Premio Princesa de Asturias de las Letras
Juan Mayorga, Princesa de Asturias de las Letras: «El teatro tiene por misión incidir en las grandes preguntas sin respuesta»
El Debate entrevista a Juan Mayorga, que recoge hoy el Premio Princesa de Asturias de las Letras por la «enorme calidad, hondura crítica y compromiso intelectual» de su obra
Es uno de los mayores creadores de España. «Creador», a secas, se le queda pequeño a Juan Antonio Mayorga Ruano (Madrid, 1965), que es matemático, filósofo, profesor y director y escritor de teatro, además de un excelente ser humano, dicho por todos los que tienen el privilegio de conocerle, aunque él bajaría la mirada con modestia si lo escuchara.
Reconocido como uno de los más destacados dramaturgos del panorama teatral actual, recibe hoy en Oviedo el Premio Princesa de Asturias de las Letras por su formidable contribución a la palabra, que es el gran amor de su vida: «Ha propuesto una formidable renovación de la escena teatral, dotándola de una preocupación filosófica y moral que interpela a nuestra sociedad al concebir su trabajo como un teatro para el futuro y para la esencial dignidad del ser humano», reza el acta del galardón.
En 2019 ingresó en la Real Academia Española, donde ocupa el asiento «M» («La 'M' me evoca a la madre, la mía y la de mis hijos», dice), y donde enunció un brillante discurso sobre el silencio y la palabra, «dos entidades que se necesitan mutuamente para sobrevivir». Mayorga no solo enuncia la palabra, sino que la observa, la conduce y la guía, la pone en marcha. Así lo cuenta en El Debate.
–¿Qué ha supuesto para usted recibir el premio Princesa de Asturias?
–Ha sido una enorme sorpresa. También una enorme alegría, pero predominó la sorpresa, porque no me lo esperaba. Incluso un poco de pudor, porque no sé si merezco un reconocimiento así. Así que además de la alegría y la emoción, supone para mí una gran responsabilidad.
–Dice que los premios más que por lo que ha hecho muchas veces se dan por lo que se espera que haga.
–Sí, así lo creo. Hay personas que expresan su respeto hacia ti; personas a las que tú mismo respetas. Y es tu obligación estar a la altura de ese respeto. Por otro lado, también he dicho e insisto en ello, que es importante que estos premios o estos reconocimientos, haciéndote más responsable, no te hagan más conservador; es decir, no te hagan pensar que has de insistir en repetir aquello por lo que has sido premiado. Que no limiten tu capacidad de exponerte, tu capacidad de arriesgar y no te hagan más timorato frente al error y el fracaso.
–¿Cree que eso es un riesgo para usted, cuando le han concedido el premio por ser el gran renovador de la escena teatral?
–Bueno, yo no me siento en absoluto el gran renovador del teatro. Hago lo que puedo. Y estoy acompañado de otros creadores. Juntos nos hemos comprometido con el teatro, y entonces sí se puede hablar de renovación. Siempre hay que buscar nuevas formas y estar atento a las nuevas contradicciones y conflictos que van apareciendo. Pero al mismo tiempo, el programa que creo que sostenemos es muy antiguo: es el programa teatral. Consiste en examinar las posibilidades de la vida humana en asamblea. El teatro ha de recordar siempre esto.
–Dice el premio que ha dotado al teatro «de una preocupación filosófica y moral». ¿Estaba también esta preocupación en el origen del teatro?
–Yo creo que no hay una gran obra de la historia del teatro, de la literatura dramática, que no tenga un profundo carácter moral. Por supuesto que eso no significa que las obras tengan que ser moralizantes, pero sí que tengan una preocupación moral. Todas las grandes tragedias, y también las comedias griegas, se alimentan de la indagación moral. También las de nuestro teatro áureo. Pensemos en piezas como Fuenteovejuna o La vida es sueño, por mencionar solo dos de las que tuve el honor de realizar adaptaciones. Pero también existen comedias, como por ejemplo otra que también versioné, La dama boba, de Lope de Vega. Y si pienso en el teatro de Ibsen, de Chejov, de Strindberg, de Beckett… Siempre hay una reflexión moral. Igual que la Filosofía, el ‘gran teatro' incide siempre en unas cuantas preguntas importantes, y su misión consiste precisamente en insistir, en hacer esas preguntas sin respuesta.
El teatro siempre tiene indagación moral, y como la filosofía, tiene por misión incidir en las grandes preguntas sin respuesta
–Cita a Lope o a Calderón, pero usted es solo el tercer dramaturgo al que se le concede este galardón. ¿Es necesario que se reconozca la autoría teatral?
–El hecho de que se me haya entregado el Princesa de Asturias de las Letras me alegra. Me alegra que se respete mi escritura, y que se respete la escritura teatral, que tiene siempre un carácter liminal. Habita en el límite. Esto es paradójico porque su vocación no es la de agotarse en la lectura solitaria. Yo siempre digo que el texto teatral ha de despertar el deseo de teatro. Y el deseo de teatro es deseo de reunión. Por eso creo que también se ha premiado el oficio de esos escritores que escriben pensando en que, un día, los actores se reunirán en torno a sus palabras, y abrirán y extenderán su reunión a toda la ciudad. Me parece importante este premio, dado que precisamente la autoría teatral es a menudo despreciada o desconsiderada, incluso en un país como este, en el que no podríamos en absoluto entender la historia de la literatura española sin la literatura dramática, sin gigantes como Lope, Calderón, Valle y Lorca.
El texto teatral ha de despertar el deseo de teatro. Y el deseo de teatro es deseo de reunión
–El acta recalca que con sus creaciones busca «enfrentar al público con la realidad a través del conflicto, desafiando las convicciones, la sensibilidad y el punto de vista del espectador, sin eludir los asuntos de la actualidad política y social». ¿Es importante que el teatro sea eco social?
–El teatro siempre es actual y siempre está atravesado por aquello que está en el aire. Los que hacemos teatro compartimos sueños y pesadillas con nuestros contemporáneos. Sin duda atraviesan nuestras creaciones. En ocasiones, además, podemos intervenir en la coyuntura, en la conversación más inmediata, actual y urgente, pero también en ocasiones, precisamente eligiendo nuestra propia agenda y no hablando «de lo que todos hablan», también ejercemos nuestra libertad. Y podemos estar haciendo también en este sentido un acto político. Alguna vez he dicho que antes que proclamando la libertad, el arte defiende la libertad ejerciéndola.
–¿Qué ha hecho el teatro en la vida de Juan Mayorga, qué tiene que ver con la persona que es usted hoy?
–El teatro me ha dado arte. Me ha dado un medio para relacionarme con el mundo. Mi mayor interés son las acciones humanas: siempre las analizo, cuando voy en el Metro, cuando estoy sentado en una plaza o en un aula. Me interesa cómo los seres humanos se relacionan los unos con los otros, cómo hacen para intentar atraer a otro, o para intentar intimidarlo. Creo que el teatro es precisamente el arte que tiene en su centro la observación de las acciones humanas. En realidad, no estoy inventando nada, porque esto ya lo dice Aristóteles en su Poética, aunque él lo circunscribe a la tragedia. El teatro en general es la representación de las acciones humanas, reales o posibles, a través de los actores. Por eso aquellas personas para las que la observación de las acciones humanas sea lo más interesante, lo más fascinante, encuentran en el teatro su lugar natural.
–¿Es lo que le sucede a usted?
–Sí, aunque por otro lado hay algo que me fascina también en el teatro y es que me permite intervenir en la ciudad. El teatro nos convoca en un lugar y en un tiempo, y la ciudad acepta esa convocatoria y la hace suya. La invitación es para todos, y así el teatro interviene en la vida de la ciudad. Y luego como escritor de teatro puedo, como el novelista o el cuentista, narrar y contar historias, y eso me fascina. Como el poeta, puedo asaltar mi lengua, indagar los límites de mi lengua, pero además puedo hacer algo que es solo del teatro: puedo ofrecer mi escritura a otros para que la lleven a lugares para mí imprevistos. Y eso es lo que ocurre cada vez que veo una obra mía llevada a la escena por otros.
–¿Y eso no da vértigo?
–Da vértigo, a veces produce disgustos, pero muchas veces sucede lo contrario. Hay actores que descubren en tus personajes heridas o luces que desconocías que estaban allí. O directores que descubren en tu pieza sentidos que tú no sabías que tenía. Y eso… eso es fascinante. Yo siento mucha gratitud hacia todos los que me han acompañado en mi teatro.
–Justo esta temporada coincidieron en Madrid casi simultáneamente Silencio y El Golem. Una pone en valor el silencio, otra la palabra. ¿Ha sido intencionado?
–Esta temporada ha sido importante para mí porque no solo se han estrenado Silencio (con mi dirección) y El Golem (con la dirección de Alfredo Sanzol). También se ha estrenado una pieza que escribí en los 90, pero que no había llegado a escena en un montaje profesional en España hasta ahora, El jardín quemado, dirigida por Rafael Rodríguez. Yo mismo he repuesto mi montaje de mi obra La lengua en pedazos. Ernesto Caballero hizo un espectáculo, Voltaire, a partir de tres piezas breves mías de Teatro para minutos. Y finalmente, incluso he hecho la versión del Diablo Cojuelo para los Payasos de Rhum & Cia. Ha sido un año interesante para mí en este sentido, en el que me he podido encontrar con muchos espectadores. Y dos piezas clave en esa constelación son Silencio y El Golem. Es cierto que parece que hablan de cosas muy distintas o de realidades muy distintas, o incluso opuestas. Pero yo creo que el silencio no es lo opuesto a la palabra, ni la palabra lo es del silencio. Lo que se opone al silencio, a la palabra, es el ruido. El silencio es soporte de la palabra, y la palabra requiere del silencio.
Creo que el silencio no es lo opuesto a la palabra, ni la palabra lo es del silencio. Lo que se opone al silencio y a la palabra, es el ruido
–¿Siempre le ha acompañado el silencio?
–Siempre lo he cultivado, al igual que la palabra. Precisamente al volver a escuchar El jardín quemado recientemente, escuchaba a un personaje que dice estar escribiendo incesantemente un poema que podría parar la guerra de España. Esa preocupación por la paz, esa búsqueda de la palabra esencial, aparece siempre como tema de mi propio teatro.
–Ha sido nombrado director artístico del Teatro de la Abadía. ¿Qué propuestas tiene en mente?
–Precisamente el día antes de que se anunciase el Princesa de Asturias había estado con mi equipo planteándonos qué palabras podrían definir lo que queremos hacer al frente de la Abadía. Y llegamos a la conclusión de que precisamente esas cuatro palabras son las que suelo señalar como marcas del teatro al que aspiro y que amo: acción, emoción, poesía y pensamiento. Vamos a ofrecer una casa muy abierta, en la que desde luego haya propuestas teatrales muy diversas, pero al mismo tiempo vinculadas por un por un rasgo común: la excelencia. Creo que hay mucho talento ahora mismo en España y esperamos poder dar hospitalidad a todos.
Hay cuatro conceptos que suelo señalar como marcas del teatro al que aspiro y que amo: acción, emoción, poesía y pensamiento
–Parece que el teatro en España vive una nueva edad dorada, con autores como Conejero, Salzol o usted mismo. ¿A qué cree que se debe?
–Algo que me que me llena de alegría y que me da mucha esperanza es que veo que el teatro está atrayendo al talento joven. Incluso podríamos hablar de personas, incluso todavía más jóvenes, que han encontrado que el teatro es un buen lugar para compartir su experiencia con otros. Hemos descubierto que el teatro es omnívoro: no hay asunto, no hay experiencia, no hay personaje, no hay tema, no hay historia de la que no pueda hacerse cargo.
–¿Qué propuestas teatrales recomendaría actualmente? ¿Siente que hay un canon o hay propuestas diferenciadas?
–Hay una historia judía que a mí me gusta mucho, que habla de un náufrago en una isla desierta que decide construir tres sinagogas. Cuando llegan a salvarlo, le preguntan por qué tres, y dice: «Esa es la sinagoga a la que voy, es a la que no voy y esa es a la que no iría jamás». Me gusta esa historia porque creo que podría servir para hablar de un sistema teatral sano, que yo creo que es aquel en el que hay teatros a los que vas, teatros a los que no vas y teatros a los que no irías jamás. Tiene que haber de todo. Y tenemos incluso que defender que haya teatros a los que nunca iríamos. Creo que en el teatro español hay propuestas muy diversas, muy distintas.
–¿Coexisten bien?
–Creo que es importante que haya una variedad de lenguajes, una versatilidad, una diversidad. Es bueno para todos. Incluso para aquellos que no son afines a esos lenguajes. El espectador tiene mucho entre lo que escoger. Sin embargo, nunca debemos confiarnos. Siempre debemos aspirar a que nuestra escena sea más compleja y más interesante. Hay mucho por hacer. Probablemente hay muchos asuntos silenciados, muchas formas no exploradas y desde luego hay muchos grandes escritores, algunos que escriben en otras lenguas cuyas obras no están llegando a nuestros escenarios. Y eso es negativo.
–¿Entonces no hacemos distinción entre baja y alta cultura?
–Yo creo que el arte es duro y ha de ser exigente. La forma más alta de respeto hacia alguien es esperar algo de él o incluso esperar mucho de él. Yo creo que tenemos que hacer un teatro que espere mucho de los espectadores.