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Autorretrato de Inge Morath

Autorretrato de Inge Morath

Inge Morath, la fotógrafa apasionada de España que borró su rostro de guerra para retratar su alma

La fotografía del vuelo de la falda de una bailaora es la protagonista de Now, una tirada de más de cien imágenes de distintos autores con la que la agencia Magnum celebra su 75º aniversario

Inge Morath dijo que aprendió a hacer fotografías, antes de coger una cámara, viendo el trabajo de Henri Cartier-Bresson. Robert Capa, el otro fundador de la agencia Magnum, fue quien la descubrió tras leer algunos de sus trabajos para la revista Life como escritora. Capa la contrató para escribir los mejores pies de foto que se han escrito nunca, bajo los cuales bullía una fotógrafa diferente.

Morath estudiaba idiomas en la universidad de Berlín cuando Hitler invadió Europa. Trabajó en una fábrica de piezas de aviones al lado de prisioneros de guerra. En 1945, a los 22 años, caminó más de 700 kilómetros entre ruinas y madres con sus hijos muertos en brazos para llegar a la casa de sus padres en Salzburgo, Austria. La visión de la guerra significó en su trabajo el rechazo absoluto a mostrar cualquier tipo de horror.

Viaje en Cadillac con un duque español

Antes de convertirse en fotógrafa asociada de la agencia Magnum (todo un hito para una mujer en la época), entabló amistad con un duque español, Gonzalo Figueroa (una relación que pudo acabar en el casamiento que no sucedió por la reticencia de Morath a vivir una vida aristocrática, pero dependiente), con quien realizó un viaje extraordinario por España a bordo de dos Cadillacs, uno en el que iban los dos y otro lleno de libros que el asistente del duque leía en voz alta.

España fue la horma del zapato de aquellas visiones que nunca más quiso ver. El país al que regresó casi continuamente fue una de esas puertas que traspasó muchas veces, también después de casarse con el dramaturgo Arthur Miller en 1962. «Presionar el obturador», dijo Morath, «se ha mantenido como un momento de gozoso reconocimiento, comparable al deleite de un niño que se balancea de puntillas y de repente, con un pequeño grito de alegría, extendiendo una mano hacia un objeto deseado». Y España fue su lugar favorito para hacerlo. En el discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias en 2002, Miller se refirió a la España de su mujer con estas palabras:

«Inge me reveló otra faceta muy diferente de España, la España que ella había llegado a querer, el país donde creo que más a gusto se encontraba. Era el país de grandes pintores y de su amigo Balenciaga, pero también de campesinos y de gente del pueblo y toreros, a quienes le encantaba fotografiar. Veía el carácter español cierta aspiración a la nobleza que yo creo que reflejaba la que ella misma tenía. A comienzo de los años cincuenta, cuando España despertaba poco interés en el mundo de la cultura, hacía fotografías del medio siglo con un amor y un respeto manifiestos por el alma de la gente. Este era el verdadero tema de su obra. Ante su dominio absoluto del idioma, de las costumbres y de la historia de España, yo no podía más que observarla maravillado».

El vuelo de una falda

Una fotografía del vuelo de la falda de una bailaora española es una de las imágenes a la venta con motivo del 75º aniversario de Magnum. Now, como se llama la tirada, está a la venta desde el 17 hasta el próximo 24 de octubre por internet. Se trata de 120 impresiones firmadas de distintos fotógrafos, donde destaca la personalidad, el recuerdo y la visión de España de la fotógrafa austríaca, nacionalizada estadounidense.

Inge Morath en 1999

Inge Morath en 1999©RADIALPRESS

En 1953, a la todavía no fotógrafa Morath, Capa la puso bajo el ala de Cartier-Bresson, con quien llegó a España por primera vez: «España era casi como entrar en un sueño que había tenido muchas veces. Amaba a la gente, me dejaron fotografiarlos, pero también querían que los escuchara, que me contaran lo que sabían, para que así contáramos su historia juntos».

Una España distinta en su obsesión vital por no reflejar la penuria (quizá el sentimiento que le provocaba su hijo con síndrome de Down y el terrible motivo [y escandaloso, cuando se supo] por el que le internó en una institución), en un país aún inmerso en la posguerra, que fue otro «en ese ojo tras la cámara» que no era «ni un hombre ni una mujer» porque «llevaba pantalones», la frase que le sirvió para retratar a los toreros en el momento sagrado de vestirse antes de ir a la plaza, como si la atávica pasión por el país le hubiera llevado a alcanzar su esencia más profunda.

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