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El escritor y filósofo Félix de Azúa

El académico, escritor e intelectual Félix de AzúaJorge Ruiz

Entrevista |

Félix de Azúa: «La universidad está controlada por Podemos en Cataluña y por los nacionalistas en el País Vasco»

Conversamos con el intelectual Félix de Azúa acerca de la universidad española y del ambiente cultural de nuestro tiempo

Es un barcelonés nacido en 1944, pero afincado desde hace una década en Madrid. Ha residido en París –allí estudió hace medio siglo y allí fue director del Instituto Cervantes (1993–1995)–, Italia y San Sebastián. Fue antifranquista cuando vivía Franco, y uno de los impulsores de Ciutadans de Catalunya hace casi veinte años.

Miembro de la Real Academia Española, profesor de universidad y autor de títulos como La invención de Caín: ciudades y ciudadanos, Momentos decisivos, o Baudelaire y el artista de la vida moderna. Entre poesía, ensayo, traducciones –Novalis, T. S. Eliot, Paul Valéry, Samuel Beckett, entre otros–, recopilaciones de colaboraciones en prensa, obras colectivas, novela… ha publicado un centenar de obras. De su etapa estudiantil en Madrid recuerda que, al contrario que en Barcelona, «era muy difícil subir a una chica a tu piso, porque estaban los serenos vigilando». Es hombre de palabra contundente, aunque la voz a veces parezca amortiguarse. De su mirada emana una agudeza de acero recién afilado que no acude a circunloquios y que refleja una claridad de sol meridional. Es Félix de Azúa.

–Hace poco usted ha comentado que «antes en la universidad se aprendía a ser sensato, a usar la palabra con discernimiento, justicia y esperanza». ¿Este ideal resulta hoy una utopía?

–Lo que ha sucedido, por ejemplo, es que los movimientos colectivistas que dominaban la universidad durante mis años de estudiante –fundamentalmente, el Partido Comunista, del Partido Maoísta, el Partido Trotskista– ahora están dentro de partidos que no plantean proyecto alguno de ese tipo. La universidad está controlada por Podemos en Cataluña, y en el País Vasco por los nacionalistas. Que a mi modo de ver son fascistas. No hay ningún movimiento con futuro, son simplemente movimientos de partido, represivos.

La universidad está controlada por Podemos en Cataluña, y en el País Vasco por los nacionalistas, que son fascistas

–¿Quiénes tienen la mayor responsabilidad? ¿Los políticos, los profesores, los alumnos?

–En general, los intereses de los políticos van hacia la obtención de buenas estadísticas, sobre todo de cara a Europa. Las estadísticas españolas son tan vergonzosas que van rebajando el nivel para que haya más aprobados, y para que parezca que aquí se estudia y que alguien se ocupa de los estudiantes, lo cual es mentira. A nadie dentro de los políticos le importa el programa de estudios, y lo único que hacen es rebajarlo hasta convertirlo en una nulidad. De hecho, en este momento no existe la universidad; me refiero a la universidad de Letras, de Humanidades. Luego están las escuelas técnicas, como Ingeniería, que sí funcionan, porque siempre han funcionado por su cuenta. Pero la universidad cultural ha desaparecido. Se ha convertido en un enorme campo de concentración para que los jóvenes se dediquen a hacer escraches y tonterías infantiles.

–¿En qué momento las Humanidades perdieron su peso necesario en la universidad?

–A partir de la masificación de los años 80, cada vez se fue reduciendo más la exigencia, el trabajo, el sacrificio, el esfuerzo, el estudio, la disciplina. Se fue rebajando. Y la aplicación de un plan de Bolonia –que dio poder a los departamentos, en lugar de a las facultades– acabó de desmembrarlo por completo. En este momento hay una especie de humanidades que eran las que nosotros estudiábamos en primero de bachillerato; ahora lo estudian en la universidad, porque son unos analfabetos. En el fondo de todo esto subyace un interés particular de los sistemas políticos que padecemos: consideran pernicioso que el ciudadano pueda pensar, que el ciudadano tenga criterio, que el ciudadano esté formado. Van de una manera muy decidida, y además con muy buena voluntad –no es que sean malvados, es que son ignorantes, creyéndose que son estupendos y demócratas y modernos–, a la destrucción absoluta de la expresión individual, del criterio individual. De la formación.

Las humanidades de hoy son las que nosotros estudiábamos en bachillerato; ahora lo estudian en la universidad, porque son unos analfabetos

–¿Sucede lo mismo en toda Europa?

–Hay países en los que se ha conservado un nivel de exigencia que aquí es impensable. Por ejemplo, en Alemania; aquí ni siquiera los profesores pasarían un examen de bachillerato alemán. Italia también es muchísimo más seria en los estudios, gracias al Liceo Classico. Luego están los países anglosajones, como Inglaterra, Estados Unidos, en donde la cuestión se resuelve diciendo: «El que sirva irá a una buena universidad, carísima y con un sistema de becas impresionante, y habrá una élite que servirá». Yo he sido profesor en Oxford, y me parecía muy sorprendente que mis alumnos, que estudiaban literatura española, cuando terminaban, iban de gerentes a grandes almacenes. O a dirigir empresas multinacionales al resto del mundo. Eran expertos en Góngora. Y me dijeron: «Aquí lo que tomamos en consideración es la formación personal; el que ha pasado por aquí es una persona que da garantías de ser un ciudadano civilizado». En cambio, a los institutos normales va cualquiera, y normalmente eso produce ciudadanos de tercera clase, que son los ciudadanos que estamos produciendo en España.

Félix de Azúa, durante su entrevista con El Debate

Félix de Azúa, durante su entrevista con El DebateJorge Ruiz

–En España preferimos que haya ingenieros dirigiendo las grandes empresas. Cuando alguien decide estudiar Filosofía, Letras, Filología Clásica, asume que su salida profesional es ser profesor.

–Sí. Si tiene suerte. Yo he sido profesor treinta años; ahora el empleo de profesor ha caído a mínimos internacionales, en este momento es un empleo mileurista. Muchísimos jóvenes ya ni siquiera quieren ir a la universidad, porque saben que es perder el tiempo, que no van a conseguir un empleo por tener un título completamente rebajado sin ningún prestigio. Como digo, la universidad, en su sector de humanidades, formación, cultura, no existe, es un campo de concentración para jóvenes y que no molesten en la calle.

–Nuccio Ordine achaca parte de la culpa al mercado. ¿Hasta qué punto la mercantilización del grado universitario tiene que ver con esto, al menos en España?

–Sin cifras, es muy difícil contestar a eso. Pero, en todo caso, esa idea de la mercantilización está sobrevalorada. En realidad, es un tópico de la izquierda tradicional, de izquierda marxista; el mercado es simplemente un sistema de adaptación a la demanda, no otra cosa. De manera que, si en este momento lo que se demandara, como en Inglaterra, para dirigir una multinacional, es tener una gran cultura, tres o cuatro idiomas, un buen conocimiento de la historia, entonces aparecería la oferta, pero no la hay. ¿Es el mercado? Lo cierto es que, cuando la oferta que tienes son 100.000 burros nuevos que no saben nada, para qué los vas a contratar.

–¿Hoy se ha rebajado la capacidad expresiva y comprensiva de los alumnos?

–No ahora; eso ya lo constaté hace veinte años. Se trata de una caída en picado de la calidad a partir de los años 80. Llegó un momento en que ya no sabías por dónde tenías que empezar a explicar; yo impartía Filosofía del Arte en Arquitectura, en Barcelona, y tenía que explicar prácticamente el abecé de la cultura. Les explicaba el gótico, y les decía: «Habéis escuchado a lo largo de un año qué es el gótico desde un punto de vista técnico y estructural (arbotantes, contrafuertes, elementos de descarga), pero ahora os voy a explicar para qué sirve una catedral, qué es realmente una catedral». Y les comentaba que una catedral es la reunión de toda una ciudad para una serie de celebraciones, para una celebración de sí misma, su descubrimiento como sociedad. A la salida de clase, me pregunta un alumno: «Esto de que has hablado es lo del cristianismo, ¿no?». Y le respondo: «Hombre, el cristianismo empieza mucho antes. ¿Cuándo crees tú que sucedió?». Y él dice: «Eso debió de ser hacia el siglo XI, ¿no?». Pues esos eran los alumnos que me llegaban a mí en los años 90. El bachillerato ha destruido completamente todo intento de educación, no se aprende nada y, cuando los alumnos llegan la universidad, es demasiado tarde. A duras penas saben leer. De hecho, ¿para qué van a leer?

En España ni siquiera los profesores pasarían un examen de bachillerato alemán

–Hablando del gótico y de las comunidades urbanas, me acuerdo de su libro La invención de Caín. ¿Estamos viviendo una uniformización de la cultura, de las ciudades?

–Lo hemos comprobado todos los que viajamos. En este momento, las calles principales de todas las ciudades de Europa, de todas, son iguales. Todas tienen los mismos comercios y el mismo diseño. Algunos países con cultura, y con cultura de siglos, tuvieron cierta resistencia. Recuerdo que, cuando viví en Italia, me hacía mucha gracia la resistencia de italianos a la Coca–Cola. Los italianos tardaron mucho en beber Coca–Cola. No había letreros, ni anuncios en Roma, ni en Milán. En las librerías alemanas sigue habiendo libros de Kant, de Leibniz, de Hegel. Pero esa resistencia, en países de debilidad cultural como el nuestro, la arrasa cualquier marca. Aparte, hay otro fenómeno que dentro de un tiempo se estudiará: la obsesión española por la gastronomía. Todos los periódicos nacionales de gran tirada dedican miles de páginas a la nueva hamburguesa de Jacinto del Valle que tiene cinco pisos y no cabe en la boca. Miles y miles y miles de informaciones gastronómicas, como si los españoles, aparte del fútbol, ya sólo reaccionaran ante la gastronomía.

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