
Unicornio en cautividad
Tras la pista del unicornio
La reciente publicación de El unicornio. Historia de una fascinación es una magnífica noticia para los lectores de literatura fantástica, mitología y poesía medieval
Bernd Roling (Lingen, 1972) y Julia Weitbrecht (Ostfildern, 1976) son profesores, respectivamente, de latín medieval en la Universidad Libre de Berlín y de alemán antiguo y literatura en la Universidad de Colonia. Son los autores de El unicornio. Historia de una fascinación, que ha llegado a las librerías gracias a Ediciones Siruela, cuya colección El Ojo del Tiempo tantas alegrías nos depara.

Traducido por Alfonso Castelló. Siruela (2024). 185 páginas
Yo no sé cómo hemos podido estar los lectores de mitos, leyendas y romances tan huérfanos de literatura académica que trazase los orígenes del unicornio desde sus primeros avistamientos en la literatura india del siglo V a. C. hasta su entrada en la erudición europea gracias a los autores clásicos de Grecia y Roma. De ahí fue ganando esta criatura mágica y sagrada, que se duerme en el regazo de las vírgenes y rehuye a quienes intentan cazarlo, el que por derecho propio le corresponde en la mitología, el arte y la literatura. Acogido por los sabios del islam, cantado por los poetas medievales del Occidente latino, el unicornio simboliza la pureza, la nobleza y la elevación de espíritu. No debe sorprendernos, pues, que corran tiempos tan malos para esta criatura. De los bestiarios y las miniaturas medievales ha terminado convertido en un icono de la cultura de consumo.
Estructurado en cuatro capítulos con una introducción, una coda y unas generosas referencias bibliográficas, sus 185 páginas brindan una lectura amena y erudita a los interesados en la simbología de este animal fabuloso. Las ilustraciones que adornan todo el libro enriquecen la obra complementando el texto con ejemplos y muestras de cómo se ha venido representando a la criatura que se acerca al bien y rehuye el mal. No faltan las menciones, por cierto, de otros seres del mismo campo simbólico como el dragón.
Algunos pasajes del libro denotan cierto refinamiento humanístico que intensifica la belleza del texto. Por ejemplo, en estas líneas se dan cita San Jerónimo de Sevilla, la Sagrada Escritura y Martín Lutero en torno al hebreo, el griego y el alemán: «Ni Jerónimo ni los traductores posteriores se plantearon si los unicornios existían, más bien se vieron ante el problema filológico de traducir adecuadamente re ´em usando rhinoceros o monoceros. Lo solucionaron usando a veces un término, a veces el otro, pero en ningún momento pusieron en duda el conocimiento antiguo; incluso Martín Lutero traduce el pasaje como «Sálvame de las fauces del león, de los unicornios». Sólo las traducciones modernas eliminan a los unicornios de la Biblia».Sin embargo, lo más interesante de los unicornios, como decía Álvaro Cunqueiro de los tesoros, es que existen. Ahí está, si no lo creen, toda la literatura que los identifica con los narvales, los cetáceos odontocetos de la familia de Monodontidae que habitan en las frías aguas del Atlántico Norte y del Ártico.«Los eruditos europeos tenían la llave para desentrañar el misterio del unicornio desde las primeras décadas del siglo XVII». Hablando de la autopsia de las ballenas, central para comprender la misteriosa existencia de las criaturas con un solo cuerno, terminamos explorando maravillas catedralicias de los Países Bajos: «El unicornio del tesoro de la catedral de Utrecht deparó una sorpresa especial: cuando Bartholin lo examinó, descubrió que tenía una marca de propiedad, una inscripción rúnica que decía que el cuerno pertenecía a un rey noruego llamado Snorre». Aquí yo ya no me tenía en pie pensando que el cuerno podía pertenecer a Snorri Sturluson, el escalda islandés que celebró Jorge Luis Borges, pero de Snorre a Snorri va toda una vocal, que en filología es mucho. ¡Ay! «Claramente este colmillo de narval también había recorrido el camino desde Escandinavia hasta los Países Bajos».
Este libro nos reconcilia con ese universo de historias que evocan lo que Huizinga llamaba «la nostalgia de una vida más bella» y que describía de forma luminosa al contar, en El otoño de la Edad Media, que «toda época suspira por un mundo mejor. Cuando más profunda es la desesperación causada por el caótico presente, tanto más íntimo es este suspirar. Hacia el fin de la Edad Media es una amarga melancolía el tono fundamental de la vida». Algo de esa nostalgia parece llevar el unicornio aún sobre su lomo, algo de esa tristeza de un mundo perdido de nobleza y luz. Quizás por eso seguimos buscándolo huidizo en los versos y los cuadros.