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La periodista y escritora Ángela Rodicio

La periodista y escritora Ángela Rodicio

Entrevista

Ángela Rodicio: «El último zar, Miguel II, quería para Rusia una monarquía constitucional»

El actual desastre de Rusia en Ucrania y el autoritarismo de Putin parecen repetir esquemas del reinado de Nicolás II, con su derrota ante Japón en 1905 y el desmoronamiento ante Alemania en la I Guerra Mundial.

La periodista Ángela Rodicio lleva más de tres décadas cubriendo información internacional para TVE. Como relata al inicio de El zar olvidado (Espasa), conoció a Vladimir Putin en enero de 1991 en San Petersburgo, cuando la ciudad aún se llamaba Leningrado. En este libro, Rodicio se centra en cinco días de la revolución de marzo de 1917 —febrero para los rusos de entonces, que, como buenos ortodoxos, no admitían aún la reforma del calendario del papa Gregorio XIII en 1582—, y por eso su subtítulo —«Cinco días que pudieron cambiar el mundo»— es «un guiño» a Diez días que estremecieron el mundo (1919), del comunista estadounidense John Reed, quien, a su manera, narra el golpe de noviembre —octubre para los rusos.

En El zar olvidado no se habla sólo de aquellos momentos cruciales y del efímero zar Miguel, sino también de la opulencia de los Romanov, de la burguesía y de los agudos contrastes sociales. Una época en que «más del 90% de los campesinos abandonaban sus campos, porque se morían de hambre y se marchaban a las ciudades». Millones de hombres que, en la I Guerra Mundial, sirvieron al bando aliado como «carne de cañón». Un país sin casi democracia en toda su historia y en la que un lujoso coche Packard sirve igual para el zar Miguel II que para Lenin.

–Casi todo el mundo piensa que el último zar fue Nicolás II. Pero ¿en realidad fue su hermano Miguel?

–En los libros de historia se despachaba el 3 de marzo [según el calendario juliano válido entonces en Rusia, equivalente al 16 de marzo de nuestro calendario gregoriano] de 1917 como el día en que el hermano pequeño del zar, en el cual había abdicado Nicolás, también abdicó. Lo cual es falso. Porque Miguel II nunca abdicó. Renunció temporal y condicionalmente, en tanto en cuanto no se celebraran elecciones. En esa renuncia firma como Miguel, poniendo hincapié en que el proceso legítimo de Rusia pasa por esas elecciones. El que dirige el comando de cinco personas que matan a Miguel en Perm —el 13 de junio de 1918— escribe después una especie de memorándum que titula Filosofía de un asesinato, y todo el rato se refiere a él como Miguel II. Miguel Romanov era la verdadera bandera de los opositores a ese régimen usurpador bolchevique de octubre [noviembre] de 1917, y no su hermano Nicolás. De una manera muy sibilina y cínica, las autoridades bolcheviques dejan que se difundan rumores sobre el asesinato de Nicolás II, porque les interesaba crear mucho ruido con Nicolás II, y no con Miguel II, a quien se entierra física e históricamente, porque es el único cuyos restos nunca se han encontrado.

«Nicolás II y Miguel II eran dos hermanos que no podían ser más diferentes»

–¿Qué diferencias hay entre Nicolás y Miguel?

–Estos dos hermanos no podían ser más diferentes. Nicolás era el hermano mayor. Después de él, nació Alejandro, que murió de meningitis con once meses. Luego hubo un tercer hermano, Jorge, quien, según los todos los testimonios, era el más inteligente, pero se contagió de tuberculosis siendo joven. Vivió sus últimos años en Georgia, y murió en un accidente muy triste. Y el cuarto de los hermanos varones era este Miguel. Era un poco el consentido, lo educaron de una manera menos rigurosa, y era el que más se parecía a su padre, el zar Alejandro III. Al zar Alejandro III no le gustaba salir de Rusia, y no hablaba más que ruso, pero estaba muy interesado en la administración y, sobre todo, en no entrar nunca en ninguna guerra. Por eso ha pasado a la historia como el zar pacificador. Miguel era muy atleta, no tenía miedo a nada y le encantaban los animales. Por su parte, si bien la educación de Nicolás era muy rigurosa, también estaba repleta de pleitesía, pues nunca le hacían exámenes ni le preguntaban nada. Él permanecía callado, que es lo que hizo toda su vida. Siendo zar, muchos de sus ministros salían de las audiencias y decían: «El zar no ha dicho ni una palabra y al final ha estado muy amable, con lo cual deduzco que está de acuerdo conmigo», pero era todo lo contrario.

Portada de "El zar olvidado"

Portada de «El zar olvidado»

–¿Se llegó a pensar alguna vez en Miguel como heredero, antes de 1917?

–Cuando se dieron cuenta de que Miguel podía ser heredero o quizás algo más, llamaron al primer ministro más interesante de todo el reinado de Alejandro III y de Nicolás II, que era Sergio Witte. Era ministro de Finanzas, jefe de ferrocarriles y creador del Transiberiano, la empresa más avanzada de la época. Miguel va siempre con Sergio Witte, y este le da clases de economía y de política. Luego, cuando Nicolás II emprende la guerra contra Japón, Witte le advierte de que la guerra va a resultar muy negativa para la economía, y que no está demostrado que se pueda resolver en unos días. Nicolás II decía: «Los japoneses son unos macacos, nosotros estamos interesados en Corea y en Manchuria, y vamos a hacer la guerra». Pensaba que acabarían en cinco días, pero perdieron la guerra y toda la flota que mandó desde el Báltico. Tras haber hecho una campaña militar desastrosa, Witte firma el tratado de Portsmouth (Estados Unidos), en el cual Rusia casi no pierde nada, y ni siquiera tiene que pagar compensaciones. Con lo cual Miguel le manda un telegrama a Witte para decirle: «Estoy orgulloso de sus gestiones». Mientras, Nicolás II no dice ni mu, porque le tenía una manía tremenda a Witte, pues no se plegaba y le decía las cosas a la cara.

«No es una cuestión de intenciones, es una cuestión de voluntad y de oportunidad»

–¿Eran diferentes también en el modo de entender la Corona?

–Nicolás II empezaba siempre sus encabezamientos con «Emperador de todas las Rusias, Autócrata, Gran Príncipe de Finlandia…». Pero Miguel II quería para Rusia una monarquía a la inglesa, una monarquía constitucional.

–Sin embargo, las intenciones reformistas de Miguel no bastaron.

–No es una cuestión de intenciones, es una cuestión de voluntad y de oportunidad. Miguel está en Petrogrado —como se llamaba San Petersburgo entonces—, y Nicolás está en el cuartel general en Mogilev (Bielorrusia). Estallan las revueltas y Miguel le manda telegramas a su hermano, para decirle que la situación es totalmente caótica. Ya le había avisado meses antes de que se estaba preparando una revuelta. Él tenía miedo y quería reformas. Pero Nicolás prácticamente le había respondido siempre: «Métete en tus asuntos». El día 27, que es cuando empieza este libro, Miguel le dice a su hermano: «No te muevas del cuartel general, y dame a mí poderes para para hacerme cargo; yo negocio e intento aplacar las revueltas». Miguel sabe que los diputados de la Duma quieren cambiar ese régimen autocrático por uno constitucional. Además, sabe que en el ejército hay muchísimo descontento, porque todas las ofensivas de esos tres años de Primera Guerra Mundial no dan resultados.

Hay un montón de muertos rusos y una desorganización total de las fuerzas armadas, lo mismo que está pasando ahora en Ucrania. Sin embargo, el zar Nicolás decide suspender la Duma. Pero en la Duma hay quienes saben que al mes siguiente va a haber una ofensiva aliada y que Estados Unidos va a entrar en la guerra. De modo que los de la Duma se dicen: «O hacemos ahora la revuelta y conseguimos promesas de reformas, o ya no lo vamos a conseguir nunca más, porque dentro de un mes se decide la guerra con la gran ofensiva aliada y a nosotros se nos pasará la oportunidad». A los telegramas de Miguel, Nicolás responde: «No, yo ahora mismo voy a coger mi tren y me voy para Petrogrado». Es curioso, pero a los dos días de publicarse este libro sucedió la famosa marcha de Prigozhin [líder del Grupo Wagner] a Moscú, que decía: «Vamos otra vez a vivir los días de febrero de 1917». Y Putin, en un discurso a la nación el 24 de junio, sábado por la noche, dijo: «No vamos a permitir que vuelva a vivir el país los primeros días de la revolución de febrero de 1917».

–¿Cuál fue el resultado de esos cinco días?

–Al final, Nicolás II, después de ese viaje en tren a ninguna parte, abdica en su hermano, y Miguel Romanov renuncia hasta que no se celebren elecciones libres en Rusia. Esas elecciones se celebran en noviembre de 1917, justo después de que los bolcheviques den su golpe de Estado para estar ellos en el poder cuando se organicen los comicios. Y pierden las elecciones con un 22% de los votos. Se reúne la Asamblea Constituyente en enero de 1918, y Lenin la disuelve a tiros al día siguiente en la madrugada.

«Kerensky es una figura totalmente falseada en su modo de pasar a la historia»

–¿Qué opina de la imagen con que Kerensky ha pasado a la historia?

–Kerensky es otra figura totalmente falseada en su modo de pasar a la historia. Hasta que me puse a investigar para este libro, yo también había caído en esa trampa de pensar que Kerensky era una solución intermedia. Sin embargo, era un exaltado, y tenía un pie en el Soviet de Petrogrado y otro en el gobierno provisional; está jugando siempre a dos bandas. Miguel Romanov le salva la vida, cuando dan el golpe de Estado los bolcheviques y echan a Kerensky del Palacio de Invierno. Porque Kerensky vive como el zar Alejandro II en el Palacio de Invierno. Muchos reformistas se pasaron a los bolcheviques y a los social revolucionarios porque no aguantaban a Kerensky. Miguel lo salva, y le consigue un pase de la embajada serbia para salir del país.

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