Norman Lebrecht: gracias a los judíos aconteció el «periodo más fértil en la historia de la humanidad»
El autor presenta su libro Genio y ansiedad («Cómo los judíos cambiaron el mundo: 1847–1947») en el Centro Sefarad–Israel de Madrid, en compañía de Félix de Azúa
¿En qué consiste ser judío? Formulado de manera más precisa: ¿a quiénes llamamos judíos? ¿A quienes profesan la religión mosaica? ¿A quienes conservan meros vestigios de orígenes judaicos, a pesar de carecer de la mínima ligazón cultural con esas raíces? ¿Es el judaísmo una religión o una cultura? ¿Es un pueblo, o más bien una tradición diversa en la que entran desde los jasídicos del Mar Báltico hasta los sefardís de la Extremadura recóndita, o los que aún hablaban romance hispánico en Tesalónica o Constantinopla? La respuesta que se dé a estas preguntas puede suponer que incluso se adscriba la mística castellana a una herencia de los hijos de Israel –a la de Ávila hay quienes la catalogan como judía, alegando que el abuelo era converso–, o que el descubrimiento de América sea definido como proeza del linaje hebreo –Cristóbal Colón– tan pronto es catalán como devoto cumplidor del Sabbath. Por otro lado, ¿hasta qué punto somos judíos, de igual modo que somos griegos o romanos?
Félix de Azúa: «Genio y ansiedad es de lo mejor que he leído en los últimos años»
Con esta advertencia en mente, es más fácil entender el contexto y desarrollo de Genio y ansiedad (Alianza, 2022), el libro más reciente editado en España de Norman Lebrecht (Londres, 1948), destacado crítico musical, colaborador en prensa –ha sido columnista en el prestigioso The Daily Telegraph–, autor de una docena de ensayos y una novela, y que ha ejercido como presentador en BBC Radio 3. Para dar a conocer Genio y ansiedad –cuyo subtítulo es «Cómo los judíos cambiaron el mundo: 1847–1947»–, el señor Lebrecht ha estado en Madrid –dice que se siente «parte de España»– y ha charlado en el Centro Sefarad–Israel acompañado de Juan Lucas (director de la revista Scherzo), el poeta y crítico musical Luis Suñén, y el escritor y miembro de la Real Academia Española Félix de Azúa. De Lebrecht destaca Suñén que «es un hombre profundamente comprometido con sus creencias religiosas», a pesar de que hoy «un intelectual creyente es un meteorito en el desierto». Según Suñén, este libro no muestra una visión sectaria ni traslada una percepción de superioridad judía. Similar parecer merecen estas páginas para el señor De Azúa, quien dice que «no es un panfleto sionista», y apostilla: «es de lo mejor que he leído en los últimos años».
En palabras del propio Lebrecht, este libro se centra en el periodo que engloba la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX –hasta la creación del Estado de Israel–, básicamente, porque «es el periodo más fértil en la historia de la humanidad» en todos los ámbitos: desde la medicina hasta la producción literaria o la ciencia física. Dice que es la época en que se ha podido pasar de «viajar en caballo a volar en avión», y él atribuye este progreso a «tres docenas de personas, la mitad de ellas judías».
De ascendencia judía
Inspeccionando Genio y ansiedad, resulta palmario que el autor ha empleado el concepto más amplio posible de «judío», pues muchas de las figuras que destaca no eran creyentes, o no eran practicantes del judaísmo, o incluso habían recibido el bautismo, ya fuese protestante o dentro de la Iglesia católica. Esto explica que aparezcan muchos nombres bien conocidos, como Karl Marx –padre converso al luteranismo– o Sigmund Freud –ni él ni Marx han pasado a la posteridad, precisamente, por recitar el «Shemá Israel» con su kippá bien colocada–, Marcel Proust –su madre era judía, pero no el padre, y fue bautizado al mes de nacer, si bien no llevó vida adulta de oración y sacramentos–, o Franz Kafka –educado como judío y que, a pesar de crisis de fe, anhelaba Palestina y estudió hebreo–. La nómina es inabarcable: en este libro hay espacio para Robert Oppenheimer, Mark Zuckerberg, George Soros, Amedeo Modigliani…
El señor Lebrecht comenta el título de Genio y ansiedad aludiendo a la herencia judía que puede explicar esa proliferación intelectual –sobre todo, en el ámbito francés, germánico y anglosajón– entre los siglos XIX y XX. Según Lebrecht, los judíos, tras muchos siglos de discriminación social, de vivir constreñidos en sus ghettos y a veces sometidos a cruel y arbitraria violencia, habían desarrollado una habilidad para «pensar de modo diferente», para abordar los problemas de una manera distinta a «la sociedad gentil» circundante. Ahí el «genio», derivado de una tradición cultural que había añadido una enseñanza basada en no dejar de hacerse preguntas. «Todo se puede inspeccionar desde otro punto de vista», añade. Con respecto a la «ansiedad», se trata de la que provocaban los muros –reales o simbólicos– de las aljamas, y la avidez de salir de esos confines, lo cual se trasladaba hacia una ruptura de los límites de la ciencia y el arte.
Dentro de su rato de coloquio, Norman Lebrecht fue desgranando varios ejemplos. Del pensamiento de Freud comentó que, si bien el vienés no sería consciente, contenía abundantes huellas de antiquísimos principios rabínicos ya plasmados en el Talmud, y que suelen recitarse en las escuelas judías. Similar análisis aplica a Albert Einstein –asegura que, cuando el alemán paseaba junto a los parterres de Princeton, solía musitar salmos– o al nacimiento de la música popular (desde el swing y el jazz, verbigracia), y también al surgimiento de los grandes estudios cinematográficos, como el que ha llevado el nombre Goldwyn y Mayer. Otro de los personajes destacados, tanto en sus minutos de charla como en el libro, es el médico austriaco Karl Landsteiner, converso al catolicismo a los 22 años. Otro tanto cabe anotar sobre Felix Mendelssohn, converso al luteranismo y autor de una Marcha nupcial que no parece convencer al señor Lebrecht –en la p. 37 leemos: «la piedad angelical de Mendelssohn suena falsa en comparación con el humo del incienso y los sombríos ensalmos de un católico de nacimiento»–.
La lectura del enjundioso (520 páginas) Genio y ansiedad permite conocer el punto de vista de un judío de cultura anglosajona. Ahí quizá estribe su principal y necesaria virtud, no tanto en la precisión del relato, el cual, en muchos pasajes, adolece de una inevitable parcialidad. E incluso de un desenfoque de bastantes detalles relativos a la sociedad gentil. Por ejemplo, cuando afirma (p. 56) que «el perdón cristiano puede ser otorgado por una autoridad humana (Iglesia) antes de llegar a Dios», o cuando, al caso de unos manuscritos del Sinaí, se refiere a «la copia existente más antigua de los Evangelios en el siriaco original» (p. 165) –en realidad, la lengua origina de los Evangelios es el griego, y existen suficientes papiros muy próximos a la primera redacción–. En otro pasaje (pp. 140–141), al indicar que el hebreo y el latín son lenguas muertas, dice: «al contrario que el latín, el hebreo ha seguido desarrollándose póstumamente», y explica cómo la lengua hebrea continuó siendo literariamente fecunda durante la Edad Media y la Modernidad. Pero lo cierto es que, durante esos siglos, el latín fue lengua filosófica y académica –la de Spinoza, la de Galileo y la de Newton– y también poética –ahí los goliardos que nos legaron el Gaudeamus igitur–.
El pensamiento de Freud contiene abundantes huellas de antiquísimos principios rabínicos del Talmud
Sus juicios sobre intelectuales diversos, como Stefan Zweig, confirman que la visión que Lebrecht ofrece de un siglo de ciencia y cultura en el mundo Occidental viene desde otro ángulo. Un cambio de prisma que trasluce la dispersión y capilaridad propia de la mente judía, desde el ateísmo, la indiferencia, la herejía, la reforma o la rigurosa ortodoxia –igual cabría decir sobre el mundo cristiano–. Un debate interno que hoy se mantiene vivo y que sigue siendo parte integrante de la civilización nacida de la encrucijada de Roma, Atenas y Jerusalén.