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El psicólogo y escritor canadiense Jordan Peterson

¿Por qué sus colegas canadienses envían a Jordan Peterson a un campo de reeducación?

La pregunta que todos deberíamos hacernos es si ser woke debería ser un requisito para participar en la vida profesional

En un explosivo tuit el célebre psicólogo canadiense Jordan Peterson anunciaba:

«El Colegio de Psicólogos de Ontario ha exigido que me someta a un reciclaje obligatorio en comunicación en redes sociales con sus expertos por, entre otros delitos, retwittear a Pierre Poilievre y criticar a Justin Trudeau y a sus aliados políticos».

Peterson daba más detalles llamativos de su sentencia:

«Debo seguir un curso de reciclaje con informes que documenten mis 'progresos' o enfrentarme a un tribunal en persona y a la suspensión de mi derecho a ejercer como psicólogo clínico licenciado».

Es verdad que Peterson ha escrito sus tuits en un lenguaje orwelliano: un movimiento inteligente que le ha garantizado una resonancia mundial en los medios de comunicación.

Y sin embargo, las comparaciones con Orwell no son tan descabelladas. La «reeducación» de Jordan Peterson es sólo el último ejemplo de una serie de asociaciones profesionales que dan de baja a sus miembros no suficientemente woke y que además no lo esconden.

La pregunta que todos deberíamos hacernos es si ser woke debería ser un requisito para participar en la vida profesional.

Delitos de pensamiento

En un artículo de opinión para el National Post, Jordan Peterson ha hecho una lista parcial de los «crímenes» por los que se enfrenta a esta terapia obligatoria y a la posible cancelación de su licencia profesional:

  • Retuiteé un comentario del líder conservador Pierre Poilievre sobre la innecesaria severidad de los encierros por el COVID.
  • Critiqué al Primer Ministro Justin Trudeau.
  • Critiqué al antiguo jefe de gabinete de Justin Trudeau, Gerald Butts.
  • Critiqué a un concejal de Ottawa.
  • Hice una broma sobre la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern.

The Free Press dio un poco más de detalle en su descripción de las acciones de Peterson:

  • Llamar idiota a un asesor del Primer Ministro Justin Trudeau. Burlarse de los ecologistas por promover políticas energéticas que perjudican a los niños de los países en desarrollo. Usar pronombres femeninos para referirse al actor transexual Elliot Page. Declarar que una modelo de tallas grandes en la portada de Sports Illustrated «no es guapa».

Sin embargo, Peterson acierta al señalar que estos hechos tienen muy poco que ver con su práctica clínica o su capacidad como psicólogo. También acierta al señalar que todas las acusaciones contra él tienen una carga política:

«El problema con cada una de las cosas por las que he sido condenado a reeducación es que políticamente no son suficientemente izquierdistas. Simplemente, soy demasiado liberal –o, lo que es aún más imperdonable– conservador».

El Gran Hermano

Las sanciones a Peterson proceden de un organismo gubernamental encargado de proteger a los ciudadanos de la mala conducta profesional: básicamente, un brazo del Estado.

Este detalle no pasó desapercibido a Pierre Poilievre, líder de la oposición canadiense, a quien Peterson retuiteó. En un vídeo que publicó en las redes sociales, Poilievre advertía:

«No hace falta decir que, en un país libre, un profesional no debería perder su trabajo ni su licencia profesional por expresar una opinión política contraria a la del organismo que concede las licencias dependiente del gobierno».

Poilievre lamentó el auge de la cultura de la cancelación y del movimiento woke, responsables de «la idea de que alguien puede perder su trabajo, su estatus, su capacidad de estudiar por expresar algo contrario a la línea del gobierno».

«No creo que ese sea el Canadá que queremos», concluyó, al tiempo que recordaba la Carta de Derechos y Libertades de Canadá, que garantiza (o se supone que garantiza) la libertad de expresión de los canadienses.

Resulta escalofriante que el «programa de reciclaje», que se le ha ordenado seguir a Peterson, corra además a su cargo, probablemente a un coste de cientos de dólares la hora. Además, sólo se considerará que se ha reciclado debidamente si expresa su acuerdo con la siguiente declaración:

«Puedo haber pecado de falta de profesionalidad en declaraciones públicas y durante una aparición en un podcast el 25 de enero de 2022».

Especialmente orwelliano es cómo se ha presentado todo el asunto en términos de seguridad e incluso de salud mental. Como explica The Free Press:

«Al enviar a Peterson a un terapeuta por atreverse a decir lo que piensa, el Colegio de Psicólogos de Ontario ha patologizado la disidencia. Ha convertido el desacuerdo político en una enfermedad».

El artículo continúa:

“Se trata de algo que viene de lejos, algo que Peterson seguramente conoce, ya que escribió el prólogo de la nueva edición de El archipiélago Gulag en Vintage Classics, obra del disidente soviético Aleksandr Solzhenitsyn.

Durante la mayor parte de su existencia la Unión Soviética, igual que otros regímenes autoritarios, utilizó las enfermedades mentales como motivo para marginar a innumerables voces: los que creían en la libertad de expresión, o les gustaba el arte abstracto, o leían las novelas equivocadas o, peor aún, compartían esas novelas con sus amigos”.

Dejando a un lado los inquietantes detalles que rodean el caso, resulta casi cómico que el Colegio de Psicólogos de Ontario haya dado por sentado que Peterson doblará la rodilla ante ellos. Después de todo, se trata del hombre que saltó a la fama mundial por negarse a pronunciar los pronombres obligatorios y cuya fama no ha hecho más que crecer a la par que su resistencia a lo woke.

Y de hecho ya ha anunciado que se volvía a negar a someterse, tuiteando lo siguiente: «He manifestado formalmente mi negativa a cumplir el castigo impuesto».

Lo único peor que el cruzado antiwoke Jordan Peterson es el mártir Jordan Peterson. El Colegio de Psicólogos de Ontario se dará cuenta si aún le queda algo de sentido común. Y Peterson lo sabe.

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