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Julio Cortázar en Madrid en 1980

Julio Cortázar en Madrid en 1980GTRES

60 años de 'Rayuela': el cuento infinito del cuentista Cortázar

El escritor argentino publicó su segunda novela («contranovela» la llamó) el 28 de junio de 1963 marcando el inicio del Boom latinoamericano

Cuando Julio Cortázar se fue a vivir a París, ciudad de sus sueños, tenía 37 años y un libro de cuentos, Bestiario, como únicas posesiones. Una beca de literatura del Gobierno francés le pagó el viaje de ida desde Chile. Pero había que mantenerse después de 9 meses, lo que hizo como traductor de una editorial y de la UNESCO.

La penuria económica avanzaba en paralelo a su conversión en definitivo escritor, una vez decidido a serlo sin decidirlo, porque escribir era para Cortázar como vivir. Trabajaba por poco dinero para vivir y para escribir, que al fin eran las mismas cosas.

Hecha de retales

Un poco sin rumbo, sin dirección precisa, como Rayuela, el destino final de todos los cuentos reunidos en varios volúmenes a los largo de esa primera década parisina, desde el citado Bestiario, pasando por Las Armas Secretas, hasta Historias de Cronopios y de Famas, de 1962, preámbulo de la publicación un año después de su obra caprichosa y descomunal.

El Boom de Cortázar y de algunos más. Rayuela, obra literaria hecha de retales, de patchwork, para ir leyéndola dibujo a dibujo, casilla a casilla escrita con tiza sobre todos los suelos del mundo.

Rayuela es un juego de cuentos para encontrar algo que nunca se encuentra, escondido entre la vanguardia, como maleza, de sus páginas. La historia de amor metafísico de Horacio y La Maga a través de 155 capítulos que el autor obliga a seguir por su propio itinerario o por otro. «Del lado de acá» o «Del lado de allá»; en primera, en tercera persona o como narrador que participa.

París y Argentina. Amor, humor, surrealismo... la «contranovela» la llamó el autor como si una fuerza superior, íntima, le impidiera trascender de modo natural a la novela convencional, superarla tras Los Premios. La novela escrita en parte en un idioma inventado, el gíglico, que no gustó a una crítica sobrepasada y sí a los jóvenes fascinados por el cuento infinito de Cortázar y sus infinitas sobrelecturas espaciales.

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