Estados Unidos nació en Castilla: la presencia española en América que la leyenda negra anglosajona no puede borrar
Carrie Gibson relata en 'El norte' la imborrable influencia española en EE.UU. desde el desembarco de Colón para recordar a Biden y a López Obrador que su origen está en nosotros
Mientras el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quita a España el mérito de su evidente influencia en la historia de América y agradece a los italianos el trabajo civilizador que nuestros antepasados llevaron a cabo en su continente, el presidente mexicano, López Obrador, arenga a sus compatriotas, y ensalza nuevamente un pasado prehispánico, indigenista y paradisiaco hasta la llegada del supuesto yugo español, en un nuevo capítulo de decapitaciones de estatuas a modo de «borrón y cuenta nueva» histórico.
'El norte' de Carrie Gibson y el rodillo cultural anglosajón
El último de estos episodios ha sucedido en Morelia hace apenas unos días, con la decapitación de la estatua del fraile Antonio de San Miguel por parte del Consejo Supremo Indígena de Michoacán «por ser un símbolo de subordinación, representación del esclavismo y un emblema del genocidio español», según ha comunicado el consejo, envalentonado por no sufrir acciones penales.
En este contexto, es bueno leer el libro de Carrie Gibson El norte para recordar la imborrable influencia española en la tierra norteamericana, ya que, como dice la autora «gran parte de la historia hispánica del país ha permanecido ignorada y marginada, ya que se creó una identidad anglófona, blanca y protestante, en la que no había lugar para los indios o los esclavos africanos o, siquiera, los europeos del sur».
Desde la llegada de Colón hasta la América blanca de Trump, Gibson va desgranando la epopeya de nuestros exploradores, voluntariamente olvidada y censurada por el discurso oficial norteamericano que, como un rodillo, pasa por encima de los acontecimientos y los nombres que trufan la historia del continente.
Carrie Gibson culmina el relato con la dificultad de ser hispano en los Estados Unidos; el desprecio a la lengua española o al origen, que sufren, y se pregunta: «¿Qué es realmente ser hispano en EE.UU.? ¿Cuándo deja uno de ser hispano? ¿Si no hablas español ya no lo eres? Lo cierto es que cada vez menos hispanos hablan español porque es un idioma que sigue estando denostado».
Desde México hasta Alaska, sigue habiendo signos geográficos y culturales españoles en el continente americano. Desde la llegada de Ponce de León a Puerto Rico en 1508, o sus primeros pasos por aquella tierra extraña a la que bautizó, por llegar durante la Pascua, Florida, en 1513, la maquinaria anglosajona se ha esforzado en hacer desaparecer más de trescientos años de signos imborrables.
La expedición no fue un camino de rosas, tal y como sabemos por Cabeza de Vaca, Pánfilo de Narváez o Hernando de Soto, cuyo nombre se recuerda todavía en un condado y en múltiples espacios públicos de Florida, y que recorrió miles de kilómetros de la nueva tierra ignota.
De Extremadura llegó García López de Cárdenas para descubrir los cuatrocientos kilómetros del Cañón del Colorado; y de Salamanca, Vázquez de Coronado para explorar toda Arizona con mil hombres.
La Guerra de los Siete años (1756-1763) se saldó con la pérdida de una extensión mucho mayor de lo que luego quedó reducido la actual Luisiana. Pero en 1762, de la noche a la mañana, España se hizo con regiones que abarcaban desde Canadá (poniendo la frontera con Rusia) hasta el Golfo de México, incluyendo Nueva Orleáns; ciudad que en 1800 se acuerda con Napoleón que sea devuelta a Francia, y que ésta vende a los Estados Unidos por cincuenta millones de francos.
No se entendería la historia de California sin la labor evangelizadora del franciscano mallorquín Junípero Serra, fundador de numerosas misiones, y tampoco se entendería la actual producción del 80 % mundial de almendras, si los franciscanos no hubieran llenado de almendros su suelo.
Tampoco se entendería Estados Unidos sin Andalucía, ya que andaluz es el nombre de las tres Málaga, las seis Granada, las tres Sevilla, las dos Almería, las tres Córdoba, las dos Cádiz y, así, tantas ciudades trasplantadas (también Madrid o Pamplona) desde España a las tierras de ultramar.
Y tampoco se entendería Estados Unidos sin los santos: desde San José, San Luis, San Diego, Santa Inés, San Fernando y tantos otros nombres de las misiones que atravesaban las dos Californias con un Camino Real, el más importante de todos; el Camino de Santa Fe, el Camino de Los Tejas, o el de la Plata, siguiendo las antiguas veredas de los animales y de los nativos, y uniendo en una misma civilización todo un continente, que no nació con Buffalo Bill, el general Custer o Gary Cooper, sino con la valentía y el apoyo de una corona española.
Sólo quien ignora involuntariamente, o quien tiene interés en que otros ignoren, puede pasar por alto las mentiras y medias verdades que la política infringe a la cultura. Y se puede vivir sin tener todos los datos de la Historia, como antaño se vivía. Pero es triste comprobar la razón de tantas manipulaciones cuando se descubre el por qué de la censura y del olvido.