundo. Y cuentan en las tabernas y colmaos de su pueblo las miles de maravillas que han visto en la travesía de las tierras conquistadas. Estas son palabras que, hoy en día, parecen no servir para no ofender a nadie con las acciones del pasado. Pero de alguna manera hay que contar las cosas. Y de alguna manera hay que volver a relatar a las nuevas generaciones ese extraño arrojo, mezclado con un poco de irracionalidad.
A comprender se empieza preguntándose
Nosotros ya no podemos saber qué se siente cuando un barco se adentraba en el misterio de alta mar y por las circunstancias meteorológicas adversas o algún error de cálculo, se perdía entre las estrellas y un desierto de agua.
Si nos admiramos de las películas y de los libros que rememoran otras aventuras, ¿por qué no habríamos de admirarnos de nuestra realidad? ¿Por qué tendríamos que esconder nuestro pasado bajo un manto de olvido e interpretaciones más o menos interesadas?
Durante este año se recuerda el quinto centenario de la vuelta al mundo de Juan Sebastián Elcano, y puede que este acontecimiento, como tantos otros, pase sin pena ni gloria entre la distracción general, que ya es una posición tomada de antemano, y el interés por ocultar o mistificar su grandeza.
El mundo ya no volvió a ser el mismo después de que doscientos treinta y nueve hombres y cinco naos partieran de Sevilla en 1519 en busca de una ruta por el oeste hacia Las Molucas, la isla de las especias. Tres años después, regresaron dieciocho hombres famélicos y una sola nao, después de haber hecho más pequeña la distancia del infinito mundo y posibilitar una primera globalización.
La curiosidad del hombre
El relato más o menos fantasioso que Antonio Pigafetta hace de aquella navegación, es una maravilla de detalles etnográficos, zoológicos y geográficos, que desvela una naturaleza humana curiosa y observadora. En esa travesía increíble se recoge todo tipo de información sobre los nativos que encontraban, las enfermedades que padecían o las dificultades que siempre fueron vividas desde la Providencia cristiana.
Al mismo tiempo, el escrito de Pigafetta contiene hasta tres métodos de navegación: el cálculo de la distancia desde un punto de longitud conocida por la observación de la distancia de la Luna desde la curva por la que discurre el sol alrededor de la tierra; la observación de la conjunción de la luna con una estrella o planeta; y el uso de la brújula, además de describir la forma de tomar la altitud de la Estrella Polar para determinar la latitud, o conocer la dirección del viento.
Pigafetta, es consciente de la importancia de su relato; de hecho, al presentarse ante Carlos V dirá: «Partiendo de Sevilla, pasé a Valladolid, donde presenté a la sacra Majestad de Don Carlos, no oro ni plata, sino cosas para obtener mucho aprecio de tamaño Señor. Entre las otras, le di un libro, escrito por mi mano, con todas las cosas pasadas, día a día, en nuestro viaje».
La pregunta sobre el hombre que antecede a cualquier reflexión
En cualquier caso, para la interpretación de los hechos del pasado y su inevitable posicionamiento es aconsejable partir siempre, en cada paso del camino, de las preguntas que una razón despierta y deseosa de conocer se hace ante las circunstancias, tal y como nos enseña en su escrito el escribano Pigafetta.
Más allá de los hechos, más o menos verificables que están a la mano en las fuentes históricas, hay algo previo. Y es, como decimos, la pregunta asombrada acerca de las razones que esos hombres tenían para salir de su tierra (pudiendo no hacerlo y quedarse arando campos o plantando viñas sobre una tierra que no castigaba con diabólicos oleajes). Razones, no sólo pensadas sino vividas dentro de una mentalidad que, aunque ya no podemos comprender, está dominada por una valentía última y una confianza en las posibilidades que, inevitablemente, sólo pueden reconocerse desde un Renacimiento sustancialmente español y mediterráneo, y que cambia la faz del mundo conocido.
Evidentemente no eran ángeles, como no lo somos nosotros, ni la intenciones se mantuvieron puras en el corazón, como no se mantienen en nosotros. Pero se llegó y se volvió, según las crónicas. Y esto suscita esa gran pregunta acerca de la naturaleza, extraordinariamente ordinaria, de unos hombres, como nosotros, a los que no les derrotó la adversidad de las circunstancias ni el pánico a la realidad que a nosotros nos ahoga.