'En busca del tiempo en que vivimos': reivindicación del humanismo común
En un tiempo caracterizado por la angustia ante la propia capacidad del hombre, y por una extravagante definición del límite, Gregorio Luri apuesta por el retorno a la sencillez de lo evidente y el respeto a la tradición
El ser humano es problemático y, como dice Luri, un ser de entrambos: «el ser que vive entre una y otra naturaleza». No es ángel, ni bestia. Es señor de la Creación, pero no es su dueño. Se podría decir que tiene una ontología o naturaleza, una physis, pero no está terminado por ella. Es social, pero también un individuo cuya personalidad puede resaltar como lo negro entre lo blanco. Muere, pero anhela la inmortalidad. Imagen y semejanza de Dios, pero no es un dios. Animal y racional. Biología e historia. Luri cita a Proclo: «toda alma es un entrambos, porque se encuentra entre las naturalezas idealmente indivisibles (las ideas) y las naturalezas corporalmente divisibles (las cosas)».
Frente al planteamiento de que el hombre sea un lobo para el hombre, Luri afirma que el hombre se caracteriza por su capacidad para domesticar al lobo hasta convertirlo en caniche. Sin embargo, no es previsible —no está garantizado— que pueda domesticar a su propio cachorro, al cachorro humano.
deusto / 305 págs.
En busca del tiempo en que vivimos
Con el título que Gregorio Luri toma prestado de Marcel Proust, lo que ofrece este libro es una reflexión con amplia perspectiva sobre el tiempo en que nos hallamos, y sobre el modo como el ser humano vive —a base de fragmentos, e intentando no tanto entender el hombre como «un problema a resolver», sino como la posibilidad de hacer de la propia vida «una obra de arte». Al comienzo del libro dice Luri: «Todo presente es manifestación de una tensión entre la naturaleza y la historia de las cosas humanas. Lo específico del nuestro es, por una parte, la extendida sensación de que vivimos en algo así como en las vísperas de un apocalipsis (se habla de ecoansiedad, superpoblación, decrecimiento, escasez, agotamiento de recursos, progresofobia, Antropoceno, limitarismo, posthumanismo, transhumanismo, biocentrismo, antiespecismo…) y, por otra, el crecimiento de un curioso cansancio antropológico que nos anima a sospechar que nos tenemos miedo a nosotros mismos, porque el bárbaro que nos acecha ya no se encuentra en las fronteras, sino en nuestro interior». Este es el contexto en que nos hallamos —y cuyas raíces son más profundas de lo que parece; podríamos remontarnos con Luri hasta ese frío y oscuro verano en que Mary Shelley compuso su Frankenstein: el moderno Prometeo.
El libro evidencia que vivimos en una época que ha digerido mal una de las señas de la crisis de la cultura de la Modernidad: la pérdida de noción de límite —«hemos deconstruido el mismo concepto de límite». Nuestro tiempo nos dice que no hay límite, si queremos dejar de ser humanos y convertirnos en transhumanos —o, como dice Luri, «un superhombre resentido». No hay límite, si queremos reconvertir, mediante la cirugía, nuestro cuerpo sexuado —según lo determina la mera genética— para adquirir una apariencia de «género» a voluntad.
Pero sí hay límites, y cada vez más restrictos, al progreso: no comamos carne, no tengamos coche, no viajemos, no nos duchemos, no tengamos propiedad… El catastrofismo es la excusa para esta deriva, y el animalismo una de sus consecuencias. Lo común, como señala Luri, es la repulsa a la condición humana. Lo que sobra es el ser humano. Para destripar este panorama y trazar su etiología, Luri acude a conversaciones triviales con un parlanchín compañero de viaje en autobús, a Platón, Aristóteles o Epicteto, a Žižek, Derrida o Sartre. A no pocos autores los critica, pues son quienes sostienen el hodierno antihumanismo. A Heidegger es capaz de citarlo frente a un televisor Telefunken en un partido de fútbol Barça–Hamburgo. También aparece el perro de Descartes. Soy humano, y nada de lo humano me resulta ajeno, decía aquel personaje de Terencio.
Además de prudencia, sentido común amor y humor, Gregorio Luri invita a una serie de consideraciones, como antídoto al miedo y odio hacia lo humano. Para empezar, Luri aconseja aceptar nuestros límites ontológicos —somos un ser «desencajado»—, y gozar del carácter daimónico del hombre; es decir, la faceta dinámica que tiende a lo divino, que intermedia entre lo espiritual y lo somático. En vez de empeñarnos en la soberbia tarea de «soñar con la creación de un nuevo Adán a imagen y semejanza de nuestros deseos», descubrir que «todo presente está hecho con la inteligencia disponible en el pasado, y que no está nada claro que seamos más inteligentes que nuestros padres y abuelos». Asumir que el amor a las palabras es amor a la sabiduría —sabiduría de lo humilde, sencillo, corriente—, y que todo antihumanismo requiere de aversión al lenguaje y una torsión del léxico. Dicho en pocas palabras: alejarse de ideologías y abrazar la vida.