El monte Nemrut, la morada de los dioses que fue considerada la octava maravilla del mundo antiguo
Muchas obras quedaron fuera de este selecto grupo de «maravillas» únicamente por el desconocimiento de los historiadores antiguos que compilaron la lista de la existencia de otras construcciones asombrosas
Mucho antes de establecer una lista oficial de las obras más maravillosas del mundo antiguo, ya existían otras enumeraciones elaboradas por los viajeros griegos que según sus gustos quisieron dejar por escrito sus impresiones. La palabra que utilizaban para denominar aquellas listas era theamata, que en griego quiere decir visitas. Por lo que la idea inicial no era recoger obras extraordinarias que despertasen admiración, sino más bien, recopilar en un listado los monumentos o lugares que eran dignos de ser conocidos. Más tarde, el concepto fue sustituido por thaumata que quiere decir maravillas, otorgando a las obras que aparecían en dichas listas un valor mayor.
La lista más extendida la elaboraría el pintor neerlandés Maarten van Heemskerck en 1572 al realizar una serie de grabados y pinturas del coloso de Rodas, el templo de Artemisa, el faro de Alejandría, la gran pirámide de Guiza, la estatua de Zeus en Olimpia, el mausoleo de Halicarnaso y los jardines colgantes de Babilonia, a partir de las descripciones de los relatos griegos. Al final esta recopilación se difundiría mediante estampas durante el siglo XVI convirtiéndola en la lista más extendida y utilizada para hablar de las siete maravillas del mundo antiguo.
También es importante mencionar que las siete maravillas del mundo antiguo fueron elegidas no solo porque su construcción fuese de una notable proeza en la época, o por la estética y armonía que mostraban, sino también por el hecho de que influyeron profundamente en el inconsciente colectivo a lo largo de los siglos, por esta razón otras muchas obras quedaron fuera de este selecto grupo de «maravillas» únicamente por el desconocimiento de los historiadores antiguos que compilaron la lista de la existencia de otras construcciones asombrosas.
Este es el caso de la tumba-santuario de Antíoco I en la cima del monte Nemrut en Turquía, igual de excepcional que las siete maravillas oficiales y que al igual que la gran pirámide de Guiza, aún se conserva y se puede visitar.
La morada de los antiguos dioses
Este complejo arqueológico, del que no se sabe su origen, no había sido mencionado ni descrito por cronistas ni personalidades ilustres de la antigüedad, permaneciendo oculto en un lugar remoto entre Anatolia y Siria septentrional hasta que en 1881 Charles Sester, un ingeniero alemán descubrió las impresionantes ruinas del monte Nemrut cuando trabajaba para el Imperio otomano en la construcción de carreteras por la región de Adiyaman, al este de la península de Anatolia.
De inmediato, Sester avisó a la Academia Real prusiana de que había realizado un hallazgo arqueológico importante y que consideraba oportuno que el país enviase a un especialista al lugar para determinar de qué se trataba. Al poco tiempo llegó el arqueólogo Otto Punchstein, quien emprendió las excavaciones y el estudio de lo que parecía un antiguo túmulo funerario repleto de estatuas de animales y dioses. Al terminar, su investigación concluyó que se trataba del mausoleo de Antíoco I (86-38 a. C.), Rey de un antiguo reino helenístico llamado Comagene, que nacería tras las feroces disputas entre los viejos generales de Alejandro Magno.
La estructura circular tenía el nombre de hierotheseion, es decir, «dioses erigidos» en griego. Consta de 145 metros de diámetro y estaba rodeada por tres terrazas artificiales orientadas respectivamente hacia el este, oeste y norte. En cada una de ellas había colosales estatuas de dioses que durante la herejía iconoclasta fueron descabezadas, las derribaron y dejaron esparcidas por el suelo los fragmentos de estas más o menos en la misma posición que conservan en la actualidad.
Su complejo diseño y colosal escala se combinaron para crear un proyecto sin parangón en el mundo antiguo. Esta morada de los antiguos dioses se erigió debido a que el Rey Antíoco deseaba permanecer cerca de sus padres los dioses, ya que estaba convencido de ser descendiente directo de dos divinidades encarnadas: del viejo Emperador persa Darío el Grande (549-486 a. C.) por rama paterna, y de Alejandro Magno (356-323 a. C.) por rama materna.
A consecuencia de esta supuesta condición divina, Antíoco I adoptó el sobrenombre Theos (dios) y hasta llegó a promulgar leyes que afirmaba emanaban directamente de los dioses. En la terraza del este se encuentran cinco estatuas colosales de unos siete u ocho metros de altura que representan a los dioses Apolo-Hermes, Tiké de Comagene, Zeus-Oromasdes y Ares-Hércules. Las dos primeras divinidades aparecen con cabezas de león y los otros dos con cabezas de águila. La quinta estatua tiene una cabeza humana que personificaría a Antíoco I de Comagene.
En la terraza del oeste se repite la misma estructura, con cuatro estatuas de dioses con cabezas de águila y león y una quinta que representa al Rey. Y en la terraza orientada al norte la estatua de Antíoco está dando la mano a Apolo, Zeus y Ares para reafirmar su origen divino.
Todas las estatuas combinan rasgos artísticos griegos y persas –rostros griegos con ornamentos y tocados de estilo persas–, como corresponde a las expresiones artísticas propias del periodo helenístico en Oriente Próximo, creadas tras la conquista de Alejandro. De hecho, el propio Antíoco I procedía de la mezcla de griegos con persas y quiso un enterramiento digno tanto para sus antepasados como para adorar a los dioses, a pesar de que el rodar de los tiempos haya arruinado inmisericordemente el mausoleo.
Desde 1987, las ruinas del monte Nemrut pertenecen al Patrimonio de la Humanidad de la Unesco con la sucinta denominación «Nemrut Dağ» y equivalen a una experiencia inolvidable.