¿Quiénes eran los sofistas, a quienes apuntó Sócrates, y cuál es su influencia en la política moderna?
Estos filósofos solo buscaban convencer, ganar en la democracia parlamentaria del V a. C., independientemente de la verdad
Podría decirse que la persuasión por medio de la oratoria era el objetivo de los sofistas. Sócrates llegó para ponerles en su punto de mira porque mentían. Filósofos para los que el fin lo era todo y los escrúpulos nada. Casi parece formarse con estas primeras y pocas palabras, como una crisálida, la figura del político moderno, incluso de alguno especialmente. La democracia parlamentaria del siglo V a. C, donde el dominio de la retórica era el mejor medio para influir en el pueblo y en la política.
Filósofos profesionales (¿políticos modernos profesionales?) que crearon escuela. Una escuela de debate hecha para ganar, para convencer, no precisamente con la Verdad (sino con el poder) que buscaron siempre filósofos posteriores. Los sofistas tenían en lo subjetivo la más pura de sus esencias, es decir, la nada, el humo, el relativismo de que la realidad (o las realidades) depende del sujeto, de sus creencias, sensaciones, experiencia, cultura... El relativismo moral de que no existe el bien ni el mal, sino simplemente las opiniones sobre uno u otro de los sujetos.
Si Sócrates espoleaba a sus alumnos para empujarles a pensar con preguntas incómodas, Gorgias y Protágoras no admitían debates. La teoría del discurso como un bloque mecánico donde el objeto no importa, solo el sujeto. La verdad objetiva, sin influencia del sujeto, que es obviada como, precisamente, un objeto inservible. La interpretación de cada uno como única y múltiple y relativa realidad o la búsqueda de la única felicidad en la consecución de los fines personales: la fama o el triunfo, independientemente de cómo se haya logrado, por ejemplo, en unas elecciones.
Del mismo modo que el ciudadano actual se apoya en el estoicismo en buena medida, el político actual parece apoyarse mayormente en el sofismo, especialmente visible en época electoral como la presente, donde la coherencia, la suerte de lógica que conforma la verdad, se ve pisoteada. El sofismo que apuesta por el movimiento de los principios, como un juego de estrategia sin reglas básicas, donde el hombre, el sujeto, es el centro de todo, por encima de, por ejemplo, la naturaleza que lo contiene.
Nada existe más allá de cada individuo, por lo que nada obliga: todo es susceptible de cambiarse, de convencer al otro, o a todos, a cuantos más mejor en el caso del político, que también cambia las leyes, o a Dios o a los dioses, reales solo según la sociedad de la que se trate: relativismo universal (¿wokismo en la vulgarización del conocimiento?) o subjetivismo como corriente original frente a la que surgió lo contrario, el objetivismo como reacción mediante el establecimiento de una verdad universal, única para todos con la que bajarse de ese viaje voluble, y apoyarse y pensar y descansar.