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López Cambronero: «La democracia no es el gobierno del pueblo; lo que hacemos es contratar políticos»

El profesor López Cambronero (UFV) publica Salvemos la democracia, un ensayo en el que se recogen advertencias sobre la restricción de libertades y pérdida de sentido político civil dentro de las democracias occidentales

El doctor Marcelo López Cambronero es profesor de Humanidades en la Universidad Francisco de Vitoria, coordinador de investigación en el Instituto Razón Abierta, y autor de Salvemos la democracia (Encuentro). Se trata de un libro cuyo contenido traspasa los parámetros políticos al uso, pues se adentra en un análisis sobre el trayecto que las democracias occidentales vienen recorriendo desde hace una generación.

El profesor López Cambronero alerta sobre el control social y sobre un recorte progresivo de derechos al que parece que nos estamos acostumbrando. ¿Nos dirigimos hacia una distopía totalitaria? ¿Estamos experimentando una mutación antropológica? ¿Es el capitalismo una vía hacia sistemas tiránicos cuya población acepte resignada un escaso perímetro de libertad? A estas preguntas responde añadiendo más inquietudes, pues entiende que la Renta Básica Universal puede ser el fin del derecho al trabajo, al establecer una clase social subsidiada y sin interés en un sistema de libertades públicas.

Estamos aceptando con demasiada tranquilidad una enorme cantidad de recortes en nuestras libertades

–Si hay que salvar la democracia, es porque está en peligro. ¿De qué peligros hablamos?

–Podríamos decir que la democracia es como el amor. Cuando se da por supuesta, empieza a decaer. La democracia no es un sistema rígido, sólido, sino que requiere de controles y de un adecuado reparto del poder social entre los ciudadanos. La democracia es un modelo que siempre se tiene que estar reformando, y quizá estamos llegando a un momento en que el semáforo ha encendido un poquito la luz roja.

–¿Hasta qué punto estamos analizando bien estos procesos de crisis democrática?

–El peligro fundamental que atraviesa la democracia es que hemos dejado de comprenderla. Seguimos interpretándola según moldes que provienen de la Segunda Guerra Mundial. Y, desde luego, la aparición de internet y de los populismos en muchos países de Europa ha provocado que la manera que tenemos de describir qué es la socialdemocracia, o la democracia cristiana, o el liberalismo, no se corresponda con la realidad de los partidos y con la realidad social. Estos populismos surgen porque existe un cisma entre los partidos políticos y la población, y aparecen nuevos intentos de respuesta. Y los llamamos populismos, pero ciertamente no se corresponden con los modelos populistas de la época de entreguerras.

–Se supone que la democracia es un sistema basado en las libertades públicas. Pero hoy la libertad es un valor que cotiza bajo frente a otros, como la igualdad, la seguridad. ¿No es así?

–En realidad, la democracia es un sistema de gestión y reparto del poder. Y cabe interpretar el poder en términos económicos: producto interior bruto (PIB), capacidad de poder comprar, de poder viajar, de poder funcionar o influir con este dinero. Lo que caracteriza a las democracias es que ese poder, en lugar de acumularse en el Estado, en un partido, en un grupo de personas, se reparte entre los ciudadanos de una manera suficientemente equilibrada. Sin embargo, durante los últimos años el Estado empieza a acumular poder, pero ya no lo acumula para repartirlo, sino que se lo queda a través de un sistema cada vez más tupido de instituciones, de organismos y de aquellos que tienen responsabilidad política. Un sistema en que se acumula mucha capacidad de acción que los ciudadanos vamos perdiendo.

–En su libro, usted dice que en democracia el pueblo no gobierna. ¿Puede explicarlo?

–La democracia no es el gobierno del pueblo. La democracia moderna y, aún menos la contemporánea, no es el gobierno del pueblo. Voy a intentar explicarlo con un ejemplo: si yo quiero limpiar mi casa, pero me da mucha pereza o estoy muy ocupado, puedo contratar a una persona para que realice esa tarea. Yo soy soberano de contratar a la persona que quiera, pero lo que no puedo decir es que soy yo el que limpio, pues quien limpia es esa persona. En nuestras democracias nosotros no nos ocupamos de la política directamente. Es demasiado complicado, requiere demasiado tiempo, requiere la entrega prácticamente total de la vida, incluso vivir en una cierta hipocresía adaptando nuestras palabras y nuestro comportamiento al pensamiento dominante. Lo que hacemos es contratar políticos, y ellos son los que gobiernan. Podemos decir que somos soberanos, porque podemos elegir los políticos que nos van a gobernar, pero no gobernamos y no nos interesa gobernar.

El Estado empieza a acumular poder a través de un sistema cada vez más tupido de instituciones

–¿Estamos perdiendo soberanía y democracia cediéndola a la Unión Europea y a la «gobernanza global»?

–Las entidades supragubernamentales son capaces de impulsar ideologías y proyectos políticos que los Estados tienen que asumir obligadamente. Y eso supone, desde luego, una pérdida de soberanía de los ciudadanos. Por ejemplo: no poder comprar un coche diésel o gasolina dentro de unos años. Es una medida que puede estar muy bien justificada, debido al cambio climático, pero no deja de ser un recorte del poder. Nos hemos acostumbrado en los últimos años, también con la pandemia, a sufrir cada vez más recortes del poder. Y hay que tener mucho cuidado con esto. Porque hay que justificarlo bien, y nosotros estamos aceptando con demasiada tranquilidad una enorme cantidad de recortes en nuestras libertades y capacidades de acción.

–¿Este recorte de libertades responde a una coyuntura, como la covid, o es un proceso deliberado?

–Es un proceso en el que crece enormemente el control social. Ese control social convierte al Estado en un ente que está en todos los lugares mediante las nuevas tecnologías, y es capaz de controlar todo, incluso nuestros pensamientos. Hay estudios que han conseguido, a través de los movimientos eléctricos de nuestro cerebro, que una máquina sea capaz de interpretar qué es lo que queremos, y, por ejemplo, controlar una máquina a través de la mente. Pero hay varios artículos recientes sobre este tipo de sistemas neurológicos que han conseguido el proceso contrario. Es decir, que la máquina estimula a nuestro cerebro de determinada manera para que queramos actuar de una forma, o que sintamos determinadas emociones. Esta capacidad de control social es uno de los mayores riesgos a que nos enfrentamos, porque nos pone al servicio de aquellos que cada vez van a ser capaces de acumular más poder. Las ciudades inteligentes y de la multiplicación de los sensores nos llevan a un camino de recorte de libertades y de recorte de la intimidad, que es un elemento fundamental para la libertad.

–¿Esto enlaza con algo que usted comenta en el libro: un nuevo paradigma de control social al que aspira el Estado, que es el del control del tiempo y la instantaneidad?

–Hasta ahora, el control social se ejercía a través de medios de transporte o comunicación en función de su velocidad, como el teléfono, el tren o el telégrafo. En la actualidad, las posibilidades que ofrece internet, los sistemas de geolocalización y el hecho de que todos llevemos encima un teléfono móvil –que hace que se pueda saber dónde estamos en todo momento– permite al Estado ejercer su coerción en cualquier lugar de su territorio y de una manera instantánea. No hace muchos años se descubrió que la Agencia de Seguridad Americana había creado un virus que se introducía en los coches autónomos para provocar un accidente, y que pareciera tal, cuando en realidad había sido un asesinato. Eso supone la capacidad de intervenir en cualquier lugar, en cualquier momento. Cualquier espacio se convierte en un ahora, en un punto en el que el Estado puede intervenir, y nuestra intimidad queda completamente desdibujada. Porque el poder no solo tiene fuerza sobre nosotros cuando se ejerce, sino que también influye sobre nuestro comportamiento, sobre nuestro pensamiento, sobre nuestras acciones, cuando estamos bajo su sombra.

–¿Las nuevas tecnologías están provocando un cambio antropológico, precisamente al desdibujar nuestra intimidad, como usted dice?

–Sin duda, hay algo parecido a lo que usted denomina cambio antropológico. La persona se entiende de otra manera, se relaciona con su entorno, con el espacio y con el tiempo de otra manera. Y eso genera cambios que tienen que ver con nuestra manera de vivir, de sentir, de relacionarnos con los otros, de trabajar y con la manera que tenemos de entendernos a nosotros mismos. Este cambio supone una pérdida de intimidad. Supone que la vida es cada vez más pública. En lugares como Finlandia, cualquier ciudadano puede hacerle una fotografía a una matrícula de un coche y saber inmediatamente, a través de un programa estatal, quién es el propietario, dónde trabaja y dónde reside, y qué impuestos paga. Esta ausencia de intimidad limita muchísimo nuestro poder. Cada vez somos más lo que públicamente se dice de nosotros, y cada vez dependemos más en nuestra identidad del reflejo que recibimos del exterior. Y esto es muy peligroso, porque limita mucho la libertad, la libertad de ser quién soy y poder desarrollarme yo mismo. Esto es un paradigma completamente nuevo.

Hoy el Estado puede intervenir y controlarnos en cualquier momento, desdibujando nuestra intimidad

–¿Es el capitalismo la vía más segura hacia el comunismo, como parece apuntar el modelo de China?

–Hay un gran pensador, que es el promotor de lo que se llama la Renta Básica Universal, al que hace unos años entrevisté. Su idea central es que el capitalismo es la vía directa hacia el comunismo, precisamente porque le añadimos al capitalismo control social. Conseguimos un capitalismo teledirigido en el que nosotros empezamos a tener la libertad de cambiar de canal o de comprar quizá muchos productos, pero no tenemos verdaderas libertades para construir nuestra vida, para construir nuestra identidad y para llevar nuestras sociedades allí donde queremos. Y nosotros viviremos en un mundo en el que nos parecerá que somos libres, porque tendremos una libertad muy acotada, centrada fundamentalmente en el ocio. Este es un fenómeno al que se dirigen nuestras sociedades. Si no tenemos cuidado y no tomamos las riendas de la política y empezamos a entenderla bien y a ser protagonistas de la política de nuestro país.