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Ilustración, c. 1872 del hombre de la máscara de hierro

Ilustración, c. 1872 del hombre de la máscara de hierro

D'artagnan y la máscara de hierro: una conspiración despiadada tras una infamia y un misterio

La teórica muerte de nuestro mosquetero coincidió con la primera aparición de las informaciones sobre la existencia del hombre de la máscara de hierro

Ha sido uno de los secretos mejor guardados de la historia. Tan indescifrable que sobrevivió a su tiempo transformándose en una leyenda que ha servido de inspiración a dramaturgos y cineastas. También fue en su tiempo un elemento de propaganda política, que sirvió a los revolucionarios de 1789 para ilustrar la brutalidad despótica de las prácticas del Ancien Regime.

Pero vamos a los hechos. Tras las aventuras que se relatan en la celebérrima novela Los Tres Mosqueteros, D’Artagnan continuó sirviendo a la monarquía francesa. Su valentía y su lealtad constituyeron un apoyo fundamental para la Reina Ana de Austria, cuando le tocó en suerte la regencia del tumultuoso país de los galos durante la incierta minoría de Luis XIV.

Una Francia que afrontaba multitud de conflictos. El principal foco de inestabilidad lo constituía una nobleza turbulenta, poderosa e ingobernable, dispuesta a cualquier cosa con tal de evitar la consolidación del poder de la monarquía para mantener sus abusivos privilegios. También la creciente burguesía, encastillada en sus parlamentos regionales, coordinados por el de París, estaba decidida a utilizar su capacidad fiscal en su propio beneficio. Y todo ello construido sobre la explotación de las clases populares, fundamentalmente el numeroso campesinado francés.

Frente a todo ello se erguía una Reina Habsburgo, despreciada por su carácter de extranjera, por su condición de firme católica y rechazada por una nobleza que no quería seguir el camino de la española, controlada por la monarquía desde el reinado de los Reyes Católicos.

Apoyada por un reducido núcleo de colaboradores incondicionales, Ana de Austria demostró una inteligencia, una valentía y una firmeza extraordinarias. De conspiración en conspiración y de revuelta en revuelta fue reforzando la posición de la corona. Hubo momentos en los que su vida corrió serio peligro, como sucedió durante la rebelión de La Fronda, cuando tuvo que huir de París con su pequeño hijo. D'Artagnan les acompañó en todo este turbulento periodo desempeñando misiones comprometidas y llenas de riesgos, en las que llegó, literalmente, a jugarse la vida para salvar a la Reina y al Príncipe.

Las amantes del Rey

La mayoría de edad de Luis XIV supuso un revulsivo para la corte francesa. Desde el principio demostró un carácter fuerte y decidido, que rayaba lo despótico, y un rechazo a la severidad moral de su madre, atemperado por una religiosidad superficial y casi supersticiosa. Pero una de las características más acentuadas de su personalidad era la intensidad de su lascivia. Erotómano compulsivo tuvo multitud de amantes, a veces de forma simultánea y casi siempre de forma indiscreta y ostentosa.

Luis XIV

Luis XIV

Las amantes de Luis tenían un status cuasi oficial. Tenían acceso permanente al Rey lo que las convertía en un medio imprescindible para ganarse su favor. Algunas usaron este privilegio para edificar a su alrededor grupos de personalidades con los que contrarrestar la influencia de sus competidoras en la cama real. Una de las más influyentes fue Athenais de Montespan. En compañía de un grupo de personajes pertenecientes a los más elevados círculos de la corte y de clérigos corruptos participó en siniestras acciones destinadas a mantener la atención del Rey hacia su persona. La participación de alguno de los sacerdotes se debía a sus contactos con círculos satánicos que practicaban ritos siniestros, misas negras en las que se asesinaban niños en un altar impuro constituido por el cuerpo desnudo de la mujer por la que se celebraba el sacrificio.

Parece que la Montespan y su círculo eran participantes asiduos de estos rituales maléficos que se celebraban en la casa de una famosa hechicera llamada La Voisin, que suministraba además bebedizos afrodisíacos para conservar el favor del Rey, al que ocasionaron diversos problemas de salud. También era una conocida fabricante de pócimas venenosas utilizadas para eliminar rivales, algo bastante común en una época presidida por la amoralidad.

El descaro de estas abominables prácticas originó una sucesión de denuncias que al principio parecieron increíbles. Todo se precipitó cuando en 1680 se efectuó un registro en el domicilio de La Voisin, cuyos resultados pueden calificarse de horripilantes por la presencia de los restos sacrificiales de dos mil quinientos fetos y niños recién nacidos. También se encontraron notas escritas que acreditaban las relaciones de la hechicera con muchas personas poderosas.

La Voisin

La Voisin

Encubrir un escándalo

El escándalo que podría producirse era de tal magnitud que Luis ordenó que las investigaciones se realizase en secreto, lo que permitió a los más importantes de los implicados organizar una conspiración para eliminar testigos. Uno de los implicado era nada menos que el Marqués de Louvois, Ministro de la Guerra y gran organizador del ejército francés. La Voisin, resignada al destino al que le condenaban las pruebas encontradas aceptó guardar silencio a cambio de no ser sometida a tortura, y fue enviada a la hoguera con sospechosa rapidez.

Quedaba sin embargo un cabo suelto. Como jefe del cuerpo de mosqueteros D'Artagnan prestaba servicio de escolta a las amantes del Rey. Los conspiradores temían que hubiese tenido informes de sus hombres de las correrías nocturnas de la Montespan. Conociendo el carácter incorruptible del gascón resultaba doblemente peligroso pues no era susceptible de ser manipulado ni amedrentado.

Louvois tenía que encontrar el modo de desactivarle antes de que la explosión del posible escándalo acabase tragándoselos a todos. Y encontró la solución provocando a D'Artagnan a que encabezase una carga suicida de sus mosqueteros durante el sitio de Maastrich. Fue dado por muerto aunque su cadáver no fue nunca encontrado.

La teórica muerte de nuestro mosquetero coincidió con la primera aparición de las informaciones sobre la existencia del hombre de la máscara de hierro. Roger McDonald, especialista en el antiguo régimen francés ha realizado una detallada investigación utilizando diversos testimonios y fuentes de los archivos del Ministerio de la Guerra de Francia. Ha llegado a la conclusión de que el misterioso prisionero no era otro que D’Artagnan, confinado hasta la muerte por la arbitrariedad despiadada del régimen borbónico. Su libro La Máscara de Hierro, ameno y bien informado merece una atenta lectura.

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