Vigésima de San Isidro  Un gran Daniel Luque, el oasis entre el desierto de Alcurrucén

«¿Cuando empiezas a torear, Daniel Luque?», le gritó al torero sevillano algún espectador no aficionado de los que se empeña que Las Ventas no parezca la primera plaza del mundo.

Porque Luque, hasta ese momento, torear, había toreado. Tanto y tan bien que, aparte de confirmar el gran momento que atraviesa, sostuvo una tarde que se caía a trozos causa de las inclemencias meteorológicas y la mala corrida de Alcurrucén. Qué ironía. Los astados del hierro extremeño supusieron una especie de desierto en una tarde que fue pasada por agua.

Fue hoy un día en el que volvieron los paraguas. Si ayer decíamos que Madrid había rugido con los de Santiago Domecq, en esta ocasión la tarde empezó a dibujarse con un lápiz que no auguraba nada bueno, empezando por la presencia del líquido elemento. Diego Urdiales pechó con un lote horrible y sin opciones mientras que Alejandro Talavante hilvanó una personal faena al quinto que le servirá para no abandonar la senda del reencuentro consigo mismo desde que decidió volver a los ruedos.

El gran momento de Luque

El diestro de Gerena confirmó su actual momento de forma, como ya presenciaron los aficionados sevillanos durante la Feria de Abril, ante dos toros que si bien no fueron de lo peor del festejo, tampoco regalaron mucho.

Fue el tercero un animal justo de presentación, que encabritó desde salida a parte del respetable. Ante él, el banderillero Iván García colocó un gran par que puso al público en pie.

Luque lo recibió con una tanda de derechazos con la rodilla semiflexionada de bella factura. Hubo ligazón gracias a la nobleza del animal y el público, frío hasta el momento, se volcó con la faena. Lástima de media estocada trasera y descabello, justo antes de sonar el primer aviso. Hubiera sido de oreja.

Ante el que cerraba plaza, un toro al que le faltaron hechuras de San Isidro y que no recibió castigo en el caballo, pudo obsequiar al público venteño con una serie sobre la diestra que expresó su gran momento. La gran estocada justificó por sí sola una vuelta al ruedo tras volver a ser desatendida la petición de trofeo. La faena mereció más que la descortesía del presidente.

Previamente, Talavante logró ante el quinto una faena de mérito en los medios cuando más arreciaba la lluvia. Al natural, desarrolló una faena en la corta distancia de mucho mérito. De haber matado mejor, podría haber tocado pelo.

Diego Urdiales fue el peor parado del sorteo. Ni el frío y soso primero, faltísimo de fuerzas, le ofreció contenido para el lucimiento, ni el cuarto encontró fijeza y transmisión en su embestida. Por no ser fáciles, no facilitaron ni el momento de la estocada, pero fueron pasaportados con habilidad por el riojano.

Fue la tarde de Luque, el oasis del que beber ante una 'alcurrucenada' sin jugo.