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Salvador de Madariaga Rojo

Salvador de Madariaga RojoReal Academia Española

Santiago de Navascués: «La Tercera España es un concepto que confunde, que no acaba de expresar nada en concreto»

Salvador de Madariaga, visto por el profesor Santiago de Navascués, que destaca su variedad de facetas, su evolución política, y un liberalismo y europeísmo de ribetes elitistas

Cuando Santiago de Navascués –hoy doctor en Historia por la Universidad de Navarra, y profesor e investigador en la Universidad Internacional de La Rioja– estuvo en la Universidad de Oxford, se dio cuenta de que Salvador de Madariaga era un hombre que contaba con mayor reconocimiento allí que en España. Un personaje de múltiples facetas, que «podía ser monárquico, republicano, de derechas, de izquierda moderada, y era políglota». Por eso centró en Madariaga su tesis doctoral, texto que, con adaptaciones y modificaciones, publica Marcial Pons con el título El hombre que entró por la ventana. Según Navascués, Madariaga menciona en sus memorias que «entraba en las instituciones –en la Sociedad de Naciones, en la República Española– por la ventana, y salía por la puerta, porque siempre entraba por una vía extraña, y nunca se acababa de sentir a gusto».

–Se suele catalogar a Salvador Madariaga como un representante de la Tercera España. Dentro de esta denominación encajan otros intelectuales como Sánchez–Albornoz y Ortega y Gasset. ¿Qué relación sostuvo Madariaga con estas dos personas?

–Estas tres personas tuvieron muchas diferencias, por decir de forma suave. Los tres eran intelectuales, con una soberbia evidente, algunos más vanidosos que otros, y no eran personas fáciles de trato. Tampoco mantuvieron grandes relaciones epistolares, y me cuesta pensar en un conjunto que podríamos denominar Tercera España con estos personajes.

–¿Podría definirse a la Tercera España como un cajón de sastre de personas que no encajan en las otras dos Españas?

–La Tercera España es un concepto de cajón de sastre, como bien dices, en el que puede caber una gran cantidad de expresiones contrarias a lo que podríamos denominar primera y segunda España. Es un concepto que confunde, que no acaba de expresar nada en concreto. La España que tiene una sustancia es una España sociológica, es una España que vive. No es una elaboración intelectual, como la Tercera España, que muchas veces no tiene que ver con la España que vivimos.

El Foro Davos está liderado por personas que pertenecen a otra generación, y pretenden salvar un mundo que ya no existe

–¿Hay en Madariaga un sesgo elitista, de alejamiento de la realidad española?

–Sí, Madariaga se educa en la Belle Époque de París de 1900. Vive gran parte de su vida en Oxford, también en Ginebra. Podríamos decir que él va conociendo a España desde fuera y mediante un análisis intelectual. La Tercera España es una noción que él va elaborando al calor de los desengaños que ha tenido con la experiencia de la Segunda República y también de la dictadura de Primo de Rivera. Y él piensa que hay una España ideal, que idealiza, que es la España del Siglo de Oro. Y en eso coincide con una buena parte del mundo conservador. De hecho, hay una transición a lo largo de su vida hacia un conservadurismo cada vez más evidente.

–Frustraciones, desengaños, que comienzan con el Desastre del 98. ¿Eso marca quién era Salvador de Madariaga?

–El Desastre del 98 es fundamental en su vida. Su familia procedía de tradición militar, su padre había estado en Cuba, vio lo que había sucedido en 1898. En ese año creo que La Coruña duplica su población, porque llegan todos los cubanos que regresan a España. Eso al padre le lleva a pensar que el país está en franca decadencia, y manda a parte de sus hijos a estudiar a Madrid y después a París. La idea de regeneracionismo de toda esa elite intelectual que pretende educarse en Francia y traer todo lo bueno del continente europeo a la atrasada España.

–Agustín de Foxá, en una invectiva contra Madariaga, dice que es como los mulos: híbrido e infértil. ¿Tenía razón, puesto que sus proyectos políticos apenas lograron resultados?

–En parte, eso que dice Agustín de Foxá es cierto. Lo dice, cuando Madariaga se posiciona en contra de los dos bandos en la Guerra Civil y señala una vía de Tercera España, de conciliación. Y lo dice también mencionando el fracaso evidente de la Sociedad de Naciones. Los proyectos que Madariaga apoyaba fracasaron estrepitosamente, pero no porque él no lo intentara. De hecho, el mote que se le puso en Ginebra era «Don Quijote de la Manchuria», y la historiografía posterior ha entendido que la Sociedad de Naciones tuvo un punto de inflexión muy claro en el momento en el que decidió no condenar la invasión japonesa de Manchuria. Madariaga acertó al pronosticar que, si se aceptaba esa agresión, caerían como fichas de dominó las siguientes: Abisinia, Austria, Checoslovaquia y, finalmente, Polonia. En eso tuvo un punto de infertilidad, sin duda, pero, en los últimos años de su vida, parte de su obra histórica y política fructificó porque se le podría ver como un hombre de consenso, y como un prócer del europeísmo, de la idea de una Europa que se entienda como una unidad cultural y espiritual.

–¿Madariaga pertenecía a una generación que no era consciente de que su época había caducado?

–Creo que esa es una posible explicación. Una explicación interesante. El proyecto de la Sociedad de Naciones tiene paralelismos con ciertos organismos internacionales. En la actualidad, el Foro Davos es un claro ejemplo; está liderado por personas que pertenecen a otra generación, y pretenden un mundo o salvar un mundo que ya no existe. En la Sociedad de Naciones había una pretensión de gobierno liberal, pero el mundo de los años 30 era un mundo dominado por las masas, como diría Ortega. Y estas eran élites liberales que pretendían gobernar según los cánones del siglo XIX. González Cuevas habla del liberalismo como la «autoconciencia del burgués». Hay una obra clave de Madariaga que nunca se señala porque es incómoda, y que se llama Anarquía y jerarquía, en la que Madariaga habla de la democracia orgánica unánime, un término que luego va a patrocinar el franquismo. Varios tecnócratas del franquismo van a leer a Madariaga y sus ideas de democracia orgánica.

Madariaga habla de la democracia orgánica unánime, un término que va a patrocinar el franquismo

–¿Cómo es el antifranquismo Madariaga?

–Él entiende su antifranquismo más que como pura negación de Franco, aunque es evidente que existe, porque sus bienes habían sido confiscados en España, y es obvio que ahí hay una cuestión personal. Pero entiende su antifranquismo como una forma de servir a la nación y buscar una salida, que ha de ser la integración de España en Europa. En los últimos años, Madariaga poco a poco va entendiendo que, al vivir en el extranjero, no está viendo España tal como es, porque España ha cambiado, cada vez es más plural. En ABC es colaborador desde 1968, y sus columnas son cada día más optimistas con el futuro del país. Piensa que la economía está saneada y que está creciendo y cree que el único que queda por irse es Franco.

–¿Cuál era la actitud de Madariaga hacia la Iglesia y hacia el catolicismo?

–Su padre era un anticlerical furibundo y dos de sus hermanos son masones. En los primeros años de su vida, tiene una valoración muy positiva del catolicismo y del cristianismo en general, como una forma de ecumenismo por la paz. Él forma parte de un círculo intelectual y espiritual de gente que en los años 20 y 30 procura establecer lazos ecuménicos entre las iglesias para fomentar la paz. Piensa que el catolicismo es fundamental para entender España, y no se puede entender el catolicismo sin España. Él, en cambio, cree que la Iglesia católica ha desaprovechado los tesoros culturales y artísticos que tiene en la educación de las masas, en la educación de la sociedad.

–En esta época de memoria histórica, de polarización, ¿qué se puede aprender de la complejidad de la vida y personalidad de Madariaga?

–Madariaga es un buen ejemplo de cómo las cosas no son blancas y negras, de que las personas cambian, y de que las circunstancias evolucionan. Pienso que la «memoria histórica» emite juicios ideológicos, muchas veces sectarios, y olvida que hay personajes y circunstancias que son difíciles de analizar, que no son simples. Por otra parte, Salvador de Madariaga, en su europeísmo, fue visionario, y su idea de buscar el consenso y un encuentro entre las partes que se habían fragmentado en España es fundamental para entender que la historia no es siempre una dinámica de amigo y enemigo, sino que puede haber encuentros, cambios y virajes.

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