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Elvira Navarro

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Elvira Navarro: «Hemos perdido la vergüenza por el pasado, a la vez que hemos diversificado nuestras herencias»

La escritora acaba de publicar su quinta novela, Las voces de Adriana, un libro sobre el cuidado, el recuerdo y la pérdida, sobre la familia y el amor

Elvira Navarro es una de las voces más poderosas de la narrativa española actual. No es raro que sus libros aparezcan en las listas recomendadas por la prensa. Su penúltimo libro, la colección de relatos La isla de los conejos (2019), fue nominado al National Book Award de Estados Unidos. Un prestigio que pocos autores españoles han disfrutado. Acaba de publicar su quinta novela, Las voces de Adriana (Random House, 2023). Un libro sobre el cuidado, el recuerdo y la pérdida, sobre la familia y el amor.

–Adriana, la protagonista de la novela, es una chica joven, hija única, que se enfrenta a la enfermedad de un padre viudo y teme perder con él a toda su familia. ¿Es un libro sobre pérdidas o recuperaciones?

–Adriana ha perdido a su madre y a su abuela. La novela se hace cargo de las herencias. Está la herencia del padre y la herencia de la madre. La gran diferencia es que el padre aún está vivo. Porque mientras las personas viven, el legado se puede modificar, ya que esas personas también se van modificando. En cambio, parece que cuando se muere, como es el caso de la madre y la abuela en la novela, de repente la puerta se cierra. Ya no podemos acudir a esas personas para preguntarle. Esas personas ya solo perviven en la memoria propia, y al mismo tiempo, la memoria propia tergiversa el pasado. No quiero decir que la memoria mienta, pero los hechos en la memoria se modifican precisamente para respetar esa verdad emocional. Para preservar aquello que se valora.

–Dice Julio Llamazares, que toda novela es autobiográfica y toda autobiografía es ficción. ¿Cómo te mueves entre ambos mundos?

–Yo creo que Llamazares tiene razón porque apunta que muchos libros están hechos de un material que proviene de nuestra propia experiencia, es difícil escribir con verosimilitud si no acudimos a la experiencia personal. Y también literatura parte de lo concreto, y no hay nada más concreto que la propia vida. Yo nunca he escrito autobiografía. Aunque cuento muchas cosas de mi vida, utilizo la distancia de la tercera persona, necesito la máscara del personaje porque así tengo la sensación de tener la libertad que necesito.

'Las voces de Adriana' es el nuevo libro de Elvira Navarro

Las voces de Adriana es el nuevo libro de Elvira Navarro

–El libro tiene tres partes, y la segunda está dedicada íntegramente a la casa familiar de la protagonista. Una enorme casa rural extremeña a través de la cual conocemos la historia familiar. Es una parte sorprendente y extraordinaria. ¿Cuál era tu objetivo?

–La función de esa segunda parte era la hacer la transición tonal desde el tono más ligero de la primera parte del libro hacia el tono más dramático del final. Yo concebía la casa como una casa de fantasmas cuando hablo de las habitaciones a oscuras y de que en cada habitación habita la memoria de un acontecimiento, la memoria de quienes vivieron allí. El modo de expresarlo sugiere que hay algo fantasmagórico. Yo estaba jugando con toda conciencia con el elemento gótico, aunque no se pueda decir que sea una novela de fantasmas exactamente. Los fantasmas que hay son fantasmas psicológicos. Al ser una casa tan grande me daba juego para trasladar esa sensación de que detrás de una puerta habita un monstruo. Y ese monstruo que habita es un hecho que ocurre en el pasado, algo trágico que marcó a la familia.

–Un episodio de la historia familiar transcurre durante la Guerra Civil española. Me ha llamado la atención el tratamiento que haces, pues las víctimas pertenecen al bando vencedor, algo que no se suele encontrar en ficción, pero no parece reivindicar nada, sino más bien condenar la confrontación en todos sus planos.

–Es habitual en las ficciones presentar a los vencidos como las víctimas absolutas y a los vencedores como los verdugos absolutos en cualquier guerra, y en la civil española también. Porque eso es así en términos globales, históricos. Es un hecho indiscutible: unos ganaron, otros perdieron, y a lo que perdieron se les machacó. Ahora bien, si vamos a la intrahistoria, la dialéctica entre vencedores y vencidos se complica. Creo que se empobrece cuando se crea un relato donde entre los vencedores no hay víctimas y entre los vencidos no existen verdugos. La realidad es mucho más complicada cuando miramos las historias individuales. Y desde el punto de vista antropológico, una guerra es un estado de excepción donde la ética queda suspendida, y ahí no hay bandos. Se deshumaniza al contrario, puesto que hay que destruirle. De hecho, las atrocidades que se cuentan de todas las guerras salpican a todos los bandos. Cosa distinta es quién tiene la legitimidad moral. Pero no se hace justicia tratando de solventar una injusticia con otra injusticia, que es lo que cuenta la novela en la parte final.

–Las voces de Adriana comienza en lo más actual del mundo digital, las redes sociales y demás avances tecnológicos. Pero la historia vuelve al pasado y muestra el mundo rural tal y como estaba hace un siglo. ¿Ves algún conflicto entre tradición y modernidad?

–No veo un conflicto real. El movimiento del presente al pasado en la novela responde a no dejar escapar ese pasado. La protagonista se aferra a él porque es de donde procede. No significa que sea reivindicativa, solo abraza a una memoria. Pienso que hay una convivencia natural, porque Adriana pasó una parte de su vida, su infancia, en el pueblo, pero también vive en la ciudad. Creo que ya no estamos tan reñidos con nuestros orígenes, quizá sucedió con las generaciones que tuvieron que emigrar del campo a la ciudad.

No diría que en esta novela hay una reivindicación del mundo rural, sino más bien un orgullo de la propia memoria. España tiene un complejo de inferioridad por el atraso que ha vivido con respecto a Europa. En la generación de nuestros padres ha pervivido ese complejo, y cuando llega la Transición hay un intento de modernizarse a toda prisa y con ello una vergüenza de los orígenes, de la propia tradición.

España tiene un complejo de inferioridad por el atraso que ha vivido con respecto a Europa

–¿Crees que hemos superado ese complejo?

–Recuerdo en los años 90, cuando empecé a tener conciencia del mundo cultural, el clima literario miraba al extranjero. Se escribían libros localizados en grandes ciudades extranjeras. Había una pretensión de modernidad que creo llega hasta la generación Nocilla, que se autocalificaba como cosmopolita. Pienso que está provocada por el complejo cultural al que me he referido. Cuando empezábamos a publicar los autores de nuestra generación y nos preguntaban: ¿Qué autores te han influido?, nadie decía un autor español. Y menos aún de la de posguerra. Podías decir Lorca, Cervantes, grandes creadores, pero nunca Delibes, que se consideraba algo casposísimo. Ahora eso ha desaparecido. Desde mi punto de vista, Delibes se ha revalorizado incluso por su modernidad. Pienso en Las ratas o en Los santos inocentes, dos libros que explican España y que no han envejecido lo más mínimo.

En los últimos años han pasado demasiadas cosas, el sueño de la modernidad terminó con el batacazo de la crisis, sumado a la explosión de la globalización. Eso ha cambiado la relación con la propia cultura. Hemos perdido la vergüenza por el pasado, a la vez que hemos diversificado nuestras herencias. En primer lugar tenemos nuestra herencia literaria, pero hemos adquirido otras. Para mí la literatura latinoamericana es esencial. Yo crecí leyendo a Cortázar, a García Márquez, a Borges, del mismo modo que leía a Delibes, a Cela o a Rosa Chacel.

–¿De ahí la moda de temas rurales en la novela actual?

–No creo que responda tanto a una moda. Soy poco creyente de las modas. Yo creo que no hay modas, hay síntomas que responden a un clima de época, a unos cambios que se dan. Y pienso que eso es un síntoma de que ha cambiado la relación con la memoria del campo. Mucha de la gente que vivimos en ciudad venimos del campo, pero somos la tercera generación. Muchas personas de nuestra generación han pasado los veranos en el pueblo, con sus abuelos. Se ha perdido la memoria del pueblo en el que se pasaba hambre y no tenías calzado que ponerte. Nuestra generación ha ido al pueblo y ha disfrutado los mejores años de su vida. Eso ha creado una nueva relación con el medio rural, mucho más amorosa y sin la vergüenza de la generación anterior.

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